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"Si escribiera mis memorias me despedirían"

Una entrevista de Valerie Miles en el ABC nos abre la puerta al mundo de “El Chacal”, el poderoso y temido agente literario norteamericano Andrew Wylie, cuyas garras ya se han sentido en el mundo en castellano a partir de la representación de Roberto Bolaño y de Jorge Luis Borges, muy polémicas en su momento. Excelente entrevista que termina con un gran consejo: “No se enamoren de Amazon, no se enamoren de Barnes & Noble, se trata de leer.” 

¿Cómo fueron sus comienzos?

En un principio, quise seguir los pasos de mi padre, que había sido editor, pero durante las entrevistas en las editoriales siempre me preguntaban lo mismo: «¿Qué estás leyendo?». Y la respuesta, «Tucídides», no caía del todo bien. Me decían que para perdurar en el negocio tenía que leer la lista de los libros más vendidos. Pero si el dinero era la única meta de la edición, entonces prefería dedicarme a la banca que a publicar basura. Joseph Fox, el editor de Truman Capote, me recomendó que intentara ser agente literario.

Antes fue librero de la vanguardia artística neoyorquina.

(…) Conocí a mucha gente que frecuentaba The Factory y me pasé un año y medio entrevistando a Andy Warhol. Le formulé muchas preguntas tontas basadas todas en mi educación en Harvard, que no me enseñó nada sobre cómo arreglármelas en Nueva York. Así que, transcurrido un año y medio, me dijo: «¡Ah! Lo pasamos de maravilla charlando, ¿crees que algún día todo esto se publicará?». Y le respondí: «Sabes, Andy, es que no me das las respuestas que las revistas quieren. Así que cambia las respuestas y tendré que cambiar las preguntas, y todavía no sé cuáles debo cambiar». Fue un maestro brillante y generoso, con una perspectiva casi zen sobre la cultura y la educación en Estados Unidos.

También mantuvo una relación muy estrecha con Susan Sontag.

Me enteré de que Susan quería hablar conmigo, así que la visité en su apartamento. Era imponente. Me dijo: «Tengo un problema…, soy Susan Sontag». Le respondí: «Sí, en efecto». Y añadió: «Es un trabajo a jornada completa. Debo atender el teléfono, debo leer libros de otros y escribir frases para elogiarlos, debo conceder entrevistas a la prensa y hablar sobre el comunismo…, pero lo que quiero hacer es escribir una novela, y no tengo tiempo». Así que le dije: «Por qué no deja en mis manos todo este asunto de ser Susan Sontag. Usted escriba la novela y yo me ocupo de ser Susan Sontag». La novela era El amante del volcán. De eso trata en realidad este oficio de la representación: de entregarse a los intereses y al estilo del escritor. Yo adopto la personalidad de los ochocientos cincuenta escritores que representamos, así que padezco una suerte de masivo desorden de personalidad.

(…)

Hábleme de la publicación de manuscritos póstumos.

Si el escritor está vivo, él decide sobre los derechos de autor y de reproducción. Pero cuando el autor ha muerto, esos derechos recaen sobre sus sucesores. Yo estoy al servicio de los propietarios de esos derechos. Y mi experiencia me dice que ellos saben lo que debe hacerse, lo que más conviene, frente a los que afirman: «Yo conocí mejor al autor que su esposa», como oímos decir sobre Borges o Calvino. Y respondo: «Claro, tú sabes más de Italo que su mujer, que durmió a su lado cuarenta años. Tú, editor, tú, amigo, ¿conociste a Italo más íntimamente? Caramba, no me había imaginado que tuvieras esas inclinaciones». Los sucesores, por lo general, saben lo que conviene y, además, el autor está muerto. Si la destrucción de la obra de Kafka se hubiera llevado a cabo, todos nos habríamos empobrecido. Con todo, basta un apretón de manos con los escritores, y una vez que has empeñado tu palabra… Es una costumbre estadounidense, y es extraño, porque yo provengo de Nueva Inglaterra, donde se supone que todos guardan las formas, lo cual es absurdo, por supuesto. Pero en Estados Unidos, si incumples la palabra dada, te pueden llevar a los tribunales.

El futuro camina por sendas que nadie habría podido predecir. Lo que se juega en África es de tal magnitud que la gente de sensibilidad extrema está interpretando su vida y explicando sus reacciones emotivas en función de ese conjunto de acontecimientos… No se trata de sustraer a escritores de otras agencias. Me parece que esta reputación persiste porque resulta más interesante para los lectores de los periódicos de referencia cuando persuadimos a un escritor que cuando no. Así pues, tenemos la obligación de entretener al público lector robando autores, y persistiremos en ello.

(…)

¿Tiene usted un dispositivo electrónico de lectura?

Mi esposa y mis hijos los tienen pero yo no los uso. No dispongo de tiempo. Hay un interés obsesivo en lo que Saul Bellow solía llamar «dispositivos telefónicos avanzados». A nadie le interesa la edición porque les parezcan fascinantes el Kindle o Amazon, quieren integrarse en el mundo de la edición por Borges, Bolaño o Cabrera Infante. Nadie se dedica a la moda por unos grandes almacenes, sino por la labor de un diseñador, o a la fotografía por el fabricante de una cámara. ¿De qué estamos hablando entonces? ¿Por qué estamos perdiendo todo nuestro tiempo hablando de distribución, que en realidad –y que se me perdone el esnobismo– es como entrar por la puerta de servicio? (…) Si a los escritores no les quedan otras opciones y deben depender de que se llene un estadio con una lectura de su obra, van a pasar de pobres a mendigos. Y la cantidad de libros de importancia intelectual o estilística será igual a cero muy pronto. La disputa entre el editor y Apple o Amazon es como la de David contra Goliat… Hay mucha incertidumbre y los editores están sometidos a enormes presiones. En Estados Unidos, el Departamento de Justicia inició un procedimiento contra cinco editoriales, y es muy costoso defenderse de ese Departamento, por no hablar de Amazon, que es mucho más rico que el poder judicial. Amazon tiene mucho dinero, lo está utilizando como fuerza bruta y tiene a su servicio a muchos intrigantes en Washington. Como alguien señaló con acierto, es una desgracia, porque es como si el Departamento de Justicia entablara una demanda contra la gasolinera de Juan para proteger a Standard Oil. Es más bien una insensatez.

(…)

¿Cuál será el futuro a las agencias si los escritores comienzan a publicarse a sí mismos?

Las presiones sobre todos los actores son enormes. No es un negocio fácil, pero nunca lo ha sido. La fabricación de automóviles o la banca son negocios más rentables, aunque también estén pasando por horas bajas. Si la edición como industria perdura, creo que los agentes también perdurarán, porque, de otro modo, ¿quién va a leer todos esos manuscritos?En su agencia, los representados en lengua española están aumentando.

Tengo un plan a doscientos años. Es mucho tiempo y soy muy paciente, pero la agencia está construida para durar y representar a escritores interesantes. Dios quiera que en doscientos años seamos una fuerza en la literatura en lengua española.

¿Publicará sus memorias?

Ser agente es como ser un psiquiatra sin título. Sé demasiado y me meto en líos por hablar demasiado. Pero sé mucho más de lo que digo, créame. Hablo de más y me equivoco, porque me emociono y me gusta bromear. Pero si escribiera mis memorias me despedirían, y harían bien.

¿Algún consejo?

Como todos, me he equivocado mucho, pero algo he hecho bien. Pienso mucho en ello. ¿Qué imbécil se dedicaría a este negocio para ganar dinero? Si se quiere ganar dinero, hay que ir a Wall Street. Si quiere hacerse rico, sea banquero… Ay, perdón, quizá haya sido un error recomendarlo en estos momentos, sobre todo en España. Pero esto también pasará… No se enamoren de Amazon, no se enamoren de Barnes & Noble, se trata de leer. Se trata de la calidad de las ideas, de la forma que adopta su expresión. No es necesario representar basura para alcanzar el éxito, lo tendrían mejor en la banca, incluso ahora mismo.

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