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No quiero crecer - Pilar Sordo

Introducción

Quizás a muchos de ustedes cuando vieron por primera vez este libro les llamó la atención el título No quiero crecer. La verdad es que no deseo responder todavía por qué elegí este nombre, lo vamos a descubrir juntos en la medida en que el libro se desarrolle. Pero ¿por qué los adolescentes no querrían crecer? Esa es una pregunta para los adultos. Tenemos que reflexionar sobre el tipo de testimonio que estamos siendo para nuestros hijos, como para que ellos de verdad quisieran crecer.
Si a mí, que tengo 43 años, me preguntaban cuando chica qué me gustaría ser cuando grande, yo siempre quería ser grande… por último, porque me habían contado la historia de que los adultos hacían lo que querían. Al final, uno descubre que eso no es verdad, pero, al menos, cuando yo miraba hacia adelante había algo que me parecía atractivo. Crecer implicaba tomar decisiones, hacerse responsable, disfrutar de cosas en forma autónoma, sin preguntarle a nadie… Y hoy, justamente, es lo que parece estar en crisis en los jóvenes.
¿Por qué un Viva la diferencia para jóvenes? Porque creo que el concepto de la diversidad hoy día es un tema fundamental para la sociedad en general. Es aceptar lo distintos que somos, y cómo desde esa diferencia contribuimos a que todos podamos vivir en un mundo mejor. Eso implica respetar y entender la diferencia entre el niño que estudia mucho y el que no lo hace tanto, entre el que tiene déficit atencional y el que no lo tiene, entre el que sufre de bullying y el que lo ejerce.
Respetar también la condición sexual de los jóvenes. Tolerar la diferencia en los sueños y en las vocaciones de nuestros adolescentes, porque cada vez hay más diversidad profesional. Ya no existe, como en mi generación, la búsqueda de las famosas 12 carreras importantes. Hoy día hay más alternativas.
También existen diferentes tipos de familias, que tienen evidentemente consecuencias directas en generar distintos tipos de jóvenes. Debemos ser capaces, como sociedad, de incorporarlas, respetarlas, tolerarlas, aceptarlas y, por qué no decirlo, quererlas. Creo que Chile es particularmente un país que tolera muy poco las diferencias, no nos gustan mucho las minorías.
Por lo tanto, así como en Viva la diferencia se invitó o vivir la diferencia de género y a decir «qué bueno que hombres y mujeres somos distintos», este libro también es una invitación a decir «viva la diferencia entre los jóvenes» para que cada uno, desde su propia realidad, desde su propia constitución familiar, clase socioeconómica, condición física o intelectual, tenga la posibilidad de aportar a la sociedad, de soñar y sentir de verdad que sí puede cambiar el mundo si es capaz de asumir ese compromiso en forma vital.
Escribirles un libro a los jóvenes —y también a los padres— con el fin de encauzarlos o educarlos para que sean buenas personas no es fácil. En general, cuando les hablo o les escribo a los adolescentes se me producen dos temores. El primero es preguntarme cómo hago para romper con el peor mal que tienen los jóvenes, que es la soberbia y la sensación de que no tienen nada que aprender, porque todo lo saben, y, por lo tanto, cualquier persona que llegue a decirles o o contarles algo de sus propias vidas parece ser una lata, alguien extraño, ajeno, que viene a dar órdenes o a indicarles todo lo mal que lo están haciendo.
El segundo temor es cómo hago para que los adolescentes lean este libro o para que cuando vayan a una de mis charlas no lo hagan con la clásica postura de «qué lata», «¿qué me va a decir esta psicólogo que yo ya no sepa?» o «no tengo ganas de escucharla». Cómo hago, en fin, para llegar a ese grupo de jóvenes a través de variables emocionales, porque siento que, al final, el hecho de que ellos lean este libro tiene que ver con mi habilidad para poder alcanzar sus corazones, que es donde nadie llega o donde nadie intenta llegar.
Generalmente, las informaciones que tratamos de entregarles tienen el propósito de que adquieran conocimientos con los que puedan manejarse en la vida frente a los conflictos que se les presentarán en su proceso de crecimiento. Pero poco nos preocupamos de racionalizar esa información, que, en el fondo, debiera ser una transmisión de experiencias más que de datos teóricos.
Por lo tanto, lo primero que quiero dejar claro es que en este libro no habrá teorías psicológicas, sí un compartir experiencias acerca de la preadolescencia, adolescencia y adultez joven, que tienen que ver con investigaciones que he realizado en cada una de esas etapas, a través del contacto permanente con jóvenes a lo largo de Chile y en el extranjero, con diálogos con sus padres y familias. Así se han ido desplegando una serie de reflexiones, de miradas, acerca de dónde hay que colocar mayor énfasis en las distintas edades que los adolescentes van pasando.
Por otro lado, creo que es importante mencionar que de acuerdo con la mayoría de los estudios psicológicos, incluyendo los míos, todo parece estar corrido en dos años como promedio, por lo tanto, lo que antes se vivía a los once, hoy día se vive a los nueve, y así sucesivamente. Esto hace que para los padres sea más complicada la tarea de la educación, porque mucho antes de lo que esperaban empiezan a ver en sus hijos conductas y reacciones para las que no están preparados. Todavía esperan a un niño de nueve años relativamente regalón, más casero, con menos necesidad de autonomía, por ejemplo, pero se encuentran con que a los nueve años —como lo vamos a ver en el capítulo de esa edad— los niños ya están en una búsqueda de conocimiento de sus propios cambios, de su propio cuerpo, de sus emociones, lo que comienza a generar ciertas dificultades en la comunicación con los adultos, ya sean sus padres, profesores o cualquier símbolo de autoridad.
Entonces es relevante establecer que, si bien todo se anticipó dos años, lo que voy a tratar de reflejar en el libro es el cómo estaría funcionando hoy una parte de los adolescentes. Intentaré mostrar tendencias, no generalizaciones, tampoco pretendo sacar conclusiones categóricas acerca del tema. Es simplemente una invitación a reflexionar sobre cómo los padres están manejando y a veces mal manejando el crecimiento de sus hijos, y cómo éstos se están aprovechando de este contexto en las distintas etapas que viven.
Por otro lado, también es una invitación a los adolescentes a que se miren a sí mismos, a que se vean fotografiados en el cómo funcionan y quizás, sólo quizás, puedan cambiar desde ellos mismos, sin que sean presionados por sus padres. Lo que pretendo es que los jóvenes, en forma autónoma, sean capaces de tomar el libro y decir: «Esto a mí me pasa, y si me pasa, ¿cómo lo oriento?, ¿cómo lo cambio?», y desde allí generar la conversación con los padres. Por supuesto que también podría ser al revés, pero quiero que sea un libro para ellos, porque en general no hay libros escritos para los adolescentes en mi país. Los hacen leer a lo largo del colegio, pero libros que les muestren lo que ellos están viviendo no hay prácticamente.
No quiero crecer debería generar discusiones, conversaciones y, por qué no decirlo, discrepancias entre los jóvenes y sus padres o respecto de los contenidos del libro, pero lo importante es que origine el debate para iniciar los procesos de crecimiento que todos necesitamos y que son fundamentales en una sociedad en la que está todo tan desordenado, donde hay un exceso de información, donde cualquiera puede obtener lo que quiera a través de Internet y no necesariamente bien encauzado. Donde la formación valorica ha dejado de ser importante en pro de la excelencia académica y en pro de lo cognitivo. Donde lo simple, lo obvio, lo cotidiano, el sentido común, ha dejado de ser visto en pro de grandes conceptos o de grandes armazones teóricas, que a las personas comunes y corrientes, con menos educación, con menos recursos, les cuesta mucho entender.
Mi libro pretende llegar a ese grupo, a los que no terminaron 4° Básico, pero que en cambio tienen el MBA de la vida. Quiero que pueda ser transversal, como lo han sido los otros dos libros, a todo tipo de capacidad cognitiva, porque creo que justamente la persona que no alcanzó a llegar más allá de 4° Básico jamás va a tener acceso a un psicólogo ni a libros de la materia, entonces, mi intención es que No quiero crecer sea de fácil acceso para esa población que también necesita, igual que la del MBA, herramientas concretas para poder tener una vida más feliz.
Al final, en la medida en que nos conozcamos, podemos tener elementos de control y oportunidades de crecimiento y de reencuentro entre los miembros de la familia, al saber lo que al otro le está pasando, nos es más fácil poder comunicarnos y, por lo tanto, establecer bases sólidas de afecto.
A partir de ahí, podemos volver a un concepto de familia parecido al antiguo, pero que incorpore elementos nuevos, como la tecnología, la rapidez con la que estamos viviendo, los pocos tiempos reales que de alguna manera se puedan tener (que no sé si son tan distintos a los pocos tiempos que tenían nuestros padres, pero que por lo menos nosotros los percibimos como menores) o el cómo estamos utilizando los espacios dentro de las casas para poder establecer comunicaciones. El cómo los niños en la medida que crecen van necesitando autonomía, pero nunca dejan de requerir límites. El darles exceso de comodidad a nuestros hijos les puede producir un daño psicológico muy grande a lo largo de la vida, porque los hace poco autónomos, poco comprometidos, poco arriesgados a vivir. Eso lo veremos muy bien en el último capítulo cuando hablemos de la «Generación Canguro», que es la que nunca se quiere casar, que tiene los privilegios de los casados y los beneficios de los solteros, que tiene plata guardada, que tiene la polola afuera y que no tiene necesidad de comprometerse porque su familia le genera un colchón lo suficientemente calentito para no querer moverse de ahí.
Así es que la invitación es a recorrer a lo largo de la vida de los jóvenes, desde los nueve hasta los treinta años, observando los conflictos principales de cada una de estas etapas, los desafíos que hoy día cada una de estas fases trae incorporados y hacia dónde los padres tienen que apuntar los sueños de sus hijos para que ellos se puedan desarrollar en plenitud, para que cuando nosotros no estemos, sean las mejores personas que ellos puedan y que sea esto nuestra gran misión educativa como papás.