
Louis Hamelin
Cuatro personas, representando a los cuatro idiomas que están presentes en el Festival América, hablaron el día de la inauguración del Festival. Fueron Luis Sepúlveda por el castellano, Bernardo Carvalho por el portugués, Vendela Vida en inglés y Louis Hamelin por el francés de Quebec. Todos hablaron de su relación con contar historias y leer libros. Coincidieron en alabar la memoria y la imaginación. Pero fue el discurso del canadiense Louis Hamelin el que realmente me impactó y, pienso, se acercó más a lo que pienso de la literatura. Aquí se los dejo íntegro:
EL SILENCIO DE LOS ESPACIOS
Permítanme primero recurrir a una imagen sacada de ese banco de recuerdos, más o menos en quiebra, al que llamamos “infancia”. Diviso, en lo profundo de la mía, a un hombre que está leyendo al andar. Se trata de un tío mío, un sacerdote católico y futuro misionero, que estaba leyendo su breviario y viniendo por la noche. La escena pasa en el exterior, pero el telón de fondo se ha borrado del todo, para no dejar dentro de mí nada más que la imagen de aquel lector y la doble índole de su actividad: lectura en movimiento, lectura sagrada. Al no haber heredado la fe católica de mis antepasados, sé que, a su manera, aquel Padre blanco de África estaba leyendo ficción, pero el recuerdo de su meditativa lectura ambulatoria me persigue como si quisiera darme a entender que el libro no está destinado a la inmovilidad y que leer no es un proceso que se cumpla dentro de un lugar cerrado. ¿Qué tienen en común More Notes in the Death American Dream de Hunther S. Thompson y El Primer Hombre de Albert Camus si no es el espacio que comparten en mi mesa de noche? Nada quizá, excepto ese mismo silencio que ambos provocan dentro de mí. Ya sé que se puede leer dentro de un autobus atiborrado, escribir dentro de un café ruidoso, pero eso no impide el silencio, que es la esencial condición para que las lenguas entren en resonancia con lo vivo. Ese silencio me parece que los grandes espacios americanos también lo originan. Al igual que ciertos libros, requieren a la vez movimiento e interioridad, la intimidad espiritual y el desplazamiento físico. Y así como había, para Flaubert, un “ojo americano”, existe un silencio americano. El mío procede de una tierra boreal, espacios sub acuáticos, mares interiores y desiertos florecidos con plantas carnívoras. Lo llevo como lleva uno una palabra lejana y hablada. Aquí está totalmente abierto a las voces de los ríos y a los ecos de las cordillera, como un deseo de bienvenida.



