Mi columna de hoy en el blog “Vano Oficio” del diario El País es sobre los cincuenta años de La ciudad y los perros, y aquello de la mayoría de edad de los escritores del Boom y cómo hemos retrocedido en eso. ¿Cómo nos leen en Europa? También podría titularse “Cómo me convertí en escritor indigenista”.

Foto: AdrianT
Hace unas semanas, en un encuentro en Vincennes (Francia), me preguntaron sobre la importancia de la obra de Mario Vargas Llosa y, en concreto, de La ciudad y los perros, que cumple cincuenta años de publicado este 2012.
No podía ser más interesante esa pregunta, y sobre todo en el contexto en que se realizó -el Festival América-, pues lo que celebramos con la publicación de La ciudad y los perros es la aparición de la primera novela célebre del Boom literario, la que abrió el camino a ese estallido de connotaciones sociológicas, económicas, culturales pero sobre todo literarias. El Boom es un hito porque, pese a que antes de 1962 -el año en que ganó el premio Seix Barral La ciudad y los perros- ya existían autores de notable talento (algunos arrinconados por una crítica que solo privilegiaba el regionalismo y otras ocultos en editoriales de sus propios países, sin posibilidad de ser leídos fuera o incluso traducidos; todo eso les tocaría después), con los autores que se han dado en calificar como el Boom nuclear (Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes y Cortázar) empieza la mayoría de edad o la carta de ciudadanía de la literatura latinoamericana (la metáfora no es mía y no es muy brillante, pero sirve para explicarme).
¿Qué significa aquello de la “ciudadanía” literaria? Para mí, siempre implicó el hecho de que los escritores latinoamericanos pudiesen ser leídos, por la crítica pero también por los lectores de a pie, como escritores a secas, rompiendo las barreras de ser latinoamericanos y de escribir latinoamericanismos. Es cierto, sin duda, que esa lectura, la exótica, siempre existió y existirá (Macondo huele a guayaba, los personajes de Rayuela escuchan jazz como exiliados argentinos, los de Fuentes son cosmopolitas pero visitan ruinas prehispánicas, los de Vargas Llosa viven en medio de dictaduras peruanas), pero hay que entender que además de ella también existía una lectura que superaba las “huellas” exóticas y permitía leer, digamos, La ciudad y los perros no como una novela sobre unos jóvenes limeños en un colegio militar, sino sobre individuos sometidos a un poder superior contra el cual se rebelan. En ese sentido, la novela podía estar más cerca de Las tribulaciones del estudiante Törless, de Robert Musil, antes que cualquier libro escrito en el Perú por aquellos años. Desde luego, de cualquier libro puede decirse que ese componente no exótico existe, que incluso las novelas regionalistas más emblemáticas tratan sobre seres humanos en conflicto. No tengo dudas de que es así. Pero con los autores del Boom ocurría que esas lecturas no solo eran posibles sino que sucedían realmente. Macondo, por poner un ejemplo, no se leía necesariamente como el retrato costumbrista más o menos distorsionado de un pueblo colombiano, sino que se asumía como un lugar mágico e imaginario creado por un autor de mente deslumbrante.
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