SIGA EL ENLACE

Instrucciones de uso:

Biblioteca del Mundo es una Biblioteca con miles de Ebooks que están a disposición de forma gratuita. Para poder ingresar debes hacer click en ENTRAR.
También puedes registrarte ingresando tu E-Mail en la barra de navegación derecha.


El sitio se solventa solo con donaciones. Si estás satisfecho/a con el servicio, no dudes en hacer una donación, lo mínimo es mucho y sirve para solventar el trabajo de recopilación y edición del material.

Bienvenidos/as!!!








Compartir

Descarga gratis el lector de Epub para tu sistema.



Paulo Cohelo - Las confesiones del peregrino

Por favor, Cristina, no me distraigas, que estoy contando cosas muy intimas de mi vida.»)

-Sigamos con el personaje al que fuiste a entrevistar para tu revista y que querías que te informase sobre aquella secta de magia negra.

-Me di cuenta de que la conversación con él era muy fructífera y que los tres o cuatro libros que tenía parecían muy interesantes. Le pregunté de quién eran y me dijo que de Aleister Crowley. Supongo que habéis oído hablar de él, porque ha ejercido gran influencia sobre mucha gente. Había ido a verle con mi mujer, la mujer sin nombre, y nos fascinó.

-¿Cómo era aquella secta secreta?

-Es una sociedad que empezó a formarse a principios del siglo XIX y su propuesta es «la búsqueda total unida a la anarquía total», algo que para un chaval de veintitrés años como era yo era un ideal perfecto. Una vez escribí sobre esta experiencia, desde mi historia con Raúl hasta antes de la prisión, y Cristina, mi mujer, no me dejó

publicarlo. Lo leyó porque no conocía la historia. Lo leía con mucho interés y, cuando estaba casi al final del libro, me miró como una imagen de Nuestra Señora de la Aparecida y me dijo: «No publiques ese libro, ese libro es sobre el mal, tu experiencia con el mal.» Le dije: «Pero Cristina, es sólo una experiencia trágica.» Y ella insistió:

«Es fascinante, pero no lo publiques porque podría ser mal interpretado.» Y borré el libro del ordenador. Pasé

una noche de horror y al día siguiente -ya tenía casi todo el libro impreso- fuimos a cenar a un restaurante con el editor, a quien le dije: «Échale una ojeada, porque vas a ser la última persona que lo va a leer.» Me miró como a un loco. Le dije que lo iba a destruir. Y así lo hice. Conservé sólo un capítulo en el que narraba mi encuentro con Raúl. El resto lo tiré.

-¿Cómo se titulaba?

-La sociedad alternativa. Entonces, para que entiendas mejor las cosas, tengo que hablarte un poco de Crowley, un personaje muy curioso en la historia de la magia. Lo único que no voy a dar es el nombre de la sociedad secreta en la que entré y de la que voy a contarte lo que me sucedió en el a. Si miras su cara en Internet, verás que es la cara del mal. Crowley es un malo, con una personalidad muy fuerte que l ega en un momento de decadencia de la magia clásica, donde estaban las sociedades secretas, la masonería y algunas sociedades inglesas.

Llega este señor y dice: «Nada de secretos», y empieza a publicar todos los libros que hasta entonces eran secretos y forma su propia sociedad. Con esta sociedad crea un sistema social, político e ideológico, que como todo sistema del género tiene un libro clave, como El capital o el Evangelio, que se l amaba El libro de la ley, y que según él le fue dictado por un ángel en El Cairo.

-¿Qué es lo que propugna?

-En él hay una declaración de principios muy lúcida, como todo el trabajo de Crowley. Empieza a desarrol ar todo un sistema de poder que sintetiza así: existen los débiles y los fuertes y la ley de la selva. Los débiles son los esclavos, y los fuertes, los poderosos y libres. Todo eso expresado con una escritura extremadamente sólida, mágica, mística. Yo, fascinado e irresponsable a la vez, empecé a practicar aquellas enseñanzas que en seguida me dieron buenos resultados.

(En la página de Internet sobre Aleister Crowley se lee: «Personaje enigmático y criticado hasta la saciedad, no sólo en su época, caracterizada por la imperante moralidad victoriana que le adjudicó el sobrenombre del

"Hombre más perverso del Mundo", sino que también en nuestros días su nombre evoca, en aquellos que creen conocer al Hombre y a su Sistema, un halo de malignidad y perversión, que le coloca injustamente en la 43

posición de un Mago Negro o, aún más absurdamente si cabe, de un satanista. Lo que a menudo se olvida mencionar o se infravalora en sus biografías, es que Aleister Crowley fue un hombre comprometido con cierto tipo de búsqueda espiritual, que en realidad fue un Mago en el más amplio sentido de la palabra.»)

-En aquel momento creíste ciegamente en aquella secta.

-Para serte totalmente honesto, creía y no creía, creía sin creer, aunque me seducía. En aquel momento es cuando se cruzó en mi camino Raúl Seixas, el famoso cantante que tanto influjo tendría en mi vida. Es como si todo pasase al mismo tiempo. Entonces l evé a Raúl a la sociedad secreta, que era totalmente libre, porque en ella no hay ley, y puedes ser un monstruo o una persona maravillosa. Allí cabían todos. Recuerdo que existía una total libertad sexual, de pensamiento, de todo, incluso de opresión. Se trataba de llevar la experiencia del poder a sus límites máximos.

-¿Y no te daba miedo?

-La verdad es que yo veía todo aquello sin acabar de creérmelo, o veía entonces sólo el lado positivo. Por entonces era una persona muy influenciable y advertía grandes cambios en mi vida y en la de los otros miembros de aquella secta. Y más tarde empecé a darme cuenta de que lo que separa la magia blanca de la magia negra es a veces muy sutil. Se trata de algo tan concreto como que, en la magia negra, tú intentas interferir en el destino de los otros.

»Ésa es la barrera, el límite y el abismo. Puedes ir a una iglesia, encender una vela a Nuestra Señora y decir:

«Quiero casarme con tal persona.» En ese caso, ya estás haciendo magia negra, aunque estés en una iglesia católica. O puedes ir a un cruce de un camino y poner comida a los demonios para pedirles una mejoría tuya, porque no te sientes bien. Y eso es magia blanca, porque no intentas influir en el destino de los demás. El problema es ser capaces o no de interferir en la vida ajena. Pero mejor que me hagas preguntas, porque todo esto es muy delicado para mí.

-No te preocupes. Cuéntamelo como te sale.

-Todo aquel o para mí tenía un gran valor simbólico, eran como símbolos en movimiento. Entonces, Raúl y yo decidimos que teníamos que poner nuestra música al servicio de aquel a sociedad secreta, y así lo hicimos. La música era cantada y detrás figuraban las declaraciones de principios de la secta aunque muy subliminalmente.

Eran una especie de mantras totalmente técnicos, precisos, perfectos; porque el mal, Juan, es muy preciso.

—¿Cómo empezaste a verlo como el dominio del mal?

-En aquel momento todavía no lo veía como una experiencia del mal, lo veía como la revolución, porque Crowley se ponía como la apertura del Apocalipsis: «Yo soy la vida, soy la vida esperada, he venido para cambiar toda la sociedad.» Y yo lo veía como algo bueno y positivo. Y realizaba toda una serie de rituales, aunque a algunos me resistía, porque no quería renunciar a ciertas devociones de mi infancia, como al ángel de la guarda o a la devoción a san José.

-¿La secta era muy antirreligiosa?

-Sí, totalmente antirreligiosa. En aquel momento, yo también era anticatólico, como ya te dije, había abandonado la fe de mis padres, pero dentro de mí no había renunciado a ciertas cosas de mi antigua fe.

-¿Cuándo empezaste a tomar conciencia de que aquella secta encarnaba de alguna manera el mal?

-Un día, antes de ser encarcelado -tengo teléfonos de testigos a quienes puedes preguntar-, estaba en mi casa y de repente todo empezó a ponerse negro. Aquel día tenía algo concreto que hacer, que ahora no recuerdo. La mujer sin nombre no estaba, y yo me dije: «Tiene que ser el efecto de alguna droga especial del pasado», pero ya las había dejado, era en 1974. Por entonces estaba un poco en la cocaína, pero no tomaba ya psicotrópicos.

-¿Y qué te ocurrió concretamente?

44

-Aquel día era muy temprano y empecé, como te dije, a verlo todo negro y tuve la sensación de que iba a morir. Era un negro muy concreto, físico, visible. No era mi imaginación, era algo tangible. Mi primera impresión fue la de que me moría.

-¿Cómo era aquel negro? ¿Podías ver algo?

-Sí, se podía ver, porque no ocupaba todo el espacio, sino una parte. Es como si de repente esta vela empezara a echar humo y ese humo empezara a invadir la casa, un humo negrísimo que se iba concentrando y que por momentos no te dejaba ver casi nada, pero que sobre todo te producía pánico.

-¿No había otros fenómenos? ¿Era sólo humo?

-No, quizá lo peor de todo era una serie de ruidos que no sabría describirte, que acompañaban el formarse de aquel humo negro.

-¿Estabas con alguien o estabas solo?

-Estaba completamente solo. El piso era de mi propiedad, me creía rico, estaba feliz. Pero aquella oscuridad que cubría la mitad del espacio del suelo hasta el techo me aterrorizaba y acabó descontrolándome por completo. Me entró pánico, pues lo advertía como la presencia del Mal. En un primer momento establecí una relación entre aquel o y la mujer que yo frecuentaba entonces. Yo había vivido con ella cosas de sugestión, pero también cosas muy positivas para mí, aunque no para los otros.

-¿Y cómo reaccionaste ante aquel fenómeno extraño?

-Ahora no recuerdo si l amé a una persona del grupo o una persona del grupo me l amó a mí, creo que me l amó

ella y me dijo que le estaba pasando lo mismo que a mí.

Y entonces entendí que se trataba de algo real, no de una alucinación. Además, aquella persona era la que sabía más de la secta. No pudimos conectar con el gurú porque no tenía teléfono, ya que en Río, en 1973, era muy difícil tener uno.

»Estaba hecho un lío y asustadísimo. Intenté reaccionar y me dije a mí mismo: tengo que olvidar, distraerme, tengo que ocupar mi cabeza en algo para quitarme el miedo. Pero la oscuridad seguía al í, no desaparecía.

Entonces, para distraerme, me puse a contar los discos que tenía en la casa, que eran muchos, y que nunca los había contado.

Y cuando acabé con los discos empecé a contar los libros, pero lo negro seguía allí inmutable.

-Y cuando acabaste de contar todo lo que tenías en casa ¿qué hiciste?

-Como el pavor seguía acogotándome, me dije que la única solución era ir a una iglesia, pero había una especie de fuerza que me impedía salir de casa y tenía sentimientos de muerte inminente muy fuertes. En aquel momento llegó la mujer con la que estaba entonces, que pertenecía a la misma secta. El a acababa de tener la misma experiencia de lo negro. Y poco a poco fuimos sabiendo que todos estaban experimentando lo mismo, incluso Raúl. Yo sentía la presencia del Mal como algo visible y tangible. Es como si el Mal me dijera: «Me habéis invocado, aquí estoy.»

-¿Cuánto tiempo llevabas en aquella secta?

-Unos dos años. Recuerdo que en otras ocasiones, cuando mi mujer y yo estábamos muy metidos en la droga, lo que nos aliviaba era tomar leche o echarnos agua en la cara. Pero en aquel momento ni ella ni yo teníamos valor para ir al baño, por no atravesar aquella oscuridad horrible. Al final nos decidimos a ir, nos echamos un poco de agua encima y algo mejoró. Entonces pensamos en tomar una ducha. Lo hicimos, pero al salir todo continuaba igual, seguía aquel negro amenazador y misterioso. Y en aquel momento me volvió toda mi religiosidad infantil a la mente. El problema en aquel momento no era tanto si iba a morir sino el comprobar que aquella energía misteriosa existía y era real, visible.

-En algunos de los ritos de aquella sociedad secreta, ¿hacíais la invocación del Mal?

-Siempre, pero entendiendo el Mal como la gran rebelión, no como el Mal.

45

-¿Era una sociedad de tipo satánico? -En relación con lo que al í se vivía, los ritos satánicos, que yo conocía muy bien, no eran nada. Aquello era mucho más peligroso.

-¿Más peligroso que la Iglesia de Satán?

-Mucho más, porque era una secta más filosófica, más estructurada, más peligrosa en sus raíces. En el a realizábamos todos los ritos convencionales de la magia, pero aquello era el reino del poder puro. A veces hacíamos invocaciones al Mal con resultados muy concretos, pero nunca con una cosa tan visible como aquel negro que invadía mi casa.

-¿A qué os comprometíais mediante aquel os ritos e invocaciones?

-A nada. Teníamos todo el poder, el gran juego del diablo es el mismo que el de la cocaína, hacerte creer que tienes todo el poder; por eso identifico la energía de la cocaína con esto, porque la cocaína te da las mismas sensaciones de poder, de dominación, de seguridad total, pero es sólo apariencia. La verdad es que eres tú el esclavo.

-Volvamos a aquella experiencia. ¿Cómo acabó?

-Al final acabé tomando la Biblia en mis manos. Era un sábado, hacia las diez de la mañana. La abrí al azar y salió un pasaje del Evangelio en el que Jesús pregunta a alguien si cree, y él le responde: «Sí, creo, pero ayuda mi incredulidad.» Pues fue leer ese pasaje y hacer una promesa como la que iba a hacer poco después con la droga.

Me dije: «Se acabó con esta secta para siempre.» Y todo desapareció. Después estuve hablando con mis otros amigos de la sociedad secreta y todos habían pasado la misma experiencia.

-¿Cómo hiciste para escapar de aquel a asociación que te había atrapado?

-Fui a hablar con uno de los gurús de la secta y me dijo que aquello era un rito de iniciación. Yo le dije: «No me importa, desde este momento estoy fuera de todo eso.» Mi maestro no estaba allí y entonces le mandé un telegrama. Por cierto, que era muy difícil redactar aquel telegrama, porque estábamos en plena dictadura y todo estaba censurado. En los anales de aquella sociedad secreta hay muchas referencias a mí, creo que las peores posibles, porque tienen mis cartas, mis artículos, mil cosas mías.

-¿Nunca te persiguieron por haber abandonado?

-Nunca. Pero no quiero hablar en este momento de aquello porque son más de las doce de la noche.

Seguiremos después... Lo que hicieron fue presionarme diciendo que era un cobarde, que era tonto, que yo sabía lo que iba a perder. Pero perseguirme, no. No creo lo que a veces se dice en televisión, que las sectas persiguen hasta la muerte a los que se salen de el as. Yo no me lo creo.

-Hay sectas que al parecer sí lo hacen.

-En las verdaderas sectas es un privilegio que tú estés al í, pero si te sales no pasa nada. Por lo menos, a mí

nunca me persiguieron y eso que se trataba de una de las asociaciones secretas más peligrosas y duras que existen.

-Vero, a pesar de aquel a terrible experiencia con la magia negra, tú sigues considerándote un mago. ¿No crees que esto puede de alguna forma ofuscar tu imagen como escritor afamado?

-No, porque yo concibo el ser mago de una forma muy diferente, es decir, como una fuerza que todos poseemos, por lo menos potencialmente. Ser mago significa desarrol ar un poder cognoscitivo que no siempre es aceptado por el saber oficial. Un mago es una persona común, pero que es consciente de que más allá de la superficie de las cosas existen otras realidades, otros movimientos, otras corrientes.

»Lo que está oculto bajo la apariencia de las cosas, ese lenguaje secreto que poseen las cosas, es invisible, pero tan real como lo es el amor, y sin embargo no podemos tocarlo.

-¿Consideras esa dimensión de la magia como un poder oculto?

46

-Todo lo contrario. El verdadero mago es el que, como dijo Jesucristo, tiene que luchar para que nada sea oculto. Su función es desvelar lo que el poder intenta ocultar a la gente, desenmascarar a las sociedades que juegan con el secreto para adueñarse de la voluntad de las personas ofreciéndoles un falso poder que es meramente destructivo.

»En esta sociedad, Juan, hay mucha gente que usa el secreto para dominar a los demás. Por eso, quien más poder tiene es quien controla mayor cantidad de información. Vi una obra, creo que de teatro, en la que se da una revolución en un país y a quien hacen ministro de Cultura es precisamente al censor, ya que era él quien conocía todo, pues lo controlaba todo. El verdadero mago es el que no se deja subyugar por las castas de los que dicen que lo saben todo, porque creen detentar todo el saber del mundo.

-Hay una cosa cierta, Paulo, y es que mucha gente teme a la magia.

-Y hacen bien, porque la magia puede ser muy peligrosa. Yo diría que es como la energía nuclear, que depende de con qué finalidades la uses. Con ella puedes crear la bomba atómica o generar luz. Por eso ni toda la energía nuclear es buena ni lo es todo tipo de magia. Hay que saber distinguir.

-Se nos quedó una pregunta sin contestar. ¿Crees en la personificación del demonio?

-Creo en la personificación del demonio artificial.

-¿Qué quiere decir eso?

-Que hay un demonio que es el brazo izquierdo de Dios y otro que es el producto del inconsciente colectivo que lo personifica. ¿Qué es, por ejemplo, la palabra? Es la personificación de un pensamiento. Entonces, de la misma forma que personificas al amor al pronunciar la palabra amor, puedes también personificar al demonio al invocarlo. Pero en el mismo momento en que enciendes la luz lo destruyes, porque no tiene más poder que el que tú mismo le das.

—Pero tú viste con tus ojos la personificación del demonio.

-Pero fue porque le concedí antes ese poder. Pero hoy ya no tiene poder sobre mí, porque se lo he negado.

Y ahora, Juan, me gustaría hablar de otras cosas...

CAPÍTULO VII

Las drogas

«No es verdad que la droga es un horror,

como dice la publicidad. La droga es mala

porque es fantástica.»

<La cocaína es la droga del demonio, porque te hace creer omnipotente.»

Algunos amigos de Coelho han intentado ocultar uno de los capítulos dolorosos del pasado del escritor: su paso por las drogas. O intentan minimizarlo, como si las drogas hubiesen sido en su vida algo pasajero, insignificante. Él no está de acuerdo. No quiere ocultar esa parte oscura de su pasado que le llevó al borde de la muerte, como cuenta con tremenda sinceridad en estas confesiones. Quedó tan escarmentado de su experiencia pasada que hoy se considera en este campo un conservador, y está contra la despenalización de las drogas. Pero también critica la política antidroga de cierta publicidad. Porque considera que es un engaño 47

decirle a un joven que la droga es horrible. Es un engaño, dice Coelho, porque no es cierto. Al revés, la droga es enormemente peligrosa y difícil de dejar precisamente porque es atrayente. Y los jóvenes tienen que saber que una cosa que produce efectos tan placenteros acabará conviniéndolos en piltrafas humanas imposibilitándolos para ejercer su voluntad.

-¿Qué fue lo que te l evó a abandonar las drogas definitivamente?

-Las drogas no las deja uno de un día para otro. En mi caso fui dejándolas por etapas. Los períodos duros de mi vida, en los que estuve metido a tope con todo tipo de drogas y alucinógenos, incluso los más fuertes y peligrosos, fueron en los años setenta. Y las fui dejando por motivos varios y diferentes.

-¿Por qué estás tan en contra de la actual publicidad contra las drogas?

-Porque en este campo se hacen verdaderas barbaridades, tanto en el ámbito de las drogas como en el del tabaco. Lo peor que se puede hacer con estas cosas es demonizarlas, como si fueran cosas horribles, desagradables, sin sentido. Para mí eso supone arrojar a toda una generación en brazos de las drogas.

-¿Por qué?

-Porque basta con que se les intente decir a los jóvenes que la droga es mala para que se sientan atraídos por ella. Yo creo mucho en la fuerza de la rebelión, porque sin el a no vivimos. Y la juventud es rebelde por principio y por fisiología.

—¿Por qué entraste en la droga?

-Precisamente por rebelión, porque estaba prohibido y todo lo prohibido me fascinaba. Era para mí y para los jóvenes del 68 una forma de contestar a la generación de nuestros padres. Contestábamos de muchas maneras y una de ellas era la droga. Yo fui siempre una persona de extremos a quien no gustaban las medias tintas, cosa que sigo siendo, gracias a Dios. Por eso me gusta lo que se dice en la Biblia: «Sed fríos o calientes porque si sois tibios os arrojaré de mi boca.»

»Ya te dije que me gusta ser guerrero de la luz, entablar batallas, por eso me resulta muy difícil concebir un universo en armonía. Para mí, el sol es un símbolo de lo que estoy diciendo. El sol, que es vida y que nos ilumina, en realidad no es nada armonioso, es una gran explosión atómica, que si nos acercamos a él morimos.

-Entonces, entraste en la droga por rebelión, porque era algo prohibido y suponía una forma de contestar a la sociedad encorsetada de entonces. ¿Pero por qué la abandonaste?

-Como te dije, la dejé por diversos factores. Y el primero fue por miedo. Yo había l egado muy lejos: cocaína, alucinógenos, LSD, peyote, mescalina, más otros productos farmacéuticos. Fui dejando las más fuertes y me quedé sólo con la cocaína y la marihuana. Y sin embargo hoy para mí la cocaína es el demonio, es la energía satánica que te da la falsa impresión de sentirte omnipotente mientras te está destruyendo, arrebatándote tu capacidad de decisión.

-Pero en aquel momento no lo advertías.

-No, yo consumía cocaína sin parar y no pasaba nada. La tomaba junto con mis amigos. Curiosamente, a mí

no me producía grandes efectos. La sentía como una cosa fantástica, como si adquiriese un enorme poder, sentía una gran sensación de fuerza y de bienestar.

-Pero sufriste con el a una terrible sensación de paranoia.

-Sí, fue cuando salí por tercera vez de la cárcel. Y cuando el famoso cantante Raúl Seixas y yo decidimos irnos a Nueva York. Mi paranoia era tan grande que se me hacía imposible vivir aquí, en Río de Janeiro. Salía a la cal e y creía que me seguían, hablaba por teléfono y creía que me escuchaban. Me acuerdo que fue en una Copa del Mundo, en 1974, cuando pensé que podía salir tranquilo a la cal e porque jugaban Brasil-Yugoslavia. Pensé

que se quedarían todas las calles vacías al estar todo el mundo viendo el partido, empezando por los militares, y que nadie me iba a seguir. Me dije: «O salgo hoy o no vuelvo a salir en mi vida.» Tenía un miedo cerval.

48

—Y saliste.

-Sí, y recuerdo que estaban las cal es desiertas. Miraba a las esquinas y me decía: «Si alguien me sigue, lo voy a notar en seguida.» Pero l egó un momento en que la paranoia era tan grande que no podía vivir así, no podía.

Decidí, pues, viajar a Estados Unidos. Fue cuando abandoné a todo el mundo, a todos mis amigos, siendo muy desleal con el os. Raúl lo comprendió totalmente porque pensó que si hubiese sufrido él mi paranoia, quizá

hubiera hecho lo mismo. Pero al final acabó contagiándose también él y fue cuando decidimos irnos los dos a Nueva York y abandonamos Brasil.

-Pero allí también seguiste con la droga.

-Sí, entonces la cocaína era la droga del momento, aunque a mí seguía sin provocarme grandes efectos, excepto el que me producía al mismo tiempo sentido de paranoia y de omnipotencia.

(En este momento Coelho nombra a una persona y me pide que no la cite en mi libro, me pide que hable sólo de su experiencia con la droga. Le respondo que esté tranquilo, pues él podrá revisar el texto antes de su publicación y me responde: «No, no quiero revisar nada. Lo leeré cuando esté publicado. Lo que estoy haciendo es un acto de entrega y de confianza absoluta en ti y no voy a releer nada.» Y así ha sido.)

-Y fue en Nueva York donde pudiste experimentar toda la peligrosidad de la droga.

-Sí, lo recuerdo perfectamente, porque fue el día de la renuncia de Nixon como presidente de Estados Unidos, el 8 de agosto. Yo tenía allí una novia y nos alojamos en el Vil age y allí nos hinchamos de cocaína los dos. Y fue la primera vez, tras un año de tomarla, en que noté todo el poder de esta droga. Por eso te decía que la publicidad antidroga se equivoca. La cocaína es mala porque produce efectos sorprendentes. Aquel día viví la droga con una intensidad enorme. Vimos la renuncia de Nixon y después nos fuimos a pasear a Time Square y de allí a una discoteca.

—¿Y cuándo tomaste conciencia de lo que te estaba pasando?

-Cuando volvimos de la discoteca -y, curiosamente, no había habido sexo-, al l egar a las nueve de la mañana sin poder dormir recuerdo a mi chica desnuda sobre la cama. En aquel momento tuve una inspiración. Me dije: «Si continúo con la cocaína de este modo, me voy a destruir.» Recuerdo que miré por la ventana y la cal e estaba vacía.

No fue nada en concreto, fue una sensación muy fuerte de que había emprendido el camino de mi muerte. Hasta entonces yo me sentía tranquilo, porque mientras veía a muchos de mis amigos destrozados por la droga, a mí no me hacía tanto efecto. Pero aquel día tuve conciencia de que si no cortaba, iba a acabar como ellos...

—Y decidiste dejarla.

-Sí, en aquel momento y ante mi novia desnuda sobre la cama, hice un juramento, cosa que hago muy raramente en mi vida. Me dije: «A partir de hoy, nunca más en mi vida voy a probar la cocaína.» Y mira, Juan, que en materia de drogas es muy difícil decir: «Nunca más en mi vida.»

-Y fuiste fiel a tu juramento.

-Hasta hoy. Seguí sólo con la marihuana, por el momento. Pero el juramento de abandonar para siempre la cocaína lo mantuve. Este juramento no lo he hecho con el tabaco, y sigo fumando aunque sé que no me hace bien. Pero de drogas, nada. Por eso te digo que aquel 8 de agosto de 1974, día en que Nixon dimitió, fue muy importante para mi vida futura.

-Pero acabaste dejando también la marihuana.

-Sí, fue estando con mi mujer, Cristina, en Amsterdam. Empecé a darme cuenta de que me producía siempre la misma sensación, que en el fondo no era nada, que no valía la pena seguir y lo mejor era abandonarla. Y

desde aquel momento, era el 1982, Paulo Coelho no volvió a probar ninguna droga ilícita.

-¿Por qué crees que hoy los jóvenes siguen corriendo de ese modo detrás de la droga?

49

-Creo que por el mismo motivo que lo hacíamos nosotros, aunque puede que también haya otros: porque se la presentan los mayores como algo horrible. Después se fuman un porro y se dan cuenta que de horrible nada, que hasta hacen mejor el amor.

-¿Qué habría que decirles entonces?

-Que es peligrosa por eso, porque te produce efectos fantásticos y no te deja ver al mismo tiempo cómo te va destruyendo poco a poco, anulando tu voluntad, convirtiéndote en un autómata y esclavo, incapaz de decidir ya por ti mismo en la vida. Por eso he dicho que es diabólica, porque es una gran trampa, un gran engaño. Recuerdo mi experiencia con aquel a mujer a la que secuestraron y torturaron conmigo en una checa de paramilitares.

Vivíamos veinticuatro horas bajo los efectos de todo tipo de drogas. Estábamos desquiciados. Viajábamos a Estados Unidos l evando droga en la maleta, exponiéndonos a ir a la cárcel. Nos daba igual, éramos totalmente irreflexivos.

»No sé dónde habría acabado de haber seguido por aquel camino. Probablemente, como acabaron algunos pobres amigos míos...

»Te he dicho que la cocaína es la droga del demonio, muy peligrosa. Lo que ocurre es que existe una gran hipocresía e irresponsabilidad en mucha gente que habla a los jóvenes contra la droga, porque el os son los primeros que no la han probado y, por tanto, hablan a ciegas, sin conocimiento de causa.

(Cristina interviene en la conversación para contar que había visto un anuncio contra la droga en el que se veía una

especie de lagarto que se metía por la nariz de una persona y le devoraba el cerebro. Y lo contraponía a otro anuncio más serio que había visto en Inglaterra en el que se daban consejos a quienes estaban metidos en la droga para que les hiciera el menor daño posible, en tanto no consiguieran dejarla.)

-Eso me parece genial. Tengo que hablar con un amigo mío que trabaja en publicidad para comentárselo. Lo que no se puede hacer es engañar a los jóvenes. Y yo creo que la publicidad de hoy más que frenar el uso de la droga, lo que hace es promocionarla.

-¿Qué dices sobre el tema cuando te piden una opinión en público?

-Siempre digo que estoy en contra, porque he vivido su peligrosidad en mi carne. Y estoy tan en contra que en esto me siento muy tradicional y no estoy de acuerdo en que se despenalice, aunque pueda parecer una contradicción, porque he dicho que la droga atrae sobre todo porque está prohibida. Pero, a pesar de todo, después de mi dura experiencia, prefiero que siga prohibida.

CAPÍTULO VIII

La conversión

«Las campanas en aquel campo de concentración sonaban por mí.»

Paulo Coelho, a sus treinta y cuatro años, después de haber abandonado la mayoría de sus aventuras juveniles, emprendió un viaje con su mujer Cristina a la búsqueda de un nuevo camino espiritual. Y en aquel viaje, en el lugar más impensable, en el campo de concentración nazi de Dachau, vivió una experiencia espiritual muy fuerte que enderezaría definitivamente su vida de nuevo hacia el catolicismo. Debió de ser muy intensa 50

aquella vivencia si a casi veinte años de distancia, al relatarla para este libro, a las tantas de la madrugada, Coelho no resistió la emoción y hubo que interrumpir la grabación porque prorrumpió en llanto.

—Tenías treinta y cuatro años cuando decidiste ser, por fin, una persona seria y centrada en tu vida.

-Sí, habían pasado demasiadas cosas y había cometido demasiadas locuras en mi vida. Mi mujer, a la que yo llamo sin nombre, la que había sido torturada conmigo por los paramilitares y con la que me porté tan cobardemente como te he contado, me había abandonado. Mi tercer matrimonio, con Cecilia, también había terminado. Entonces, en 1979, me casé con Cristina. Un día me echaron de la Polygram, donde trabajaba, pero no tenía problemas económicos, era propietario de cinco pisos y tenía en el banco entonces diecisiete mil dólares.

Empecé a sentir curiosidad de nuevo por algo que yo había alejado totalmente de mi vida de la que había perdido el control.

-Y volviste a marcharte de viaje.

-Exactamente. Estaba muy poco satisfecho de mi vida y le dije a Cristina: «Mira, tengo treinta y cuatro años, en breve voy a estar muy viejo, así que vamos a vivir, vamos a viajar por el mundo, vamos a buscar el sentido de la vida, a volver a los sitios donde estuve yo cuando era joven.» Empezamos así un gran viaje.

-¿Adonde fuisteis?

-Fuimos a varios países, incluida Alemania. La pequeña Paula, mi sobrina a la que has conocido, hija de la hermana de Cristina, acababa de nacer y fuimos a los países comunistas. Yo mantenía mis ideas socialistas y quería conocer de cerca aquella realidad. Compramos un coche en Yugoslavia, en la embajada de la India. Y de al í

regresamos a Alemania, porque la hermana de Cristina vivía allí. El coche, que en realidad no se podía comprar, era un Mercedes que nos costó mil dólares; era perfecto, precioso, pero con la matrícula diplomática. Lo que hicimos fue cambiarle la matrícula en Alemania, y listo. Fue un viaje fantástico, l eno de aventuras. Llegamos a Alemania, la hermana de Cristina vivía en Bonn, pero nos quedamos en Munich, porque siempre había tenido una gran curiosidad por la segunda guerra mundial.

-Y fue en Alemania donde os fuisteis a visitar un antiguo campo de concentración.

-Sí, como no había estado nunca en uno de estos campos, sentía mucha curiosidad por visitarlo. Nos fuimos al campo de Dachau. Como ya has estado al í, no es necesario que te cuente mucho. Recuerdo que era domingo y no sé por qué creo que aquel día fuimos a misa. Llegamos después a Dachau, aparcamos el coche, no había nadie. Era un domingo de febrero, cero grados y un viento helado que cortaba la cara. Entramos. En el museo no había nadie, ni siquiera el guarda, lo visitamos y aquello empezó a tocarme muy hondo.

-Es verdad, la primera vez que uno entra en uno de esos campos siente que se le hiela la sangre. Yo recuerdo una visita a la celda de la muerte en Auschwitz, en Polonia, y en mi vida olvidaré aquella impresión.

-Yo sólo tenía la experiencia de las películas, pero la realidad no tiene nada que ver, es mucho más honda y horrible. Había una sala con familiares que habían perdido allí a alguno de sus parientes y aquello me impresionó

particularmente, porque si el campo era el pasado, aquello era el presente. Visitamos después la casa del guarda del campo y un pequeño barracón. Todo desolador. Y al salir, a la izquierda, el contraste: una exuberante vegetación, un río, y los viejos hornos crematorios.

-Yo no tuve el coraje de entrar en los hornos. Los considero malditos, la degradación de la humanidad.

-Yo exclamaba, ¡qué horror!, y mi imaginación empezó a funcionar. Me encerré en uno de los baños, solo, para ver qué experimentaba. Había una luz distinta, bonita, una luz de la mañana, un contraste total.

-Los contrastes de los campos de concentración de los que hablas provocan escalofríos. No puedo olvidar que en Auschwitz, al lado de uno de los tubos herrumbrosos de los que debía de haber salido el agua 51

en los tiempos del horror, había nacido una diminuta flor silvestre, quizá abrazada a alguna gota de agua que se habría escurrido.

-Cuando salí del baño, era mediodía en punto. Salimos mi mujer y yo y nos fuimos hacia el coche, que habíamos dejado aparcado cerca de la caseta del guarda. Si te acuerdas bien, al final de Dachau hay tres capil as, una católica, una judía y la otra supongo que protestante. Fuimos a la capilla católica, encendimos una vela y nos dirigimos hacia el coche que estaba muy lejos; había que hacer un largo recorrido y el frío era tremendo.

»Mientras caminaba empezaron a sonar las campanas anunciando el mediodía.

-Eran las mismas campanas que un día sonaban para agrupar a los presos en el campo.

-Efectivamente. Y mi fantasía voló muy lejos. Acostumbrado como escritor a crear los ambientes, pensaba en los barracones abarrotados de presos, en toda aquella degradación del hombre. Caminaba para hacer más leve aquella impresión espantosa y en un cierto momento me paro y leo en el techo de la casa del guarda: «Nunca más.» Aquel o me tranquilizó momentáneamente, pensando que aquello ya no volvería a suceder, porque era imposible que el hombre pudiera repetir aquella barbarie.

-Por desgracia, no ha sido cierto.

-Es lo que empecé a entender de repente, que no era cierto que aquel o nunca iba a repetirse, porque en realidad estaba sucediendo de nuevo en aquel momento. Yo mismo había experimentado en mi piel el horror de que un ser humano te torture y te someta a las vejaciones más humil antes sin que puedas defenderte. Me acordé

de las guerras sucias, de los que morían en aquel momento en El Salvador. Recordé que los mismos horrores estaban padeciendo las madres de la plaza de Mayo, en Argentina, pensé en los militares que arrojaban a las personas inocentes desde lo alto de los aviones, y en todos los horrores perpetrados en las checas de las dictaduras.

—Y te diste cuenta de que el hombre continúa siendo igual de loco y de miserable.

-Y de repente me entró una desesperación, una impotencia y una sensación de inutilidad absoluta espantosas.

Pensé: estos hijos de puta de seres humanos no aprenden nada; estamos condenados a repetir los mismos horrores, porque lo que pasó en Alemania en 1945 sucede ahora en mi continente. Pero al mismo tiempo que pensaba eso, también pensaba que no era posible que el hombre no aprendiera las lecciones del pasado. Y

empecé, como si leyera un libro, a repetirme algo que otro escritor había dicho, «que ningún hombre es una isla». Me pregunté dónde había leído eso. «Un hombre no es una isla.» ¿En qué libro lo leí?... Pero poco a poco me vino a la memoría todo el párrafo: «Cuando Europa pierde un trozo de tierra, cuando un hombre muere, todos morimos.» Me decía a mí mismo: pero ¿quién escribió eso? Recordaba todo el trozo de memoria, y también la última frase: «No me preguntes por quién suenan las campanas, ellas suenan por ti.» Cuando me di cuenta, estaba en medio de un campo de concentración con las campanas que sonaban y fue una gran emoción, porque entendí de repente, como en un momento de iluminación, que aquellas campanas sonaban por mí.

(Aquí hubo que interrumpir la grabación porque Paulo Coelho rompió a llorar. Tras unos segundos, como queriendo quitar importancia a su emoción, pidió perdón y dijo: «Quizá he bebido demasiado.»)

-Y aquel o, Juan, no fue un acto simbólico porque en aquel instante, cuando descubrí que las campanas sonaban por mí y que también yo debía hacer algo en mi vida para detener aquel horror de una humanidad que no escarmienta en sus locuras, oí una voz y vi una persona, la vi y desapareció. No me dio tiempo a hablar con ella porque se esfumó en seguida pero se quedó perfectamente grabada en mis ojos.

-¿Y qué hiciste?

-Volví al coche, conté la historia, l oré, pero como la tendencia de la humanidad y de todos los hombres es la misma, al día siguiente ya se me había olvidado, ya no sabía por quién sonaban las campanas, pensé que había sido una experiencia más en mi vida.

-Pero no era así.

52

-No. Pasaron otros dos meses y continuaba viajando cuando un día, estando en Amsterdam, decidimos quedarnos allí, en un hotel que ahora no existe, porque era un hotel ilegal pero muy barato y fantástico.

Estábamos al í cuando dije que iba a dejar de fumar marihuana y cuando Cristina tomó su primera y última dosis de LSD. El hotel tenía un bar en la parte de abajo. Yo estaba tomando un café con Cristina y, fíjate, en un momento dado, entra una persona para tomar otro café y digo: «Yo a esa persona la conozco, pero no sé de qué.» En seguida recordé que la había visto en el campo de concentración. Pero me dio miedo, pues pensé que podía estar persiguiéndome por mis experiencias de 1974, cuando estaba en la magia negra. Pero al mismo tiempo sentía curiosidad y pensaba que si no la abordaba, entonces podía irse y no volvería a encontrarla.

-Y la abordaste.

-Sí, me levanté y le dije: «Yo le he visto a usted hace dos meses.» Él me miró, me habló en inglés y me respondió: «¿Usted está loco?» «No, no, no estoy loco, le vi hace dos meses», le contesté. Yo estaba como trastornado, porque me volvió de repente toda la experiencia del campo de concentración. Y al mismo tiempo había oído que las sectas a veces persiguen a quienes las abandonan, aunque yo nunca me había creído eso. Él me dijo: «¡Siéntate!», y empezó a preguntarme una serie de cosas. Mientras me preguntaba, yo estaba cada vez más convencido de que tenía que ver con lo del campo, que era la persona que había visto allí como una aparición.

-¿Y él qué te contó?

-Me dijo: «Mira, quizá me hayas visto, pero existe una cosa que se l ama proyección astral, porque tú no has podido verme antes. Son cosas que ocurren cuando se toman alucinógenos.» Y yo dándole excusas para que no se fuera, pues sentía dentro de mí que se trataba de una persona importante en mi vida. El seguía hablándome de la proyección astral pero al final me comentó: «Creo que tienes algunos problemas que todavía no has solucionado, y si quieres te ayudo. Yo trabajo en una multinacional, me llamo Jean, si quieres puedo echarte una mano, pero tienes que decirme sinceramente si quieres o no que te ayude.» Le contesté que tenía que pensármelo. «Siempre tomo el café aquí, a esta hora, mañana me das una respuesta, pero si esperas a pasado mañana consideraré que ya no quieres mi ayuda», me dijo. «Tienes veinticuatro horas para pensártelo.»

»En aquel momento yo estaba hecho un lío, porque no sabía si se trataba de una persona para el bien o para el mal. Hablé con Cristina, no dormí en toda la noche. Me sentía absolutamente confuso.

-¿Y al final qué decidiste?

-Decidí que sí. Y al í empezó un nuevo tramo de mi vida, con mi vuelta a la Iglesia católica. Porque aquel individuo pertenecía a la orden católica RAM (rigor, amor, misericordia), que tiene más de quinientos años. Él fue quien me habló de toda la tradición, del anclaje simbólico dentro de una iglesia. Él había estado en el Vaticano mucho tiempo. Y desde entonces empecé a interesarme por aquel a vieja tradición católica, por la tradición de la serpiente, hasta que un día me l evó a Noruega y allí me dio este anillo, que todavía llevo, con las dos cabezas de serpiente. Y entonces empecé a aprender el lenguaje simbólico, que no es el esoterismo cristiano, sino la simbología cristiana.

-¿La Iglesia lo acepta?

-Es una tradición muy antigua.

(En aquel preciso momento, Cristina descubrió una pequeña pluma de ave debajo de la mesa alrededor de la cual estábamos conversando, la mesa del comedor de la casa, ha recogió y se la entregó a su marido, «¿Qué

es eso?» «Una pluma blanca de ave.» Coelho, emocionado, le dio las gracias a su mujer y explicó que para él la presencia repentina de esa pluma en un lugar inesperado era la señal de que estaba a punto de nacer un nuevo libro suyo. Y nosotros estábamos ya al final de nuestras conversaciones.)

-La entrada en la orden RAM te reconcilió con el catolicismo. Vero se trata de una orden poco conocida.

¿Tiene muchos miembros?

53

-Es que las personas que creen y actuamos en el a hablamos poco de nuestra experiencia. Se trata de una orden fundada hace más de cinco siglos, dentro de la Iglesia católica. En ella se transmite un lenguaje simbólico, a través de una tradición más bien oral. Pero no es nada secreto. El RAM es más una práctica de lo sagrado que una teoría del mismo. Por eso somos un grupo muy pequeño. De hecho, sigo teniendo sólo cuatro discípulos.

CAPÍTULO IX

El escritor

«Mi proceso de creación literaria se parece

al de una mujer grávida que tiene que dar a luz una nueva criatura.»

«Para inspirarme, necesito hacer el amor con la vida.» «Yo escribo para el niño que l evamos dentro.»

Si durante años Paulo Coelho fue conocido sobre todo como un mago de fama, a quien se atribuían poderes extraordinarios como la capacidad de hacer l over, hoy la de escritor es su dimensión primordial. Y es precisamente esta dimensión literaria la que muchos críticos se empeñan en negarle, catalogando sus libros más bien entre los de autoayuda o esotéricos. Coelho reivindica su derecho a escribir sencillo para llegar a todos los públicos. Se considera un narrador de historias y cree que en una librería sus libros tienen que estar en los anaqueles de Literatura o Filosofía. A quien le achaca que se pueden encontrar faltas de gramática en sus libros, les responde irónico que hubo críticos que las hallaron también en el Quijote, de Cervantes. Lo que nadie le niega es que figura entre los diez escritores más vendidos del mundo, con veintidós millones de ejemplares hasta septiembre de 1998, a pesar de que el conjunto de su producción es bastante reciente y con apenas una docena de títulos publicados. En pocos años Coelho ha vendido más que Jorge Amado en toda su larga vida. De su proceso creativo como escritor ha hablado en estas conversaciones, afirmando que para escribir necesita hacer el amor con la vida.

-¿Por qué sientes la necesidad de escribir?

-Porque creo que la única forma de compartir nuestro amor personal es el trabajo, y el mío es escribir, como el del taxista es conducir.

-¿Has sentido que el escribir era algo que se te imponía o lo has elegido tú?

-Lo he elegido y además había soñado toda mi vida con ello. Lo había perseguido siempre, incluso a trompicones, equivocándome muchas veces, pero triunfó la fuerza de mi voluntad, que ha sido siempre el lema de mi vida.

-Has dicho que para escribir necesitas conectarte con el centro de la energía. ¿Qué significa?

-A mí me gusta usar los términos de la alquimia, que es el alma del mundo, o los del inconsciente colectivo de Jung. Conectas con un espacio donde está todo.

-Borges habla mucho de eso.

-Borges le l ama el Aleph, el punto donde están todas las cosas. El Aleph es una palabra judía, de la cabala, es la primera letra del abecedario. Es el punto que abarca todo al mismo tiempo. En el cuento de Borges que se l ama 54

precisamente El Aleph, un hombre está caminando, tropieza y se cae, y sin querer entra en ese punto en el espacio en donde ve todo al mismo tiempo: todas las personas, toda la selva, los ríos, los universos todos.

—¿Es lo que experimentas al escribir?

-Hay un momento cuando escribes en que te sientes cansado y sigues adelante por disciplina, pero en un cierto momento, sin saber por qué, te conectas con algo que te produce placer, es como una fuente de energía, y entonces el tiempo fluye rápido. Creo que es ese momento creativo en el que el hombre se conecta con sus semejantes.

»La vida tiene para mí ese carácter simbólico muy importante, porque somos símbolos, no somos sólo seres humanos.

-A ti te gusta mucho el símbolo del agua.

-Quizá porque tengo siempre aquí ante mis ojos, mientras trabajo y descanso, este magnífico mar del Atlántico, y esta playa soberbia de Copacabana. El agua es una de las cosas más simbólicas, al ser uno de los elementos básicos de la vida y de la creación. Mira, en el mar existe ese momento de conflicto en el que se forman los oleajes.

Es el momento en que distinguimos el mar de la tierra. Y es esa zona, a veces calma, a veces movida, a veces fatal, donde está la zona de la creación.

»Yo respeto mucho el misterio de las cosas. Sé que hay cosas que ocurren, pero no sabemos por qué y hay que respetar esa zona oscura de misterio.

-A veces, empiezas a escribir cosas de las que después te arrepientes y las abandonas o las destruyes.

-Es verdad. Cuando empiezo a escribir, no sé si hago bien o hago mal. Escribo antes que nada para mí, ya que soy el primer lector de mí mismo. Antes tenía la costumbre de dar mis libros a leer a otros antes de publicarlos.

Ahora, no. Cargo yo con la responsabilidad. Y cuando me doy cuenta de que algo que estoy escribiendo no funciona, lo abandono. Me pasó hace poco con un libro que había empezado sobre los gitanos. En un cierto punto lo abandoné.

—¿Y cómo adviertes que algo que estás escribiendo no funciona?

-Porque noto que no es sincero, que no fluye. Lo sientes dentro de ti.

—¿Cómo eliges los temas de los que escribes?

-Soy un escritor políticamente comprometido con mi tiempo, y mi gran búsqueda fue siempre la espiritual. Por eso esta problemática está siempre presente en mis libros. Hubo un momento en que creía que podía responder a todo lo que me preguntaban, pero ahora me doy cuenta de que eso no es posible, además de ser ridículo.

Explicaciones podría tener para todo, tomadas de los maestros y gurús. Pero no sería algo mío. La verdad es que seguimos siendo un misterio y de una sola cosa estoy seguro, y es que tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos.

Y es en ese momento cuando te sientes contento. Si no actúas con sinceridad en tu vida, te engañas a ti mismo y engañas a los demás, aunque por poco tiempo, porque el imperio del mal también tiene su lógica.

-¿Cómo es el proceso creativo que te lleva a la producción de un nuevo libro?

-Te pondré un ejemplo gráfico. Acabo de regresar de Japón, donde he estado varios días firmando libros. Y

allí vi un artefacto curioso para espantar a los ciervos que me hizo pensar precisamente en mi proceso literario. El artefacto en cuestión es un bambú con un hueco al que van llenando de agua. Cuando el bambú está

completamente lleno, el agua sale y rebota contra algo que produce un fuerte ruido y espanta al ciervo. Aquel o fue para mí un símbolo, porque nosotros nos vamos l enando y en un cierto momento necesitamos compartir.

Podemos l amar a eso amor o necesidad de participar de la vida, pero la verdad es que cuando hacemos algo con entusiasmo, lo hacemos impulsados por la necesidad de compartir.

-Tú, personalmente, ¿cómo te l enas?

55

-Me l eno sin pensar, con el clásico proceso del embarazo, después de haber hecho el amor con la vida, aunque sin saber nunca quién es el padre. Durante dos años, en el intervalo que suele pasar entre un libro y otro, no hago nada, no tomo apuntes, pero estoy totalmente disponible a la vida. Y en algún momento, algo entra dentro de mí y me hace grávido. Y en seguida siento la necesidad de escribir.

-¿Y cómo notas que estás a punto de «dar a luz»?

-Lo noto porque empiezo a sentirme, no diría enfadado, pero sí irritado. Es cuando me digo a mí mismo: me siento l eno, grávido, listo para dar a luz.

-O sea, que tienes que estar abierto para recibir y después tienes que oxigenarte para manifestarlo.

-Ésa es precisamente la fórmula clásica de la alquimia, que se resume en disolver y coagular. Por eso, después hay que disolver y concentrar. Es como el mecanismo del corazón, y de tantos otros de la naturaleza.

-¿Es importante para ti una cierta disciplina a la hora de escribir o prefieres la anarquía?

-La anarquía me gusta para otras cosas, pero a la hora de escribir, la disciplina me resulta fundamental. Esa disciplina es lo más positivo que recibí en mi formación juvenil en el colegio de los jesuitas, tan negativo por otros motivos. A mí, en general, cuando me siento ante el ordenador dispuesto a empezar un libro, me entra una pereza enorme. Me digo: pero si ya he escrito bastantes libros, ya soy un escritor consolidado, para qué

necesito más. Es, claro, una excusa de mi pereza. Empezar siempre es difícil. Después empieza a fluir, pero lo duro es cuando te encuentras a mitad del libro, porque no tienes el entusiasmo de cuando lo iniciaste y sabes que estás aún muy lejos del final. Ahí es donde tantos escritores sucumben.

-¿Tienes tú también, como otros escritores, algunas manías a la hora de escribir?

-Sí, muchas. Una de el as es que cuando empiezo un libro no puedo interrumpirlo ni un solo día, porque si lo hago no soy capaz de continuar. A veces, para no parar, durante los viajes, escribo en los aviones y en los hoteles.

Sólo este año he roto esa cadena con el último libro de Verónika decide morir. Al principio fui fiel, pero después tuve que dejarlo durante una temporada. Gracias a Dios pude continuar, lo que indica que también en las manías existen excepciones a la regla. Otra de mis manías es que tengo que escribir los libros aquí en Brasil, en mi casa de Copacabana.

-Pero, curiosamente, casi todos tus libros están inspirados en España y, desde luego, ninguno todavía en Brasil.

-Exactamente. Ésa es otra de mis paradojas. Mi pasión por España nació por el hecho de que muy pequeño tuve una niñera española. Desde entonces toda mi fantasía se dirigía hacia ese país. Por eso tengo tantas obras ambientadas en España. Pero para poder escribir necesito una cierta distancia y estar aquí, a pesar de que estoy envuelto en mil problemas. Pero yo necesito para crear el cansancio de lo cotidiano.

Además, me siento profundamente brasileño y por eso necesito de mi Brasil para escribir.

-¿Qué significa para ti ser brasileño?

-Es vivir en un caldo de cultivo permanente, en una mezcla de razas única en el mundo, con influencias africanas, autóctonas, japonesas, europeas. Es esa mezcla de mil cosas lo que nos ha enseñado a los brasileños a ser tolerantes con el mundo del espíritu, con todo lo mágico que se manifiesta a través de los símbolos, básicamente de la música, la danza y la poesía.

-En Europa ya no existe esa tolerancia.

-No es que no exista, es que la habéis olvidado. Hagamos un poco de historia: cuando los hombres nómadas empiezan a bajar de las montañas para construir las primeras ciudades, ¿quién elegía el lugar? y ¿qué motivos les llevaban a elegir un cierto lugar donde levantar la ciudad? No eran criterios lógicos, sino mágicos y extraordinarios.

Era el período en que Dios no tenía aún nombre, porque no estaba en un lugar concreto, caminaba con los hombres en su continuo peregrinar. El politeísmo y los nombres de Dios nacen con la creación de la ciudad.

56

-Y empiezan a crearse los templos.

-La ciudad empieza a nacer cuando el hombre descubre la agricultura y entiende que puede comer sin necesidad de moverse continuamente. Y comprende el lento proceso del tiempo necesario entre la siembra de la semilla y la recolección del fruto. Ese es precisamente mi viaje mental como escritor. Es cuando empieza el hombre a descubrir la relación entre el acto de amor y el embarazo. Por eso, cuando ese proceso se desconocía no se sabía quién era el padre. El hombre empieza a darse cuenta de que para que las cosas germinen, nazcan y crezcan hace falta tiempo.

-Y las ciudades nacen alrededor del templo.

-El primer muro que se construye no es el que cierra la ciudad sino el que se levanta alrededor del templo.

Nace así la casta sacerdotal, el poder de lo sagrado. Dios ya tiene nombre y el altar y una parte de la población se adueñan de él. Se crea así la separación entre lo sagrado -el templo, donde reside el poder- y lo profano, que es el mundo que está detrás de ese muro.

—Y esa división permanece hasta hoy.

-Cambia la estructura de la ciudad, cambian los medios de transporte, los sistemas sociales y de gobierno, pero el símbolo de ese muro, de esa separación entre lo sagrado y lo profano, sigue en pie. Una separación que Jesús rompe en el Evangelio. A la mujer samaritana le dice que llegará un día en que los hombres «no adorarán en este templo o en el otro sino en espíritu y en verdad». Y en la parábola del buen samaritano, alaba la conducta generosa del samaritano que ayuda al herido tirado en el camino, a pesar de que los samaritanos eran los ateos, los sin religión, mientras que critica al levita, que era el hombre de lo sagrado, del templo.

»Pero en este momento mucha gente empieza a comprender que para poder gozar del misterio e injertarlo en nuestra vida es necesario quebrar esa separación entre lo sagrado y lo profano. Roto el muro, lo sagrado empieza a penetrar en lo profano. Y eso ocurre en Brasil.

-Ésa es precisamente la gran diferencia que los europeos advierten al entrar en contacto con vosotros, los brasileños.

-¿Y sabes por qué? Porque en Brasil, con la confusión de razas y culturas, no hubo tiempo para construir el muro alrededor del altar. A Bahía l egaron los esclavos africanos con sus ritos, y se juntaron con los cristianos, y nació el sincretismo, que no siempre es positivo pero que es mejor que el que una religión quiera dominar a las demás. Como no se construyó ese muro que separa lo sagrado de lo profano, lo mágico de lo real, el misterio penetró en todos los ambientes. Lo sagrado entró en todo lo profano.

»Por eso los brasileños no son alérgicos al espíritu y aceptan toda experiencia que esté impregnada de espiritualidad o de misterio. No sé si habrás notado que los únicos futbolistas del mundo que salen al campo cogidos de la mano, para transmitirse energía, son los de la selección de Brasil. Ronaldo está siempre al final de la cola y tiene que tener una mano libre para poder tocar el suelo y recoger la energía del campo.

-De ahí que los brasileños sean no sólo tolerantes con todas las manifestaciones religiosas o del espíritu, sino que eso forme parte de su vida en todos los niveles.

-Si vienes un fin de año aquí, a esta playa de Copacabana, en Río, verás un espectáculo increíble. Te encontrarás con un mil ón de personas, todas católicas, pero que vienen vestidas de blanco a arrojar flores al mar, que son ritos antiguos africanos. Aquí conviven todas las creencias, y los creyentes saben compaginarlas sin problemas de conciencia, como muy bien saben los teólogos.

»Por eso digo que el ser brasileño influye mucho en mi proceso de creación artística, porque aquí las personas son muy intuitivas, no se avergüenzan de apostar por lo espiritual y mágico, son mucho más paradójicas que cartesianas. Son tremendamente humanas y abiertas a todo lo que es misterio.

-Por eso has elegido vivir aquí.

57

-He elegido vivir en Brasil y concretamente en esta ciudad de Río de Janeiro, que es la más maravil osamente transgresora y viva del mundo. Ya te dije que soy un hombre de extremos. Wil iam Blake ha escrito: «La carretera de los extremos l eva al palacio de la sabiduría.» Es lo que yo creo. Por eso, cuando escribo un libro, diría que lo escribo «a la brasileña», es decir, con pasión. Por eso, dentro de Río he escogido vivir aquí, en esta zona de Copacabana, frente al mar. En Río hay lugares más tranquilos, dentro mismo de la floresta, pero éste es un lugar de fuertes contrastes, entre el mar y la selva. Verás que la acera de la playa es blanca y negra, y aquí conviven la miseria y la riqueza codo con codo. Hay otros barrios que son híbridos. Éste es un barrio con fuerte personalidad, donde mi espíritu se encuentra a gusto para escribir.

-A propósito del fin de año, ¿lo pasas aquí, en Río?

-No, te va a extrañar, pero yo paso los fines de año en la gruta de Lourdes. Por eso, si quieres venir a pasarlo aquí, puedo dejarte mi casa.

-¿Que pasas el fin de año en Lourdes? Dicen que para el último año del siglo ya no queda un solo puesto libre ni en hoteles ni en restaurantes de las ciudades importantes del mundo.

-Pues yo espero que haya un rincón para mí en aquella gruta. En 1989 pasé allí mi cumpleaños sólito, y fue una experiencia muy fuerte. Y, a partir del año siguiente, empecé a pasar los fines de año con mi mujer, Cristina, en la gruta de las apariciones. Suele hacer mucho frío. No hay más de cincuenta personas. La primera vez, aquel o me tocó mucho, casi me hechiza la Virgen. Y es lo que te decía de la religión como adoración. Al í la gente, l egada de sitios muy distintos y con sentimientos muy distintos, se siente unida sólo por una atmósfera religiosa de oración sencil a.

-¿Y cómo celebráis el año nuevo?

-Prácticamente, nada. No hay alegría ni tristeza, sólo serenidad. Casi siempre l ueve. Solemos cenar antes en el hotel, una cena sencil a, y después todos nos deseamos un año nuevo feliz. Vives muy de cerca el misterio de la fe.

Hubo un año en que fui a la gruta por la mañana y había un señor sentado allí meditando. Y cuando volví por la noche aún seguía allí. Quizá estaba cumpliendo una promesa, no sé. La verdad es que todo es muy mágico esa noche en Lourdes, con tan poca gente.

-Pero ¿no crees que la dimensión mágica está un poco fuera de moda en una sociedad en que priman la producción, el consumismo, la tecnología, la globalización del mercado?

-Te voy a decir una cosa, Juan: para empezar, todo eso de la globalización de los mercados, de las bolsas, etc., es lo más mágico que existe. Ésa sí que es magia. Porque no me dirás que hoy los economistas entienden algo de nada. Están perdidos. Son incapaces de hacer una previsión, de planificar nada, porque l ega la magia de los mercados mundiales, de las bolsas, y basta con que se resfríe la economía de Japón para que todos pesquen una gripe mortal. Soportan todos unos efectos mágicos que no saben ni pueden controlar.

»Todos esos gurús de la economía, esos sumos sacerdotes, tienen su religión, sus dogmas, sus misterios, sus secretos, con los que juegan para impresionar a los pobres mortales, pero la realidad es que hoy esa magia de las bolsas los está dejando desnudos, sin religión.

-Pero tú también jugarás en Bolsa.

-Muy poco. Y siempre desafío y desconcierto al banquero. Voy y le digo: «Estas acciones que bajan van a subir.» Él me responde que no, y yo que sí. Y cuando suben me pregunta: «Pero tú ¿cómo lo sabías?» Y yo le respondo: «Porque tengo intuición femenina, y si han bajado tanto, la única r azón es que tienen que subir. Ustedes dicen que no es posible y me dan mil razones, y yo me guío simplemente por el movimiento del mar, donde si la marea baja es porque tiene que subir después.» Tan simple.

-Es una magia que cada vez les resulta más difícil de controlar.

58

-Ellos hacen sólo conjeturas científicas, nosotros creemos que saben, pero la verdad es que están en ayunas, como todos esos economistas. Es como las fuerzas del bien y del mal. Si un día las fuerzas del mal deciden devaluar la moneda de Brasil, y arruinar su economía, lo hacen y no hay economista capaz de remediarlo, no hay gobierno capaz de frenarlo. Por eso, yo me meto muy poco en esas cosas, coloco mi dinero en libretas de ahorro y ya está.

-¿Crees entonces en el mal?

-Buena pregunta. Creo en dos males: en el natural y en el artificial. El mal natural, porque soy monoteísta, es el brazo izquierdo de Dios, son cosas que suceden. El mal artificial son las cosas que nosotros hacemos y proyectamos en el tiempo, porque éste es un universo simbólico y eso se transforma en realidad. Para acabar con las tinieblas, basta con que enciendas la luz, porque no puedes encender las tinieblas.

-Después dices que no te gustan las metáforas.

-Hay cosas que sólo se pueden explicar con imágenes. Pero volviendo al mal, lo que l amamos así, son cosas que pasan, que uno no puede comprender y que hieren. El clásico ejemplo es el de Job.

-¿No crees que existe el peligro de que acabemos justificando el dolor y la injusticia, en vez de combatir las estructuras que los producen?

-Eso es siempre un peligro y es el peligro de la búsqueda espiritual en general. Hay que estar siempre alerta.

Pero te aseguro que yo no he conocido nunca ni a una sola persona que siga con seriedad su camino espiritual que justifique el sufrimiento y que no haga nada para combatirlo dentro de sus posibilidades.

-Pero ¿no crees que existen personas que se jactan de ser muy espirituales y que en el fondo no hacen nada para cambiar este mundo injusto?

-Creo que no hay que generalizar. ¿Quién cambió mi vida, por ejemplo? Fueron personas que me iluminaron con su ejemplo, y para eso tienen que ser personas visibles que no tengan complejos de mostrar su virtud. Ya en el Evangelio se dice que una lámpara no se enciende para ponerla detrás de la puerta sino para que ilumine la casa.

»Yo también he visto cosas horribles en mi vida, personas que han intentado manipularme en el mundo de la magia y de lo espiritual y diría que, incluso yo, en los años setenta, intenté también manipular a las personas. Pero al final las personas no son tan tontas como pensamos y saben distinguir entre quienes les llevan hacia la luz o hacia las tinieblas. Hace sólo unos días vi un programa de televisión sobre las sectas. Tengo horror a las sectas, pero la forma como se dirigió aquel programa daba pena. Se creen que somos todos niños pequeños incapaces de pensar.

-Volviendo a tu condición de escritor, ¿no sientes la responsabilidad de lo que te está pasando? Porque son millones las personas que leen tus libros, y no de una manera pasiva sino activa.

-La digresión que hemos hecho es también importante para que mis lectores puedan entenderme mejor como escritor, porque uno escribe de lo que siente y vive. Y en cuanto a mi responsabilidad, sí que la siento, y mucho, precisamente porque veo los efectos que mis libros producen. Y porque soy consciente de haberme equivocado ya varias veces en mi vida.

»Sé que soy un escritor famoso, traducido en el mundo entero, muy amado, pero también pirateado, detestado y odiado. Pero presente y vivo. Creo que la primera pregunta que me hago como escritor es si soy sincero conmigo mismo. Y hasta este momento, lo siento así. Y además el tener que recorrer el mundo hablando varias veces en distintos lugares de un mismo libro me obliga a reflexionar continuamente sobre ellos. Sobre todo porque tengo que presentar los mismos libros en distintos lugares y en tiempos distintos y eso me l eva a estar siempre reflexionando sobre ellos.

-¿Te molesta que te vean además de como escritor como un gurú o maestro?

59

-Eso es un problema. A veces me preocupa esa frontera entre el escritor y el gurú, y me pregunto si estaré

preparado para ese desafío. Se trata de una bomba peligrosa. Hasta el momento la he eludido limitándome a mi función de escritor. Sobre lo que tengo que decir en mis libros actúo como catalizador.

-Eso mismo decía Federico Fellini, quien al ser solicitado para que emitiese opiniones sobre lo habido y por haber, se protegía diciendo: «Yo ya lo he dicho todo en mis películas.»

-Eso es muy bonito. La verdad es que hasta el momento me he defendido para no salirme de mi función de escritor. Hace cinco años, hubiera podido pasarme la vida dando conferencias, cursos, etc., ganando un montón de dinero. En Brasil llevaba vendidos seis millones de libros, lo que significaba muchos millones de lectores. Si hubiese hecho pagar sólo un dólar por asistir a mis conferencias, me habría hecho de oro. Pero no lo hice.

-¿Cómo llevas las críticas que algunos hacen a tu forma de escribir?

-Los críticos tienen que hacer su trabajo y a los escritores siempre nos ayudan. Nunca me siento herido personalmente por la crítica, pues soy consciente de que he decidido escribir con mucha sencil ez, directo, para que todos puedan entenderme. Por eso a veces dicen que si no sé escribir, que si soy demasiado simple en lo que escribo. A mí me parece que no existe una única forma de escribir. Cada escritor tiene su personalidad y sus peculiaridades y cada uno escribe para su público.

»Pero yo nunca me enfrento a mis críticos, y cuando los encuentro soy amable con ellos, no por cinismo o porque me sienta vencedor debido a los millones de libros vendidos, sino porque estoy muy tranquilo por hacer las cosas como las hago. Sí siento un gran amor y ternura por

las personas sencillas que son sinceras y verdaderas. Con ellas me identifico.

-Te veo muy enfadado, en cambio, con algunos editores.

-Y te voy a explicar por qué. Al principio, no tenía ninguna experiencia y firmaba mis contratos por lenguas. Y

ocurría que, por ejemplo, l egaban mis libros a la India desde otro país a un precio de quince dólares, cuando el precio de un libro en la India es de una media de tres dólares. Y es un país con quinientos millones de personas.

¿Cómo podían enviar los libros tan caros desde Inglaterra o Irlanda? Entonces me enfrenté. Impuse que mis libros se editaran en cada país, para que tuvieran el precio de cada sitio y no fueran libros de lujo importados. Lo mismo me pasó en América latina y en África. Me planté por ejemplo con mi editor portugués, que mandaba mis libros a África con precios europeos. Yo le dije: «Mario, tú eres socialista y no crees en Dios. Yo sí creo, pero tu corazón socialista tiene que entender que no podemos vender los libros en África a precios tan altos. Hay que imprimirlos allí.» Y ahora ya tenemos libros, por ejemplo en Angola, en edición popular.

-Tienes tu biblioteca escondida, ¿por qué?

-Ya te dije que me da pudor hacer ostentación de lo que leo o lo que dejo de leer. En 1973 yo tenía un piso entero l eno de libros. Un día al volver a casa me encontré con que se habían derrumbado todos los estantes, y pensé que si hubiera estado allí habría muerto sepultado por los libros. Me acordé de Borges, cuando se preguntó delante de su biblioteca: «¿Cuántos de estos libros no volveré a leer?» Y me hice la misma pregunta:

«¿Por qué tengo todos estos libros, que sé que nunca voy a volver a leer? ¿A quién quiero impresionar?» Y

entonces me propuse que mi biblioteca no iba a pasar de cuatrocientos libros, que ya son muchos si quiero releerlos.

Y los tengo no aquí en casa sino en otro sitio, en un armario.

—¿En tus libros te sientes transgresor?

-Para ser escritor, es necesario un poco de fantasía, de transgresión, de romper los esquemas del saber convencional. Siempre intento conciliar el rigor con la compasión y así tenemos un mínimo de sabiduría para no hacer ciertas tonterías. Pero lo que no se puede es matar el niño que llevamos dentro. Creo que mis libros se leen mucho más por el niño que cada uno l eva dentro. Por eso escribo historias que me gustan, por eso no hago 60

disquisiciones filosóficas o grandes teorías aburridas. Si alguien quiere saber qué pienso de la vida y de las cosas, entonces hablo contigo, como lo estoy haciendo en este libro, pero si quiero hablar sobre los límites de la locura y de la realidad, entonces escribo una novela con una historia que me guste y dentro de la historia estará todo eso.

Pero la historia habla con el niño, el niño es el comandante que habla con el cerebro y con las demás cosas.

-Alguien podría objetarte que la búsqueda del niño que llevamos dentro es el miedo a encontrarnos con nuestra parte adulta.

-¿Y qué es esa parte adulta? ¿Qué es la madurez? Es el principio de la decadencia, porque cuando el fruto está maduro, o se come o se pudre. ¿Miedo al niño que vive dentro de nosotros? ¡Menuda tontería! ¿Quién es el hombre que puede decir que ya es maduro, adulto, que ya no necesita ni creer en Dios, y es un modelo para todos? Sólo un loco puede decirlo. La verdad es que todos estamos en plena evolución, madurando y naciendo a cada instante.

-Es como los que afirman no tener miedo a nada.

-Justamente. En uno de mis libros, un personaje pregunta qué es el coraje. El coraje es el miedo que produce sus oraciones. Creo mucho en el o, porque el que no tiene miedo tampoco tiene coraje. Es la gran paradoja, porque si no tengo miedo me tiro por la ventana o me dejo atropel ar por un coche. El hombre con valores es el hombre con miedos que no se deja amedrentar por el os.

-¿Quiénes fueron los ídolos de tu juventud?

-Fundamentalmente, un músico: John Lennon, y un escritor, Borges. Para intentar conocer en persona al gran escritor argentino tomé un día un autobús aquí en Río de Janeiro, y me fui hasta Argentina. Era así de fanático de él. Conseguí averiguar su dirección. Yo iba con una chica. Llegamos a la dirección que me habían dado. Al í me dijeron que estaba en un hotel delante de su casa. Me acerqué a él. Estaba sentado. Había viajado sin dormir cuarenta y ocho horas para hablar con él, pero cuando me tropecé con su presencia, me quedé mudo. Me dije:

«Estoy ante mi ídolo y los ídolos no hablan.» Y no le dirigí ni una palabra. Mi chica no podía entenderlo. Yo le expliqué que, en el fondo, yo quería ver sólo a mi mito y lo había conseguido. Las palabras sobraban.

-Fue una relación muy fuerte, que te ha acompañado toda la vida.

-Sin duda. Borges ha influido mucho en mis obras. Adoro su prosa y su poesía. Me siento orgul oso de haber nacido el 24 de agosto como él y bajo el mismo signo, aunque, claro, muchos años después.

-¿Prefieres su prosa a su poesía?

-Adoro todo lo que ha escrito. Sus poesías las he leído mil veces, muchas me las sé de memoria.

-Eso me lo creo menos. ¿Hacemos una prueba?

-Ahora mismo. ¿Quieres que te recite un soneto suyo en español?

-Vamos a ver.

-Escucha éste, por ejemplo:

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.

Hay tantas otras cosas en el mundo;

Un instante cualquiera es más profundo

Y diverso que el mar. La vida es corta,

Y aunque las horas son tan largas, una

Oscura maravil a nos acecha,

La muerte, ese otro mar, esa otra flecha

Que nos libra del sol y de la luna

Y del amor. La dicha que me diste

61

Y me quitaste debe ser borrada;

Lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo me queda el goce de estar triste,

Esa vana costumbre que me inclina

Al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

(Coelho recitó la poesía sin errar una sola palabra, sin titubear, en un perfecto castel ano. La poesía es un soneto que lleva por título «1964 (II)». Salió airoso de la prueba.)

-¿Dónde te gustaría que colocasen tus libros en una librería?

-Unos en Literatura, otros en Filosofía, pero no en esoterismo. Y esto lo digo sin pudor, sin vergüenza, con orgullo.

-¿Y qué tal eres como lector?

-Tengo una relación casi mágica con los libros, y también aquí tengo mis manías. Por lo pronto, sólo leo los libros que compro, nunca los que me regalan. Recibo unos veinte libros cada día y no los abro siquiera.

-Pero podrías perderte una cosa maravil osa, aunque sea de un libro regalado.

-Si es algo muy bueno acabará l egándome la noticia y entonces voy a una librería y lo compro. Yo soy del parecer que el escritor no debe regalar sus libros. A mí nunca ninguna fábrica de zapatos me envía un par de ellos, ¿por qué tienen que regalarme libros?

-No me digas que nunca haces excepciones. Algunas veces habrás regalado libros tuyos y otras habrás leído alguno que alguien te haya enviado. Tú, por ejemplo, me has mostrado una carta en la que el ministro del Ejército de Brasil te agradece el que le hayas enviado tu obra El guerrero de la luz, que le gustó mucho.

-Claro que hay excepciones. En este caso fue el propio ministro quien me lo había pedido, si no yo no se lo habría regalado.

—¿A que has leído mi libro de conversaciones con José Saramago, El amor posible, que yo te envié?

-Lo leí, y no sólo una vez. Pero eso es otra cosa. Tú ibas a venir a hacer conmigo un libro como el suyo, además tenía una extrema curiosidad por saber cómo es por dentro un escritor de la fama y del éxito de Saramago, y naturalmente quería leerlo. Lo mismo me pasó con tu libro Un Dios para el Papa. Ni siquiera sabía que estaba en las librerías. Me lo dijeron en Madrid y entonces te lo pedí, porque me interesaba conocer la psicología del papa Wojtyla. Pero en general, cuando deseo un libro, aunque sólo sea por respeto al escritor, no quiero que me lo regalen, quiero comprarlo.

-Pero la fundación que l eva tu nombre a veces compra libros para regalar.

-Es verdad, mi fundación compró doce mil libros míos para enviar a las bibliotecas de las cárceles, de los hospitales, etc. El editor me dijo si los quería a precio de coste y yo le dije que quería pagarlos a precio completo, como si los hubiese comprado en una librería.

(En la discusión participaba una sobrinita suya. Coelho confiesa que una vez le regaló un libro suyo y le pregunta: «¿Lo has leído?» Y su sobrina responde que no. Su tío hace como que se enfada con ella:

«¡Cómo! ¡Tienes un tío que es leído en todo el mundo y tú no lees sus libros! Seguro que si te lo hubieses comprado con dinero de tu bolsillo lo habrías leído.» Mi compañera, para provocar cariñosamente a Coelho, le entrega por la tarde un libro suyo de poesías y le dice: «Te lo regalo para que lo tires a la basura.» Coelho sonrió, le dio un abrazo y le dijo: «Tienes que dedicármelo.»)

-¿En qué medida estás en tus libros?

-En realidad yo soy todos los personajes de mis libros. El único personaje que no soy es el alquimista.

-¿Y eso por qué?

62

-Porque el alquimista ya lo sabe todo, mientras que yo sé que no conozco todas las cosas, hay muchas que ignoro. Claro que en El Alquimista yo soy el pastor, el mercader de cristales, incluso Fátima. En los otros libros soy yo siempre el personaje central. Soy hasta Brida. En dos libros soy totalmente yo: en Las valquirias y en El peregrino. Y es que la mayoría de mis libros, aunque sean narraciones literarias, no son ficción. Son cosas verdaderas que yo he vivido. El mismo de Verónika decide morir, mi última novela, no es más que la experiencia novelada de la terrible historia que te he contado de mi ingreso por tres veces en un manicomio.

-¿Te sientes un escritor peregrino?

-Todos los escritores necesitan estar en movimiento, por lo menos internamente. No creo que Proust se moviera mucho físicamente, pero igualmente viajó muchísimo. Todos los grandes clásicos de la literatura son narraciones de grandes viajes, desde la Biblia hasta la Divina Comedia, desde el Quijote hasta la llíada. Es siempre la búsqueda de Itaca, es la metáfora del nacimiento y la muerte, ese gran viaje que todos tenemos que hacer, queramos o no.

CAPÍTULO X

Los lectores

«Mis lectores son sobre todo mis cómplices.»

«Yo escribo para el niño que llevamos dentro.»

Paulo Coelho tiene millones de lectores en todos los continentes y en todas las lenguas. Le es difícil conocer su perfil porque son enormemente variados. Y aunque recibe miles de cartas y mensajes, eso no es aún un universo suficiente para tocar con las manos cómo son realmente dichos lectores. Lo que sí sabe es cómo se ve él frente a esos millones de lectores ante los cuales se siente más amigo que maestro y sobre todo cómplice. Puede percibir un pequeño muestrario de los sentimientos de sus lectores hacia él durante sus giras por el mundo. Y lo que él toca con la mano es el grado de entusiasmo que no sólo sus libros sino su misma presencia suscita. Y en su historial cuenta desde escenas conmovedoras hasta algunas mágicas y sorprendentes.

-Vamos a hablar del perfil de tus lectores.

—Lo que quiero decirte antes que nada es que mi relación con esa enorme masa de lectores anónimos es una relación muy intensa, no es una relación entre el maestro y el discípulo ni entre el escritor clásico con sus lectores.

-¿Qué relación es entonces?

-Es una relación entre amigos, aun sin conocerlos, como si yo compartiese con el os algo muy mío, pero un mío que es de todos y que es lo que hay de mejor en cada uno de nosotros.

-Enséñame la última carta que has recibido.

-Mira, es muy curiosa, es la de un joven que me envía una foto en la que estamos los dos. Se ve que habíamos coincidido en alguna presentación de libros en Inglaterra. Es una carta muy femenina con dibujos. Dice que está

63

estudiando portugués, que duerme pensando en los ángeles. Me manda la foto para que yo se la firme. Yo no me acuerdo de nada, pero él me explica dónde nos conocimos y la emoción que recibió. Me habla también de El Alquimista.

»Cartas como éstas recibo miles, a veces de ocho o diez folios. Pero ya te dije que, con raras excepciones, los que escriben son lectores sencil os, porque los importantes no suelen hacerlo.

-¿Crees que te leen más hombres que mujeres?

-Al principio, mucho más las mujeres. Ahora ha cambiado la tendencia. Cuando empecé a dar las primeras conferencias, el noventa por ciento del público eran mujeres y un diez por ciento hombres. Ahora la proporción es de un sesenta por ciento de mujeres y un cuarenta por ciento de hombres. El os ya no tienen miedo a mostrar sus emociones, y hacen cola para que les firme los libros, igual que las mujeres. Y me imagino que ésa debe de ser también la proporción entre los lectores. Pero la verdad es que no lo sé exactamente.

-¿Te has llevado algunas veces sorpresas?

-Sí, muchas. A veces me encuentro con personas que ni podía imaginar que fueran lectores míos.

Entonces pienso que mis lectores pertenecen a un universo muy variopinto. Lo que sí veo es que la relación de ellos conmigo es muy fuerte. No influye tanto el hecho de que escribas bien o mal, es casi una hermandad, una complicidad. Más que mis lectores, muchas veces son mis cómplices.

»Cuando a veces pienso en mis lectores, que salen de casa, toman un autobús, se van a una librería y a lo mejor esperan para comprar un libro mío, porque está l ena, es algo que de verdad me impresiona.

—¿A qué crees que se debe tanto éxito entre los lectores?

-Creo que cuando los lectores leen un libro mío dicen: «Ese libro podría haberlo escrito yo, está hablando de cosas que yo sé, pero que las había olvidado.» Es lo que hablábamos del inconsciente colectivo. Creo que mis libros están conectados con un misterioso proceso creativo que tiene mucho de femenino.

-¿Qué es ese lado femenino?

-Es esa parte que, como dijimos en otro momento, no levanta un muro entre lo sagrado y lo profano, que sabe utilizar la intuición y la dimensión mágica de la existencia y que aplica la paradoja en lo cotidiano.

-¿Crees que representas para los jóvenes de hoy lo que Castañeda significó para los del 68?

-En El Peregrino, mi primer libro, en el prólogo cito a Castañeda e identifico a Petrus con don Juan, pero yo no me siento una continuación suya. Precisamente en el camino de Santiago aprendí la lección más importante de mi vida: que lo extraordinario no es patrimonio de unos pocos privilegiados y elegidos, sino de todas las personas, hasta las más comunes. Esta es mi única certeza, que todos somos la manifestación de la divinidad de Dios. En Castañeda, al revés, sólo los elegidos son capaces de penetrar en el misterio. Pero Castañeda sigue siendo un ídolo para mí. Yo digo siempre que cambió mi vida. Cuando murió en abril de 1998 le dediqué mi columna del diario O Globo.

-Por lo que veo, el haber hecho el camino de Santiago fue muy importante para el futuro de tu vida.

-Sin duda. Fue para mí una experiencia radical. Cuando lo empecé, también yo pensaba que encontrar tu destino, poder penetrar en los misterios del espíritu, era sólo cosa de algunos elegidos. Por eso a mitad del camino sufrí una fuerte crisis.

-Hay incluso quien duda que lo hicieras de verdad y durante tantos días.

-Lo sé. Pero es que no han leído mi libro sobre aquella experiencia; de lo contrario no lo dirían. Sería imposible escribir sobre aquel hecho como yo escribí, con todo género de detalles, casi día a día, sin haberlo hecho. Y sobre todo, es imposible que hubiese provocado un vuelco semejante en mi vida si no lo hubiera realizado con seriedad.

-Después de hacerlo estuviste viviendo en Madrid.

64

-Durante varios meses. Todos los días que había corrida de toros, me iba a verla. Me parecían unos meses felices porque no hacía nada y porque yo no tenía ya la idea del elegido, ya no creía que el dolor es sagrado, lo complicado lo sabio, o lo sofisticado el buen gusto. Y no poseía la idea idiota de que las cosas, cuanto más difíciles, más importantes son.

-El camino de Santiago te desbarató todo.

-Y quiero que eso lo sepan mis lectores muy bien. Aquel a experiencia me puso en contacto con personas comunes a las que yo veía l enas de sabiduría y que rompían todos mis esquemas mentales. Por ejemplo, no olvidaré nunca que un día me encontré con un chico en un bar de un pequeño pueblo. Era un ignorante, seguramente ni sabía quién era Proust, pero me dijo cosas tan fantásticas sobre la vida que me dejó pasmado.

Otro no abrió la boca, pero me hizo un gesto de afecto y de ayuda que yo nunca había hecho en mi vida con toda mi religiosidad, sabiduría y búsqueda de las cosas.

-Y regresaste cambiado.

-Fue un cambio radical, de ciento ochenta grados. Y fue en aquel momento cuando me impuse escribir sobre esas cosas, para esa gente común a la que consideramos ignorantes, y que poseen una sabiduría oculta formidable. Yo me consideraba un escritor, pero nunca me había decidido a escribir. La gran lección de aquella peregrinación fue comprender que lo bel o está en la sencil ez. Por eso te dije que mi casa, como puedes observar, es lo más sencilla posible. Está casi vacía. Sólo allí, al final del salón, hay una flor. Y es bello porque no hay nada más. La sencillez es la mayor de las bellezas.

-A propósito de la gente común, ¿sabías que los teólogos católicos conservadores no aceptan la veracidad de las apariciones de la Virgen por un motivo muy curioso, como es el que si la Virgen tiene algo que decir a la humanidad no iba a servirse de muchachas tan sencil as e ignorantes como las videntes de Lourdes y Fátima?

-Como si el mismo Jesucristo hubiese sido un gran sabio de su tiempo. No lo era. Y se rodeó no de sabios sino de pescadores más bien ignorantes para dar a conocer su verdad. Hay una interesante historia de ciencia-ficción llamada la «nube negra». Se cuenta que vino una nube que, con su sabiduría, se iba comiendo los universos y las galaxias. La nube era la sabiduría total, que se iba a engul ir también a la Tierra. El hombre consigue comunicar con la nube y le dice que en la Tierra ya hay vida inteligente, que se vaya a otra parte. Pero los hombres le dijeron: antes de que te vayas, pasa todo tu conocimiento a la Tierra, ya que eres tan sabia. Elige al más sabio de los hombres y conéctate con él. La nube negra se conecta con este sabio, quien a su contacto sufre un derrame cerebral. Pero antes de morir, cuando está en el hospital l ega una persona a limpiar el cuarto y el hombre dice que la nube se había equivocado, que tenía que haberle escogido a él.

-¿Y eso por qué?

-Muy sencil o, porque el sabio tenía ya su universo construido, y cuando l ega la nube le crea tantos problemas que le destruye; sin embargo, el otro hombre, con su sencil ez, con su inteligencia común, sin prejuicios, la habría recibido sin problemas y contento. La nube negra de Fred Hoyle es un clásico de ficción científica. Y viene a pelo con lo que te estoy diciendo de mis lectores para quienes escribo. Yo escribo para el niño que todos llevamos dentro. Existe toda una falsa mística sobre la inocencia y los niños, como si la inocencia hiciera estúpidas a las personas. No, existe la inocencia del entusiasmo, de la sorpresa, de la aventura. Y ésa la sienten sobre todo los niños. Eso es lo que Jesús quería decir en el Evangelio cuando afirmaba que iba a enseñar su sabiduría a los niños y se la iba a ocultar a los sabios y poderosos. Todo esto es muy importante en la filosofía de mis libros.

-Decías que en tus encuentros con los lectores alrededor del mundo te ocurrían a veces cosas misteriosas, casi mágicas.

65

-Es verdad. Y menos mal que tengo testigos vivos que pueden confirmarlo, porque, de lo contrario, nadie se lo podría creer. Te cuento un par de historias de ésas. Una vez estaba dando una conferencia en una librería llamada Books & Books, en Miami, sobre el libro A oril as del río Piedra me senté y l oré, cuyo personaje principal es una mujer l amada Pilar. En un momento de la conferencia dije: «Gustave Flaubert dijo una vez: "Madame Bovary soy yo."» Y yo añadí: «Pilar soy yo.» Como siempre pasa en mis conferencias americanas, en seguida di lectura a unos párrafos del libro para después escuchar las preguntas del público. Mientras estaba leyendo, escuchamos un ruido fuerte, como de algo que se había caído. Pero yo seguí sin interrumpir la lectura. Cuando terminé dije en voz alta: «Ahora vamos a ver qué ha pasado.» Era un libro que se había caído de la librería. Lo cojo y no podía creérmelo: era Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Ese libro me lo traje conmigo. Lo tengo aquí. La gente estaba asombrada. Cosas de éstas me pasan muchas. Y no deja de ser curioso que del montón de libros que había al í

fuera a caerse el que había citado al inicio de mi conferencia. El hecho te lo puede confirmar Michael Kaplan, el dueño de la librería, que fue el primer asombrado.

-¿Y la otra historia que querías contar?

-Ésa también me pasó en Miami, una ciudad que no me gusta nada. Estaba haciendo una gira por Estados Unidos y de allí tenía que ir a Japón. Todavía no estaba muy acostumbrado a esas giras internacionales y las hacía como las programaban los editores. Ahora las programo yo. Viajo un mes y si puedo descanso otro, si no es agotador.

»Normalmente el editor no te acompaña toda la gira, suele acompañarte otra persona que no tiene nada que ver con el editor.

-¿Quién te acompañaba en Miami?

-La representante de Harper en Miami, una chica l amada Shelley Mitchell. Yo iba a dar una charla en una librería, caminábamos hacia ella. Eran las ocho de la noche. El a me dijo: «Espera, que voy a dar un beso a mi novio y vuelvo.» Yo me quedé allí solo, sentado. Estados Unidos es un país difícil, y yo además estaba cansado de tantos viajes. Me sentía al í enfadado, triste, solo, amarga-do. Me vi en medio de Miami y me dije: «¿Qué hago yo aquí? Yo no tengo necesidad de todo esto, pues mis libros se venden muy bien. Estoy echando de menos Brasil, mi casa.» Me puse a fumar un cigarril o y pensaba: «Esta hija de puta me deja aquí solo y se va a besar a su novio tranquilamente.»

-Y en ese momento te pasó algo fuera de lo común, me imagino.

-Pasó que pasaron delante de mí tres personas con una niña de doce años. La niña se vuelve hacia una de las tres personas y le dice: «¿Has leído El Alquimista}» Yo me quedé petrificado. La señora, que debía de ser la madre de la niña, le dice algo que no entiendo y la niña insiste: «Tienes que leer ese libro, que es muy bonito.» Yo no resisto más, me levanto, me acerco a el as y les digo: «Yo soy el autor de El Alquimista.» La madre de la niña me miró y dijo: «Vámonos corriendo, que éste es un loco.» Entonces me fui a l amar a la chica a la tienda donde había ido a besar a su novio y le pedí que fuera a decirles a aquellas personas que yo no era un loco, que era de verdad el autor del libro.

»Conseguimos alcanzarlas, pues habían salido corriendo. La chica les dijo: «Yo soy americana y este señor no es un loco, es el verdadero autor de El Alquimista.» Entonces la niña, muy contenta, decía: «Yo sí me lo creía, pero ellas, no.» Mi acompañante le dijo a la niña: «Ésta es una gran lección en tu vida. Déjate l evar por tus intuiciones, pues no siempre las madres tienen razón en todo.»

»Invité a las tres personas a la charla. Les presenté a la niña, les conté la historia y pedí un aplauso para ellas.

»Es lo que decíamos de las señales. En un momento en que mi energía estaba por los suelos, sin entusiasmo, vacía, aquel a niña me trajo un mensaje del cielo, un ángel se había servido de ella para darme ánimos y para convencerme de la importancia de encontrarme personalmente con mis lectores.

66

-¿Cómo respondes a quienes te dicen que no puedes ser un buen escritor porque despiertas tanto entusiasmo en el pueblo sencillo?

-Que eso es fascismo cultural. Algunos de esos intelectuales a quienes se les l ena la boca hablando de democracia, después en su fuero interno están convencidos de que el pueblo es idiota.

-Eres un autor odiado y amado. ¿Qué es para ti el amor?

-Es una especie de magia, una fuerza nuclear que puede realizarte o destrozarte. Para mí, el amor es a la vez la fuerza más destructiva y más constructiva del mundo.

Con el escritor Coelho es difícil encontrar verdaderas críticas que analicen sus obras y sobre todo que entiendan que Paulo Coelho es más que un simple escritor. Es también un fenómeno social y cultural que merece ser objeto de estudio. A veces, lectores suyos españoles me han preguntado qué dicen de él en Brasil, de sus libros, del fenómeno que este escritor representa. Por eso, a la hora de publicar este libro estuve buscando alguna critica que no pecara de exaltada en sus elogios, ni que rayara en el ridículo de la crítica, como lo que dijo a la revista Veja Davi Arrigucci júnior, quien a la pregunta sobre qué opinaba de la obra de Coelho, respondió: «No la he leído y no me gusta.»

Encontré una crítica que analiza imparcialmente ese fenómeno en toda su amplitud. Se titula «Por qué

Paulo Coelho», que el conocido escritor y periodista Carlos Heitor Cony publicó en la revista República, en mayo de este año. Escribió así:

«Fui testigo, de cuerpo presente, en París, durante el Salón del Libro, del fenómeno literario y editorial de nuestro tiempo. Paulo Coelho consiguió un grado de popularidad y respeto internacional que nunca hubo algo parecido en la vida cultural brasileña.

»Son muchos los que aún tuercen la nariz ante él y no sólo por su éxito sino porque consideran su literatura algo menor, mercantil, subliteratura, en definitiva.

»No es así como yo veo su caso. No soy amigo personal del escritor, nos tratamos con deferencia y hasta con cariño, pero cuando nos vemos nunca intercambiamos más de cincuenta palabras. Pero desde hace mucho tiempo tengo una explicación para su éxito. Veámosla.

»E1 siglo que acaba empezó con dos utopías que parecía iban a resolver todos los problemas del cuerpo y de la mente. Marx y Freud, cada uno en su ámbito, llamado «científico», establecieron reglas que contaminarían a mil ones de seres humanos, preocupados o con la justicia social o con la justicia hacia sí mismos, por medio del psicoanálisis.

»Ocurre que el siglo está acabando y los dos grandes tótems poderosos se desmoronan: tenían los pies de barro. Marx no resistió al fracaso de los regímenes instalados bajo su tutela, aunque el socialismo como tal continúe como un sueño posible que la humanidad espera. Freud ya en vida fue contestado, fragmentado, sus seguidores proclamaron cismas y abrieron rebeliones. Su doctrina original se mantiene apenas como ensayo literario, pero cada vez con menos carácter científico.

»De la caída de esas dos utopías surgió un vacío en el alma humana en este final de siglo. Y, como suele pasar, la llamada al misticismo, incluso a la magia, iba a ser inevitable. Y es ahí donde entra nuestro mago, con su sencil ez, pareciéndose en algunos momentos a los santos de todas las épocas y de todas las religiones, que pronuncian las palabras necesarias, las que todos quieren escuchar, porque, en cierta manera, ellas están dentro del alma de todos nosotros.

»Paulo Coelho encontró esas palabras en libros sagrados o profanos, en leyendas orientales y en gestas occidentales; hizo un "mixed" genial de evangelios, de libros de magia medieval, de encantadora poesía oriental 67

que muy poco conocemos. Y encontró la sencil ez de quien no pretende imponer nada, dejando correr lo que piensa y siente.

»Muchos tentaron y aún tientan hoy hacer lo mismo que él pero no con su éxito. Por mi parte, en mi vida personal y profesional tiendo más bien a un pesimismo atroz, a una visión negativa y cruel de la existencia humana, situándome precisamente a la otra parte de la cuerda. Pero

me conmueve y siento la necesidad de felicitar a todo aquel que, como Paulo Coelho, intenta, a su manera, mejorar al hombre y hacer la vida menos insoportable.»

Carlos Heitor Cony es periodista y escritor, autor de más de veinte obras, entre el as las novelas Casi Memoria y La casa del poeta trágico.

La opinión de Nélida Piñón, ex presidenta de la Academia de la Lengua de Brasil: Los más duros con Paulo Coelho suelen ser los críticos literarios, quienes han llegado a achacarle que no sabe escribir. Hemos querido, por ello, interrogar a una de las grandes escritoras brasileñas, Nélida Piñón, con proyección internacional, ya que sus obras están traducidas a los principales idiomas, sobre lo que opina de Paulo Coelho. Nélida fue hasta el año pasado presidenta de la Academia de la Lengua de Brasil y su prestigio intelectual es indiscutible.

Ante mi pregunta sobre Paulo Coelho, con quien participó en Barcelona en una mesa redonda durante la feria del libro Liber 1998, respondió así:

«Yo no tengo prejuicios estéticos. Coelho y yo hacemos parte de la misma escenografía, aunque representemos papeles distintos. Se trata de un escritor que honra con sus escritos a mi país y que nos honra en el exterior. Es una persona muy digna hacia la que profeso gran aprecio. Nos conocimos en una gasolinera llenando el depósito de nuestros coches. Al verme, él me saludó con respeto y con cierta timidez. Yo le dije: "Paulo, vámonos a comer." Así nos conocimos. Y le voy a contar un secreto: hasta tenemos el proyecto de escribir un libro juntos. Tenemos pensado hasta el título, pero me va a perdonar si por el momento no se lo revelo.»

CAPÍTULO XI

Paula, Ana y María

«Yo veo la vida, usando la metáfora

del viaje, como una caravana que no sé

de dónde sale ni adonde va.»

Muchos lectores de Coelho soñarían con sentarse un día con él en su casa de Río de Janeiro para poder hacerle mil preguntas sobre sus libros y poder tener con él un intercambio de opiniones.

Ese sueño pudieron realizarlo tres universitarias españolas: Paula y Ana Gómez, dos hermanas que estudian respectivamente Arquitectura y Psicología, y María Chamorro, una amiga de las primeras, que estudia Pedagogía.

A las tres las conocí en el avión que me l evaba de Madrid a Río de Janeiro, donde iba a hacer este libro con Coelho. Curiosamente, las tres venían leyendo en el avión una obra del escritor brasileño: eran Brida, La Quinta Montaña y A orillas del río Piedra me senté y lloré. Me manifestaron el deseo de poder conocer y 68

conversar con un escritor al que tanto apreciaban. Y así nació este último capítulo del libro, con un encuentro de las tres con Coelho, en su casa de Río. Fue un encuentro que duró hasta las tantas de la madrugada y en el que participaron, además de las tres jóvenes estudiantes, la mujer del escritor, Cristina, y el empresario de publicidad, Mauro Salles, el amigo por excelencia de Coelho, que es además poeta y hombre de cultura reputado en todo el país.

El escritor nos confió después del encuentro que nunca unos jóvenes le habían interpelado tan a fondo y sin complejos.

A Paula, como estudiante de Arquitectura, le impresionó favorablemente el cambio que el escritor ha hecho en su piso, en el que ha colocado lo más importante de su vida íntima -el dormitorio y la mesita donde trabaja- en el lugar más bonito de la casa, frente a la playa, dedicando la parte trasera del piso, sin vistas, al lugar de representación.

A Ana y María, como estudiantes de Psicología y Pedagogía respectivamente, les alegró haber podido entablar con Paulo Coelho un diálogo de tú a tú, sin que pesara la diferencia de edades, aunque eran conscientes de lo mucho que les separaba del escritor en cuanto a experiencia y a cultura. Y confesaron que aquel encuentro las había hecho crecer personalmente.

Las tres consiguieron conectar con el escritor porque, según dijeron, «no fue un encuentro sólo intelectual, sino fundamentalmente vital».

P. G. -Hemos estado pensando qué preguntarte y nos salen preguntas de dos tipos. Unas acerca de la juventud en general y otras personales, de cada una de nosotras.

-Antes de que empecéis quiero hacer una aclaración: y es que no creáis que voy a tener respuestas para todo.

Vamos a mantener una conversación entre amigos, porque hablando todos aprendemos de todos, ¿no?

P. G.-Mira, nosotras vemos a veces a la juventud española -no sé cómo será la brasileña- muy desesperanzada, no ya con los tópicos que se leen en los periódicos o en las radios, sino algo más profundo, como si no supiesen por dónde tirar. Claro que no son todos los jóvenes, porque yo misma no me siento así.

¿A qué lo achacas, tú que conoces bien a los jóvenes?

-Si tú, Paula, no te sientes desesperanzada, ¿cómo te sientes?

P. G.—Siento algo que conecta mucho con tus libros y que voy descubriendo poco a poco. Creo que llega un momento en que te descubres a ti mismo; notas que tienes potencialidades dentro, que pequeños encuentros con el mundo exterior me hacen ir reconociendo. Y esa mezcla entre autenticidad y libertad me hace ser feliz, me permite dar un sentido a mi vida. La pregunta es, entonces, si realmente lo que pienso que me conecta con tus libros es verdad, porque a veces tengo la sensación de tomar un libro tuyo y me parece que es una carta que me escribes a mí.

-Todo eso, creo, tiene que ver con la búsqueda de la conciencia. -He hablado mucho de eso con Juan y Roseana, de cómo llegué a ser escritor. La llave de mi trabajo, si simplificamos hasta el extremo, es lo que llamo la historia personal tal como aparece en El Alquimista. Y aunque nos parezca un misterio, ésa es la razón de nuestra existencia. A veces puede no estar claro y forzamos el destino. Es cuando nos sentimos flojos y cobardes. Pero al final la historia personal sigue ahí, dentro de nosotros y sabemos por qué estamos aquí.

Entonces, para mí, la búsqueda espiritual es la búsqueda de la conciencia total.

P. G.-De la conciencia de uno mismo.

-Exactamente. Si estás bebiendo un vaso de vino, te iluminas porque, mientras lo bebes, escuchas el ruido del campo, donde se hizo, la familia del hombre que cogió las uvas, lo que había alrededor... la conciencia total de todo. Eso es lo que a mí me da la vida. Y estás concentrado en eso, no en plan de sacrificio, sino de alegría, con entusiasmo.

P. G.-De sentirte más a ti mismo.

69

-Exactamente. Por eso, lo que pienso es que en todos estos años se escribió un libro, que nunca se manifestó

físicamente, que yo l amo El manual y que sería el libro con todas las reglas que tenemos que seguir, generación tras generación. En cierto momento ni sabemos por qué tenemos que seguir estas reglas, pero las reglas están ahí y continuamos dándoles crédito. Si en la página veinte de ese libro se dice: Hay que ir a la universidad en este momento, tienes que tener un diploma, tienes que casarte entre los veinticinco y treinta años, si no lo sigues te vas a encontrar un nuevo conflicto.

J. A.-Te estás refiriendo al sistema social que se nos impone.

-Al sistema social tal como lo conocemos hoy, impuesto a las generaciones, pero como no es un libro muy claro, muy visible, no lo podemos combatir con claridad. Toda la juventud pasa por el proceso, sea de combatir intuitivamente lo que está al í y que no le satisface, o de aceptarlo. Desde el momento en que lo acepta, empieza a vivir no su vida, sino la vida de sus padres, de su familia, de su sociedad, de su ambiente. Aunque yo soy optimista, creo que cuando l egamos a la desilusión total, es el momento del cambio, porque l egas al extremo y te levantas y vuelves con una fuerza renovada.

J. A.-Eres muy hegeliano filosóficamente.

-Sin duda. Creo que la manifestación aparente de la juventud, lo que vemos, es que esta juventud ya se ha dado cuenta del manual y va a cambiarlo. Ahora estamos en ese momento, porque a veces el manual vence. La generación pasada intentó pasar del manual a través del deporte, de la gimnasia, de todo el mundo de los yuppies. A esta generación la veo distinta, advierto algunos indicios, no sé exactamente cuáles, pero creo, por ejemplo, que la búsqueda espiritual es uno de los síntomas y que va a haber una rebelión muy sana. Yo creo mucho en el poder de sanación de la religión, creo que estamos ya en un punto, llegado al cual, salta la fuerza de la rebelión sana.

P. G. -Respecto a lo que dices del manual, lo que a mí me ha ayudado a dar ese salto, a salirme de él, ha sido viajar.

-A mí también. Sin duda, fue viajar lo que me hizo pegar el salto, cuando tenía tu edad.

M. C.-Me pregunto si eres un creyente de la humanidad. Por ejemplo, La Quinta Montaña es un texto bíblico y sobre eso desarrol as una historia donde metes tus pensamientos; es como si mantuvieras un equilibrio entre lo humano y lo espiritual, no sé si porque es tu estilo o porque quieres l egar a todo el mundo, no quieres radicalizar.

¿Quieres decir que sólo teniendo a Dios ocurre lo que tú vives, o haces una pequeña historia para que todo el mundo pueda captarlo, como diciendo, Dios es la humanidad misma?

-Principalmente, lo que se ve en La Quinta Montaña no es Dios, sino el silencio de Dios, es el momento en el que Dios no habla, en el que Dios dice: «Yo voy a ayudarte pero después de que tomes las decisiones que tienes que tomar.»

M. C.-Claro, es que lo que acabas de comentar, que en tu vida te han pasado muchas cosas, tiene que ver con la confianza más que con la suerte, porque en el momento en que empiezas a confiar, empiezas a ver. Sin confianza tienes los ojos cerrados, y es en el momento en que das un paso y te tiras a una opción que tú no hubieras dado, cuando empiezan los signos y comienzas a dar sentido a tu vida.

P. G.-Pero es confiar en algo que tampoco sabes qué es.

-No, nunca lo vas a saber.

P. G.-Es algo que funciona, simplemente. He l egado a un momento, -tampoco ha sido el viaje en sí sino que el viaje ha sido un detonante para muchas cosas- en el que he podido encontrar algo que a mí me libera y que me hace ser feliz.

-Tú sabes que en muchos de mis libros trato el tema del viaje, ¿por qué?, primero porque yo pertenezco a la generación del viaje, la generación hippy, que vivió viajando, comunicándose con otras culturas. Y el viaje tiene un aspecto simbólico muy fuerte en la vida de las personas. Primero, cuando viajas ya no eres más tú, tienes que 70

estar abierto, si encuentras a Juan Arias en un café y empiezas a charlar, dirás: éste quiere ligar y cosas así, pero si i estás viajando estás totalmente abierto porque sabes que las experiencias del viaje no son los monumentos ni los museos ni las iglesias. Yo pocas veces visito esas cosas. Lo hago sólo si me apetece mucho. Decía muy bien Henry Mil er que una cosa es que te digan Notre-Dame es fantástica, tienes que verla, y vas a Notre-Dame y sí, es fantástica, pero notas que fuiste a verla porque otros te indujeron. Sin embargo, si doblas una esquina y te encuentras de bruces con Notre-Dame, la tienes totalmente porque la has descubierto tú. Muchas veces, maravil as del viaje son pequeñas iglesias que no están en los manuales, pequeños rincones, lo que sea que descubres tú. Eso de las guías a veces me produce pavor.

J. A.-Como nos pasó a nosotros en Venecia, que encontramos rincones y lugares increíbles y yo ya había ido mil veces a Venecia, pero siempre con guías. Esta vez dijimos: vamos a perdernos, y encontramos rincones maravil osos impensables, y escenas estupendas como la de un anciano que debería de tener noventa años que caminaba encorvado por una calleja solitaria. Se oían sus pasos, eran los pasos emblema de una humanidad cansada y a veces abandonada a su suerte.

-Es eso, el entregarse, el tener confianza, porque estás viajando, sabes que en el viaje lo que te va a conectar con la ciudad, con las cosas, es tu experiencia individual y, lo segundo, las personas. Vas a disfrutar de un país porque las personas son gentiles, amables, te ayudan, o vas a detectar lo más bonito que existe, sabes que tienes que estar abierto a las personas y te abres, ya no estás protegido por tu ambiente, eres un ser humano, con la condición esencial del ser humano que es la soledad, aunque estés con alguna persona, pero estás solo igualmente.

»Aquí yo tengo a mis amigos, los veo, voy a la playa, camino por ella, pero hay una tendencia a ver siempre a las mismas personas, a hablar de los mismos temas. Pero si estoy en Taiwan, puedo decir que es un horror de ciudad, pero al final salimos a verla y hablas con la primera persona que encuentras, discutes con el taxista, conectas con otra...

J. A.-Es verdad, por eso dicen que viajar es la mejor universidad de la vida. Puedes haber leído montones de libros sobre una ciudad, pero hasta que no vas no te das cuenta de que todo lo que has leído no te ha servido de mucho.

-Exacto. Las otras dos cosas son que sales de tu ambiente, no estás rodeado de tu seguridad, eres independiente, estás perdido, necesitas la ayuda de los otros, esto también es parte de la condición humana, que te dejes guiar, como en El Alquimista, que puede estar de viaje, pero ese viaje depende de las personas que le ayudan a encontrar su camino, aunque su camino esté ya escrito.

»Tienes una relación con lo físico y con lo metafísico que no comprendes muy bien, como no comprendes el valor del dinero, algo que es un valor tan arraigado e importante en tu vida, algo muy metafórico, porque cuando viajas ya no sabes lo que es caro, lo que es barato, quizá te parece muy caro y resulta que es muy barato, o al contrario, estás todo el tiempo haciendo cálculos.

»La otra cosa es que tienes que simplificar tu vida al máximo porque no vas a l evar contigo el peso de tu vanidad y aligeras tu maleta al máximo. Yo, que siempre estoy entre aeropuertos, l evo una maleta pequeñita, porque sé que el equipaje pesa y me doy cuenta de que puedo vivir el resto de mi vida con esta maletita minúscula.

J. A.-Roseana vino a Madrid para quedarse tres meses y yo me quedé muerto porque traía una maletita de esas que no se facturan.

-Y otra cosa de la que te das cuenta es que lo que necesitas para tres meses lo necesitas para tres días, viajas con la misma pequeña maleta. Toda esta simbología del viaje va tocando cosas muy hondas en tu psicología, por eso todas las religiones, de una manera o de otra, tienen como importante la peregrinación y el despojarte de lo superfluo.

71

J. A.-Otro problema de los viajes es que tienes que hacer un esfuerzo por entender lenguas que no conoces.

-Es parecido a lo del equipaje. Cuando viajas, estás obligado a simplificar mucho tu vida porque al cabo de unos días ya no tienes vocabulario para hablar con la gente. Pero teniendo que simplificar el lenguaje, te obliga a simplificarlo todo, incluso dentro de ti. A los veinte años hice un viaje por todo Estados Unidos. Entonces apenas si sabía unas palabras de inglés básico, pero al final del viaje me sentía más sencil o, porque no tenía palabras para discutir los grandes problemas existenciales y debía reducir mi lenguaje a lo elemental. Y eso es una gran disciplina.

M. C.-Y el viaje es una sacudida, porque las señales pueden estar, y de hecho están, donde vives. Lo que pasa es que, a lo mejor, un viaje o algo fuerte te hace que veas lo que antes no habías visto, aunque lo tuvieras delante.

A. G.-Quería plantear que en la historia personal de cada persona, uno nota que va creciendo, pero ese crecer muchas veces duele. Cuando era pequeña me dolían las piernas y el problema era que estaba creciendo y, justamente, a mí me pasa ahora eso, que cuando leo tus libros, me duelen.

-¿Cómo es eso de que yo te duelo?

A. G.-Pues que tus libros son para mí un continuo enfrentarme conmigo misma. Y veo que por un lado crezco, pero por otro, el cambiar las cosas duele también, porque no se trata sólo de meter cosas dentro de mí, de enriquecerme, sino también de limpiar mi alma de lo que sobra en el a.

-Esa es muy buena definición. Conan Doyle, con Sherlock Holmes, en su primer libro, da un ejemplo muy extremo: cuando el doctor Watson se encuentra con Sherlock Holmes y están discutiendo una cosa que todos conocen, como que la Tierra es redonda, Sherlock Holmes se muestra muy sorprendido y dice: «¿que la Tierra es redonda?». «¡Claro!», dice Watson, «¿pero es que no lo sabes?». «¡No! ¡Nunca había pensado en eso, y lo voy a olvidar lo más rápidamente posible porque mi mente no puede asimilarlo, tiene un espacio limitado!» Entonces, sé

que la Tierra es redonda, pero como no me va a ayudar mucho en la vida ni en mi trabajo, lo voy a olvidar muy rápido y voy a registrar cosas más relacionadas con mi trabajo. Por lo tanto, no es solamente una cuestión de añadir sino de quitar también, y de quitar cosas que están allí porque las colocaron a través de un proceso muy inconsciente del manual, como dijimos.

P. G.-Justamente hablando de la juventud, hablábamos de que hay gente a quien le cuesta mucho leer libros que les hagan plantearse estas cosas, que cuestionen tu vida o quién eres. Es un miedo muy humano.

Es decir, me puede doler avanzar, me puede doler cuestionarme quién soy. Tengo amigas que me comentan eso, lo hablamos el otro día cenando. Personalmente, prefiero darme cuenta de que soy un desastre, pero seguir buscando, a decir: no voy a mirar, por si acaso me encuentro algo que no me gusta. Tengo amigas a quienes les da miedo leer libros que les obligan a hurgar dentro de ellas. Por eso quería preguntarte si crees que todo el mundo tiene capacidad para saltarse el manual y por qué.

-Déjame que te cuente una experiencia que tuve en el camino de Roma, l amado también el camino femenino.

Cuando empecé a hacer este camino pasó una semana, unos diez días, no sé, y empecé a ver lo peor de mí, lo más horrible; me veía mezquino, tenía ganas de vengarme, los peores sentimientos. Entonces fui a hablar con la guía del camino y le dije: «Estoy aquí haciendo un camino sagrado, dando lo mejor de mí, y en vez de cambiar para ser mejor, estoy cambiando para ser un ser humano pequeño, mezquino.» Me dijo: «No, no, eso es ahora, después viene la luz, estás viendo cómo eres ahora realmente, no has cambiado para sentirte eso, has empezado a ver mucho más claramente la pequeñez de tu mundo y eso siempre vuelve las cosas muy claras.»

72

»Porque si encendemos las luces vemos las arañas, el mal, y entonces las apagamos, porque no queremos ver las cucarachas. Pasamos por ese proceso de crecimiento doloroso, porque lo primero que vemos no es lo mejor, sino lo más oscuro de nosotros, pero después llega la luz.

M. G.-Yo me he dado cuenta, sin embargo, de que hay que quererse a uno mismo incluso con esas pequeñas cosas que pensamos que son malas, porque cuando tú misma te dices, qué mala soy, empiezas a ver lo pequeña que eres, lo tonta que eres.

»Por eso me molesta que cuando un niño pequeño hace una chorrada y tira un vaso al suelo, le digan: ¡qué mono, qué gracioso!, mientras que si tú tiras un vaso te dicen: ¡eres imbécil!

»Lo cierto es que no nos queremos, y el decir qué malo soy es porque no te quieres; te tienes que querer también en la pequeñez. Así que yo creo que no se trata sólo de cambiar, sino de tener conciencia de que soy pequeña, frágil, pero que me tengo que querer lo mismo y que la gente me tiene que aceptar como soy.

-Te diría otra cosa. No lo veo tanto así, a mi juicio todo es movimiento, por lo que siempre existe el cambio.

Sin embargo, lo que nos paraliza es la culpa. Ves las cosas y te quedas paralizado por la culpa, no te crees digna.

Yo mismo, lo primero que hice aquí fue decir: ¡qué hijo de puta soy!, para que no creáis que estáis ante un sabio que tiene todas las respuestas, sino ante una persona normal. Con eso me ayudé a mí mismo. Para evitar que yo os creara una imagen de mí mismo falsa y para que me aceptaseis desde el primer momento como soy. Y eso sin idiotas sentidos de culpa.

M. C-Pero primero es quererse y luego no tener miedo a mostrarte como eres. Porque hay muchos tapujos: eso no se hace, eso no se dice, eso otro no te conviene decirlo, etcétera.

-Sin duda.

A. G.—Creo que la base para dar ese salto es aceptar que tienes derechos, que humanamente tienes la posibilidad de ver más allá del manual ese.

-Y que no hay pecado. Por eso pienso mucho, por ejemplo, como católico que soy, en el primer milagro de Jesucristo, que no fue un milagro políticamente correcto, no fue curar a un ciego o hacer caminar a un paralítico, fue transformar el agua en vino, una cosa muy mundana, muy profana, simplemente porque no había más vino; no era algo necesario para salvar la humanidad, no. En las bodas de Canaán se había acabado el vino y Jesús se preguntó «¿Qué hago?». Y no lo dudó: tengo poderes para transformar el agua en vino y lo hago. Y además la convirtió en un vino soberbio. Para mí, con este símbolo, quiso decir: Fijaos, aunque yo voy a pasar por momentos de gran dolor, el camino es el de la alegría y no el del dolor. Lo inevitable está ahí, nos espera, como en La Quinta Montaña, no lo podemos evitar, pero tampoco lo buscamos.

J. A.-Ése creo que es uno de los errores de algunas religiones, poner el sacrificio como un fin. Siempre digo que en el Evangelio, Jesucristo cada vez que encontraba un dolor lo quitaba. Podría haber dicho: te va muy bien, quédate con él y con él podrás santificarte. No, él no soportaba ver a nadie sufrir y curaba todas las enfermedades, sobre todo a los más pobres, que son los que más sufren.

-Estoy totalmente de acuerdo. Todos los dolores con los que tuve que enfrentarme en mi vida no los pude evitar, pero tampoco los busqué como un sacrificio. La palabra sacrificio viene del oficio sagrado, tiene mucho más que ver con tu compromiso hacia algo que estás haciendo. Hay momentos en que necesitas renunciar a algo para poder elegir una cosa, pero el sacrificio en cuanto a renuncia por sí

misma no tiene sentido.

M. C-Es que creo que no está bien planteado, lo primero no es el sacrificio sino el sentirte amado, y a partir de ahí cambia todo. Por eso creo que los misioneros dicen que les da igual, que no les importa ni el sacrificio, ni el dolor, porque se sienten amados.

73

J. A.-Es que eso ya no es un sacrificio. El amor conlleva sacrificio porque conl eva que tienes que renunciar, que tienes que aceptar al otro, pero es tal la compensación que arrastra que ya no lo puedes l amar sacrificio.

Ese sacerdote que aquí en Río de Janeiro da de comer cada día a cuatrocientos mendigos, se siente feliz.

Evidentemente, la suya no es una vida bonita: estar buscando cada día comida para cuatrocientos mendigos y convivir con ellos. Pero no dudo que se sienta feliz de verdad, porque lo que para cualquiera de nosotros sería un sacrificio, para él ya no lo es. Ahora, si él lo buscase como un sacrificio, entonces sería un masoquista.

M. C— Y eso no sería sano.

J. A.-Y no sería feliz.

M. C.-Por ejemplo, cuando me confundo al aprender una cosa y me dicen: «¡Venga, repítelo«!, ya verás como te sale», lo repito y tan a gusto, hasta que lo haga bien, pero si te dicen: «¡Tú eres tonta!», entonces me voy, porque te predisponen a hacerlo mal.

P. G.-Me gustaría volver al concepto de viaje, que es algo que te hace más libre. Pero yo veo un problema, porque mientras estás en ese viaje es más fácil ser libre, buscar tu propia identidad, encontrarte contigo misma, y es todo muy enriquecedor, es como sentirte enamorado. Me leí un libro sobre el amor, que se l ama Te amo, y yo he identificado ese viaje como un enamoramiento que de repente te libera de tantas cosas. Ahora bien, el problema viene cuando vuelves del viaje a la realidad de cada día. Para mí, el mayor esfuerzo y lo que todavía me tira hacia el manual -

porque todavía me siento en esa contradicción- es tener que convivir con gente que no ha descubierto lo mismo que yo. Por una parte, me encantaría que el os también pudieran descubrirlo, pero también me pregunto si tienen que descubrirlo.

-Sí, porque ahí está el gran problema. Yo lo veo aquí en la playa, por la mañana está totalmente vacía, l ega una madre con su niño y se sienta, l egan unos jóvenes que juegan con un balón, luego l egan las guapísimas que quieren ligar con sus biquinis pequeños, y la próxima madre que llegue no se va a quedar cerca de las guapas, porque se va a sentir un poco fea, ni junto a los que juegan a la pelota, porque ella no va a jugar; entonces se sienta, naturalmente, junto a la otra madre. Los niños empiezan a jugar, l egan los guapos que se sientan junto a las guapas. La playa empieza a arreglar su universo, ¿comprendes?, y poco a poco se forman las tribus, la de las madres con niños, la de los guapos, la de los que quieren ligar. Se forman naturalmente, pero eso necesita su tiempo para que las cosas se vayan ubicando hacia su organización natural. No podemos cambiarlo, las madres con sus hijos son las madres con sus hijos, los deportistas quieren deporte y están contentos, su manera de adorar a Dios es ésa. Existe un proceso de identificación.

»Por eso hablo mucho del guerrero de la luz, donde de repente descubres una mirada de alguien que intuyes que quiere las mismas cosas que tú estás buscando, y eso aunque seamos imperfectos, con muchos problemas, con nuestros momentos de cobardía. Sentimos igualmente que somos dignos, que tenemos la capacidad de cambiar y caminamos.

»No se trata, Paula, de convencer a las personas, sino de encontrar a otra persona, que está también por allí

sintiéndose solitaria y pensando en las mismas cosas que tú, ¿me entiendes? ¿Soy claro?

P. G .—El problema es que hay pocos, o por lo menos yo he encontrado pocos.

-Hay muchos, y es curioso cómo un escritor o un libro es en gran medida este elemento catalizador. Si lees a Henry Mil er, adviertes que algo tienes en común con esta persona; si lees a Borges, lo mismo. Entonces, un libro, una película, la obra de arte en general, tienen un efecto catalizador muy grande, porque sirven para ayudar a reconocer que no estás sólo, que hay alguien que piensa como tú.

J. A—Por ejemplo, si ves a una persona en un avión con un determinado libro, ya sabes que con ella puedes hablar.

74

P G.-Una vez, yendo en tren a Zaragoza a ver a mi familia, iba con mi padre y con mi abuela, y justo me tocó a mí sentarme junto a una chica jovencita que llevaba el libro de Brida. El día anterior había estado en la Feria del Libro de Madrid y estuve decidiendo si me compraba La Quinta Montaña o Brida, al final, no sé por qué, cogí La Quinta Montaña, y cuando me senté en el tren, miraba a la chica a la que no conocía de nada y a su libro, y pensaba: «Fíjate, qué casualidad, estuve ayer precisamente mirando ese libro.»

Al final, no me aguanté y se lo dije y ella me respondió: «Yo estuve pensando si me compraba La Quinta Montaña o Brida. ¿La Quinta Montaña?, mira, lo l evo aquí en el bolso.» Y resultó además ser hija de una amiga de mi tía, que vivía en Zaragoza. Yo ya miraba para ver dónde estaba la cámara oculta, porque pensaba, esto tiene que estar preparado.

-Te comprendo perfectamente, porque a veces yo también he tenido esa sensación de que había alguien filmando lo que me estaba ocurriendo.

P. G.—A veces me pasa que abro la Biblia al azar y parece como si te estuviera hablando a ti personalmente y te dices ¿pero cómo podrá ser?

-Es lo mismo que te conté del taxista. Es lo que pensaba, como si un ángel utilizara la boca de los otros.

J. A.-Pero lo del libro es muy significativo, porque si ves a una persona con un cierto libro que tú amas, con esa persona puedes hablar inmediatamente. Si lee un libro que no conoces de nada, no te atreves, pero si es un libro que tú conoces bien adviertes en seguida que está en tu misma onda.

-Paula, ¿eres de Zaragoza?

P. G.-Toda mi familia es aragonesa, pero Ana y yo nacimos en Madrid.

}.k.-¿Y tú, M aría?

M. C.-Yo soy también de Madrid.

P. G.-Yo estoy estudiando Arquitectura y me interesa mucho el arte, me parece que el arte moderno tiene muchas pasiones concentradas y que si tienes la suerte de conocer a alguien que haya pintado, ves que un cuadro habla mucho de emociones de la gente de hoy en día. ¿Qué piensas tú del arte moderno?

-Creo que el arte es siempre una traducción de una generación, de los sentimientos de una generación hacia sus contemporáneos.

P. G.-Yo también opino así.

-Claro que llega un momento clave en el que hay que separar lo que es arte y lo que es moda. Creo que hay muchas maneras de contar una historia y que la arquitectura es una de las más increíbles, porque la gran historia de la humanidad está contada por la arquitectura. Hay muchas teorías, hay muchos libros que hablan de los edificios, donde todo el conocimiento se refleja. Y eso ya desde las pirámides, pasando por las catedrales góticas, qué sé yo, donde se ve claro que no solamente se intenta construir algo. Al í está la vida de la época, la historia, las creencias y la manera de intentar pasar a la próxima generación lo que ya sabíamos, no una moda sino lo mejor de nosotros. El arte moderno tiene sus exageraciones.

A veces tiene poco que ver con el arte como tal, que es la capacidad de tocar el corazón, no la de mirarse el ombligo. Existe una tendencia que se l ama arte, pero que no es arte; el arte no es más que transmitir a la caravana de la vida lo que hemos conocido mientras vivíamos.

J. A.-En el fondo el arte es un viaje.

-Yo veo la vida, utilizando la metáfora del viaje, como una caravana que no sé de dónde sale ni adonde va a llegar. Mientras viajamos, nacen los niños en la caravana y escuchan las historias de la abuela que vio cosas, luego muere la abuela y los niños se convierten en abuelos y cuentan su período del viaje y mueren. La historia va transmitiendo de generación en generación, directamente al corazón, la experiencia de esa generación; y el arte, en general, es nuestra manera de transmitir -por utilizar un término alquímico- la quintaesencia de las cosas, 75

porque no te puedo explicar cómo era el mundo en 1998, donde tres chicas de Madrid, un periodista de El País, una poeta, otro gran poeta, nos encontramos. No podemos explicar eso.

»Sin embargo, tenemos la poesía para decirlo, tenemos la pintura, tenemos la escultura, un edificio, a donde trasladas tu emoción. Un día, tus nietos van a pasar por delante y van a ver lo que tú creaste desde el interior como arquitecta, y no van a percibir, quizá, toda la historia, como tampoco podemos saber quién cogió estas uvas, pero lo van a disfrutar como lo disfrutamos nosotros. Eso es la quintaesencia.

J. A.-En el libro de mis conversaciones con el filósofo femando Savater, él dice que construimos y dejamos todos estos rastros, el arte, la arquitectura, todas estas cosas, porque sabemos que tenemos que morir y que por esa razón, los animales, como no saben que tienen que morir, no dejan huella. Y de ese modo nace la cultura.

-Quizá sea por nuestro anhelo de eternidad por lo que tenemos hijos y construimos cosas, aunque creo que va más al á de esto porque si no, no tendríamos artistas con hijos, porque desde el momento en que tienes hijos, ya sabes que estás dejando algo muy sólido. Creo que dejamos estas cosas para compartir, porque amamos la vida; no porque vayamos a acabar, sino porque hay algo de amor en nosotros que queremos compartir. Este amor nos l ena y, desde el momento en que nos l ena, lo primero que nos inspira es la necesidad de darlo a conocer.

A. G.—Y también que tenemos que contarlo, porque los escritores tenemos esa función, la de contar la vida.

-De experimentarla. La recibes, la transformas y la compartes. Como he dicho en el Diario de un mago, el ágape es el amor que está más allá del amor, y eso lo tienes que compartir.

J. A.-Ahora que hablas de eso, ¿cómo distingues entre ágape y eros? Porque en Diario de un mago distingues tres tipos de amor.

-Eros es el amor entre dos personas, filos es el amor por el conocimiento y ágape es este amor que está más allá del hecho de que me gusta o no me gusta, el amor del que Jesús hablaba cuando decía: «Amad a vuestros enemigos.»

»Hablamos mucho del enemigo, del adversario, y yo le decía a Juan que puedo amar a mis enemigos y matarlos simbólicamente sin ninguna piedad. Ésa es mi verdad personal, es mi manera de ver la vida; veo la idea del antagonismo como el centro de la creación. La vida es una lucha, el buen combate, que está muy presente en El Peregrino, que no es bueno ni malo, es un combate, es todo el tiempo un enfrentamiento de energías, y si yo realizo un movimiento estoy afectando a cincuenta átomos o moléculas de aire, que afectarán a otras y resonarán en el rincón más lejano del universo. Todos los movimientos que realizo, todas las cosas que digo, todo lo que pienso es el producto de un conflicto entre algo y algo, y eso está en las bases de la creación, en el momento que conocemos las referencias del big-bang, la explosión en el inicio del conflicto.

»Cuando tenía no sé cuántos años, quizá dieciocho, leí un libro que me marcó mucho: se l ama Mahabharata, es un libro sagrado, un clásico. Este libro forma parte de una epopeya, es una epopeya de la India, su historia, luego se hizo una película muy aburrida. Es algo como el Quijote para vosotros.

»Llega un momento en que va a haber una guerra civil porque el rey legó el reino a su sobrino en lugar de legarlo a su hijo. El hijo protestó y dijo que iba a luchar. El sobrino aceptó: nos enfrentaremos. Iba a ser una guerra civil. El rey, que es ciego, está en lo alto de la montaña sobre el campo de batalla con los dos ejércitos, el del hijo y el del sobrino, y va a empezar la batalla, con los estandartes, los guerreros, los arcos, las flechas, etc. En aquel momento l ega Dios, que va a contemplar la batal a. El general de uno de los ejércitos coge su carro, sale de su ejército, va al centro de la batal a, tira su arco, sus flechas, se vuelve hacia Dios y le dice: «¡Qué horror!, lo que va a pasar aquí es una carnicería, vamos a matar, a morir, esto es una guerra civil y hay gente buena de un lado y del otro, esto está dividido. Mi maestro está en un lado y mi madre en el otro, vamos a provocar una matanza. Así que yo no voy a luchar, me sacrifico aquí.» Y Dios le responde: «Pero ¿qué haces? Estás al principio de una batalla. No 76

es el momento de tener dudas; si la vida te puso en este momento de lucha, lucha, ve y empieza a luchar, después discutiremos todas estas cosas, pero en este momento tienes ante ti una batalla.»

»En realidad, Dios le está diciendo: la batalla que tienes ante ti es parte del movimiento del mundo. Eso forma parte de este conflicto saludable entre todas las fuerzas del universo.

J. A.-O sea, que concibes el mundo en clave de batal a.

-Si l evas las cosas al extremo, todo es conflicto, pero no en el sentido de la batalla del mal combate, sino del buen combate, del movimiento, de las cosas que te empujan hacia eso que mencionabas ahora. Que el viaje termina, l egas a tu casa y te preguntas, ¿y ahora qué? Y nace el conflicto, pero es un conflicto positivo, porque es lo que lleva a seguir hacia adelante.

J. A.- Quieres decir que no puedes dejar de elegir.

-Tú puedes elegir entre los dos caminos clásicos, la meditación o el buen combate, pero tienes que elegir. Si eres un monje trapense o budista o lo que sea, te internas en un convento y te dedicas a meditar todo el tiempo, pero si eres una persona con necesidad de acción, vas a ser jesuita, que es una espiritualidad más de batal a.

Pero tienes que elegir entre el yoga de la acción o el yoga de la inacción. No puedes pararte, porque no hay mal ni bien, como dijo Dios en aquel momento, lo que hay es movimiento. Y en la medida en que hay movimiento, muchas veces vemos las cosas como mal o como bien.

J. A.-Pero a veces no es fácil distinguir entre las fuerzas del bien y del mal.

-Cuando estás en un combate, claro que percibes las fuerzas negativas, por l amarlo de algún modo, y luchas contra el as. Hay una escena de A oril as del río Piedra donde hay algo que me pasó a mí. Estaba en Olite, quería entrar en la iglesia, estaba con una guía española, de Zaragoza, fantástica. Llegué, la puerta estaba abierta, quise entrar y un señor que estaba junto a la puerta me dijo: «No puede entrar.» «¿Cómo que no puedo entrar?», le dije. «No, porque son las doce y está cerrada.» Se lo pedí por favor, le expliqué que no era de España, que estaba muy pocos días en el país y que me dejara entrar cinco minutos. «No, no puede entrar porque son las doce. Se vuelve a abrir a las tres.» Le volví casi a suplicar que me dejara entrar unos minutos para rezar. «No, no.» «¿Cómo que no?», dije. «Ahora voy a entrar y usted me vigila.» Porque no había ninguna lógica, él estaba allí sin hacer nada, iba a estar toda la tarde.

»Aquel hombre que estaba allí era el símbolo del momento en que tú tienes que decir no a algo que se opone a la ley, a la autoridad, a lo que sea. Es el momento en que aparece la figura del adversario y es el momento en que, simbólicamente, el guerrero lo está matando, el viajero lo mata o lo matan a él, pues podría haber sido mucho más fuerte que yo y matarme; yo pasé una humil ación horrorosa, pero me gusta el combate.

J. A.-Es algo parecido a lo que Jesús les reprochaba a los fariseos cuando sus discípulos quebrantaban el sábado porque éste fue creado para el hombre y no el hombre para el sábado.

-Exactamente. Hay dos energías en juego. Eres implacable, porque sigues y no mides las consecuencias, estás más al á, ese salto al abismo del que hablábamos, la confianza. No estoy hiriendo a este señor, no le estoy impidiendo que se marche porque es su hora de comer o porque se tiene que ir. No, él me impide entrar sólo porque cree que la ley lo impide. Yo no lo acepto. Olvido la ley y lo mato simbólicamente.

J. A.—¿No crees que también tiene que ver con la escena del Evangelio en que Jesús desobedece a sus padres?

-Sin duda, Jesús se enfrentaba con frecuencia con María y con José.

J. A.-Cosa que choca un poco a muchos católicos.

-Y cuando su madre va a verlo y dice que le avisen, que está allí su madre, responde: «¿Mi madre?

¿Quién es mi madre?»

P. G.-Yo antes pensaba también que sonaba un poco a rechazo a su madre y a sus hermanos, pero entiendo ahí más una apertura de miras, no un rechazo.

77

J. A-No. Significa decir, yo tengo que seguir un camino y no me lo puedes impedir.

P. G.-Pero es una apertura de miras. Creo que, a lo mejor, entendido desde nuestro tiempo, podemos pensar que si yo le digo eso a mi madre, le sentaría mal, pero si se entiende como apertura de miras, no se puede tomar mal.

J. A.-Si no lo dices por miedo a que tu madre quede mal o te impida seguir tu camino, eso sí es escoger.

Es lo que dice Paulo, ahí tienes que escoger, tienes que decidir seguir tu camino, aunque hagas sufrir a tu madre. No se trata de que no la quieras, es un conflicto entre el amor que le tienes, que no se lo niegas, y el amor que me tengo a mí mismo, que me hace seguir mi camino. En ese conflicto tú tienes que decidir.

-Este conflicto con la familia es básico. Yo hablo mucho en mis libros de mis conflictos con mis padres, que fueron radicales. Sin embargo, tengo que darles las gracias, porque ellos también se enfrentaron a mí, y me educaron, se opusieron a mí y se produjo el buen combate.

P. G.-Estás hablando de vivir en cada momento. Hay un camino, pero luego también hay muchas cosas que vivir, no se trata de sigo por aquí y pase lo que pase, porque en cada situación decidirás si entras en la iglesia o no entras, ¿o crees que hay que enfrentarse a toda costa?

-No, el enfrentamiento total no, eso te dura un día y se te acaba la energía. Por eso, en La Quinta Montaña se da el balance entre el rigor y la compasión durante todo el tiempo, hay momentos en que tienes que decir no y momentos en los que tienes que dejarte guiar, y totalmente, hasta ver adonde te l evan. Eso no tiene nada que ver con tu poder de decisión, no es dejar de decidir; decido si me voy a dejar guiar, o decido si me voy a enfrentar, pero decido, no me quedo en el cruce.

J. A.-Eso aparece como sagrado en todas las religiones.

-Sí, desde Mercurio, que era el dios de la encrucijada. Aquí, en Brasil, si sales los viernes por la noche, ves que todavía se pone la comida en las encrucijadas de las cal es, porque es allí, en todas las religiones, donde están mirando los dioses.

M.C. -Estuvimos el otro día hablando en casa de lo del cosmos y el caos. Hablamos de que sólo había cosmos, que el caos formaba parte del cosmos, que todo tiene sentido. Además, estuvimos hablando de un ejemplo de Río, que existe un contraste tremendo entre lo que es esta parte de la ciudad, la parte rica, y lo que son las favelas. Es un ejemplo de que el caos también es el cosmos. Incluso las encrucijadas son cosmos, son los momentos críticos de los que hablas tú. Sabemos que hay que optar por un lado u otro, pero incluso quedarte una vez a la mitad es dar un salto, a lo mejor, hacia algo que ya no conocías, será malo o será bueno, pero también es importante un momento así.

»Además, es darte cuenta de que, por mucho que vayas decidiendo en tu vida, siempre hay algo que te falla, y quizá es que eres pequeñito y sigues fallando y que quizá no era por ahí, que tienes que cambiar en los momentos críticos.

-Ese es el problema, María. Mucha gente me pregunta: «¿Y si en tu vida hubiese pasado esto o aquello...?»

Mi diccionario no contiene la palabra «si», el condicional. Contiene no sé cuántos miles de palabras pero ese «si» no está; ese «si» condicional me puede destruir, porque si en el momento en que elegí mi camino, o tomé una decisión, lo hago, puede salir bien o mal, pero es una decisión. Pero si pienso: «¡Ah, si yo hubiera hecho eso...!», entonces lo estropeo todo.

M. C.-Pero es que, en mi opinión, el problema es que podemos decidir que hay que hacer un camino, pero no se sabe nunca si es bueno o malo. Entonces, quizá la duda también es algo bueno. En el momento crítico, no sabes si es bueno o malo.

-Perdona, María, pero ahí estás hablando de la confianza, la duda no tiene nada que ver con la confianza. La duda es el momento de la decisión, pero tienes confianza, ¿comprendes? Vas a seguir teniendo dudas toda tu vida.

78

Yo las he tenido siempre y cada vez son más grandes, pero no me impiden tomar una decisión. La duda no es si me equivoco o no me equivoco. Luego puedes reflexionar. Lo que he visto a lo largo de mi vida es que siempre existe la posibilidad de corregir, siempre hay una segunda oportunidad.

M. C .-Gracias a Dios que existe siempre esa posibilidad de corregir.

-¡Gracias a Dios!

M. C.-Pero de lo que estamos hablando es de después de que hayas dado el salto y hayas tomado una determinación, gracias a que tú tuviste dudas, o al tiempo anterior al cambio, cuando uno retoma su vida. Eso son dudas, crisis, cruces de caminos. Quizá el no poder hacer lo que tienes entre manos es lo que te hace buscar o viajar o hacer o provocar un conflicto que te lleve a encontrar un camino. Por tanto, esa crisis ha sido buena.

-Las crisis siempre son buenas porque son los momentos en los que tienes que tomar una decisión.

P. G.- -Tengo una amiga italiana que va a venir a Rio, estuvo conmigo en Inglaterra cuando estuve haciendo mi viaje, y me dijo: «Siempre he estado muy obsesionada con la perfección, aunque no lo sabía.

Muchas veces engañaba a la gente y conseguía que se me viera muy perfectita.» «Paula -me decía-, yo soy de formación clásica, soy romana, y tú sabes lo que significa la palabra perfección. ¿Lo sabes?» Le contesté que no. «El ser perfecta -me explicó- significa ser completa, y la persona no sería completa sin la parte mala, pero lo sabe l evar en equilibrio. Eso es ser perfecta.» Eso te libera mucho, te permite aceptar tu humanidad, ver que eres lo que decía María, tu caos y tu cosmos.

-Incluso Jesús, cuando alguien le dice: «Eres bueno», se enfada. «Sólo Dios es bueno», dice Jesucristo.

M. S.-Los chinos ven la palabra crisis como oportunidad.

P. G.-Mi novio, antes de venirme a Río, en el aeropuerto, me dijo justo esa frase. No utilizó la palabra crisis sino problema: «Paula, los chinos ven la palabra problema como oportunidad.»

M. S.- Paulo ha hablado de la peregrinación, del camino, como una búsqueda, para encontrar su propia identidad. La pregunta es, ¿se trata de una tarea que acaba en algún momento o es permanente? ¿Es un acontecimiento o un proceso?

-Buena pregunta, Mauro.

M. C.-Porque tras esta pregunta se justifica o no el sentido de la peregrinación.

-Sin duda. Yo siempre he intentado contestarme a la famosa pregunta, ¿quién soy yo?, y ya no vuelvo a intentarlo. Ya no es una pregunta, es una respuesta: Yo soy. Y desde el momento en que soy, tengo que ser.

Entonces, no puedo contestar, tengo que ser integralmente. Fue la misma respuesta que le dio Dios a Moisés cuando le preguntó: «¿Quién eres?» «Yo soy el que soy», le contestó. Creo que nosotros somos, y nada más, y aquí estamos. A partir de ese momento empieza la peregrinación. Antes tenía metas, creo que sigue siendo muy importante tenerlas, tener una idea, organizar un poco tu vida, pero entendiendo que el camino es el gran disfrute.

M. S.-Es decir, que la finalidad es el proceso. Ésa es la gran frustración de muchas personas que, o por peregrinación o por cualquier otra forma de búsqueda interior o exterior, no encuentran el final, porque no entienden el verdadero sentido del comienzo. Hay que tener muy presente que aquí, por ejemplo, todos estamos haciendo, cada uno a su manera, una búsqueda por motivos particulares. Creo que todos los que estamos aquí entendemos el sentido de ese proceso, pero si colocas aquí a una persona que no entiende el sentido del proceso, aunque esté maravillado por las opiniones que oye, saldrá con una gran confusión.

-Sí. Hay una poesía -porque aquí cambiamos varías veces los tercios- de Cavafis, un fantástico poeta griego, que se l ama «Itaca», que es magnífica, porque Iítaca es la ciudad adonde Ulises tiene que volver después de la guerra. Empieza la poesía diciendo: «Ahora que vuelves a Itaca, espero que el camino sea muy largo...» Y al final de la poesía dice: «Llegarás a Itaca y la encontrarás pobre, pero no te desilusionará porque Itaca te dio el viaje y éste es el sentido de Itaca.» Creo que tiene toda la razón.

79

»Cuando vi por primera vez la catedral de Santiago fue un golpe. Me dije: «Éste es el sitio al que al principio de mi peregrinaje estaba loco por l egar, pues ahora se acabó, ahora tengo que tomar una decisión.» Hasta allí tenía muy claro que tenía que hacer el peregrinaje, y cuando l egué pensé: «¿Y ahora qué hago? ¿Qué hago con la catedral? ¿Qué hago con todas las cosas?» Entonces, el sentido del viaje es el de los versos de Machado, el poeta español: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar.»

M. S.-Recuerdo que en el funeral de Jacqueline Kennedy, su compañero de los últimos años, su marido, del que se esperaba que hiciera un discurso en un momento tan solemne, se limitó a leer simplemente el poema de «Itaca», que ha citado Paulo.

-No me digas. No lo sabía.

M. S.-Se hablaba antes de la encrucijada, del si y del no, del avance o del retroceso, tomé unas notas y quizá el sentimiento más peligroso del camino es el «tal vez», el «quizá», que admite una reflexión de la encrucijada. Es una palabra que paraliza, que interrumpe el camino y que contiene una reflexión hacia el avance o hacia el retroceso, dos formas de acción. Dijiste, Paulo, que esto no tenía nada que ver con la duda, pero hay muchas personas que creen que el «tal vez» es una forma de acción. Cuando estableces una distinción entre duda y confianza, esa duda es saludable, el «quizá» no es saludable, es el que revienta la acción.

A. G.-El peor drama del ser humano es tener que elegir, porque la verdad es que te gustaría vivir todo a la vez. Vero tienes que elegir.

-Pero eso es una trampa, porque la verdad es que cuando eliges, vives todo a la vez, todo, todo. En el momento en que ejerces tu poder de decisión ya están todos los caminos concentrados en este camino.

A. G.—Pero, cuando vas por aquí, ¿no has dejado de vivir lo que podría ocurrir por allá?

-No. Esto no es una metáfora, es una realidad. Hablábamos del Aleph, todos los caminos son el mismo camino, pero tienes que elegir y vivirás en el camino todos los caminos que no has elegido. Es una metáfora, porque no tienes que renunciar a nada. El camino que has elegido contiene todos los caminos.

»Volviendo a Jesús, decía: «La casa de mi padre tiene muchas moradas.» Todos los caminos l evan al mismo Dios.

Para ponerlo en clave muy personal, nosotros tenemos nuestro camino, es nuestra elección, pero puede haber cien o doscientos. Los antiguos decían: «Hay ocho o nueve maneras de morir.» Si eliges tu camino, es tu historia personal, es tu destino, tu leyenda. Lo que no debes hacer es vivir el camino de tu padre o el de tu marido, porque no son tu camino y l egarás al fin de tu vida sin experimentar el tuyo. Los otros no contienen éste, pero éste contiene todos los demás.

»Y ahora vamos a comer y beber un poquito y seguimos...

(El escritor estaba gratamente impresionado por el nivel de la conversación que se había creado con las tres universitarias españolas, y que acabó contagiando a todos los presentes. Coelho propuso interrumpir para tomar unas tapas de jamón y queso y un magnífico vino italiano que le habían regalado.) A. G. -Quería preguntarte si no te da miedo haberle contado a ]uan para este libro tantas historias íntimas tuyas, porque te vas a quedar desnudo.

-No, no tengo miedo a quedarme desnudo, al contrario. Creo que ésta es una obligación del escritor, es muy fácil ocultarse detrás de un libro y crear una imagen que después tienes que vivir y te persigue. Ya viví eso en la música: nos impusieron el papel de un personaje, lo viví y dos o tres años después sobrevino una tragedia. Me prometí a mí mismo que nunca iba a ser personaje. Lo soy, pero quiero ser el verdadero, no el que me construyen.

A. Os.-Tienes que prepararte, porque puede ser un shock para muchos de tus lectores.

-Lo espero, lo espero. Jesús lo decía muy bien: «Conocer la verdad os hará libres.» Creo que la única manera de ser libres es a través de la verdad. Eso me infunde la capacidad de continuar escribiendo. Quizá lo que estoy haciendo con Juan al contarle toda mi vida, sin ocultarle nada -hasta el punto que espero, después de este libro, 80

no tener que volver a hablar de mi vida en veinte años-, no sea políticamente correcto en estos momentos pero, a largo plazo, me van a respetar y yo me voy a sentir más libre y mis lectores van a comprender que ésa es mi verdad y me van a aceptar como soy, aunque yo siempre estoy en un proceso y en movimiento.

P. G.-¿Qué buscas cuando escribes?

-A mí mismo, porque yo soy muchos Paulo Coelho y en cada momento de mi vida he hecho mis cambios interiores y todavía no me comprendo del todo. Yo escribo también para saber quién soy yo en ese preciso momento.

»Después cambio y tengo que escribir otro libro, y así puedo compartir mis muchos cambios, mis muchas facetas, mis muchos matices. En la medida en que soy honesto y sincero -que no es nada fácil, es un ejercicio de disciplina también-, tengo una identidad con mis libros, y si tengo esa identidad con ellos, seguramente podré transmitir más allá

de las palabras la energía de esta identidad.

»Quizá la única manera de explicar mi éxito mundial sea eso, que lo que yo transmito es algo que sobrepasa las palabras mismas de mis libros. Pero eso me resulta difícil explicarlo.

M. S.- Hablando del personaje, Gary Cooper tenía que empezar una película en Hollywood, y cuando el director, John Ford, le entregó el guión, Gary Cooper le preguntó: «¿Cuál es el nuevo nombre que el personaje Gary Cooper va a hacer en el cine?» Porque sólo hacía un papel que era el de Gary Cooper. John Ford le dijo que estuviese tranquilo, que iba a hacer una película en la que no haría el papel de Gary Cooper. La hizo en Irlanda. Se llamó Después del vendaval, con Maureen O'Hara. Es la historia de una tradición, que sucedía en una pequeña ciudad, una historia de amor que John Ford tuvo por su origen irlandés. Fue la única película en la que Gary Cooper no fue Gary Cooper, y ganó un Osear.

-Si no hay nada más, ahora yo voy a entrevistar a Juan Arias, porque tengo mucha curiosidad por profundizar en algunas cosas que escribe sobre el papa Wojtyla y sobre el Vaticano.

Las conversaciones a solas con Coelho prosiguieron en los días siguientes, pero he querido que el libro finalizara con este encuentro -conversación con sus inesperadas lectoras- como emblema de los muchos jóvenes que en todo el mundo se interesan por los libros del escritor brasileño y que suelen convertirlos con frecuencia -como antaño sucedía con los libros de Castañeda- en materia de reflexión en busca de su propio destino personal.

Fin

81

82