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Seguir sin ti - Jorge Bucay

Prólogo


De nuevo juntos decidimos hablar de parejas.
Ya han pasado diez años desde que salió Amarse con los ojos abiertos.
Y en este tiempo descubrimos, entendimos y aprendimos muchas cosas sobre el tema de la pareja, un poco por lo que fuimos estudiando y mucho por lo que cada uno de los dos fue viviendo.
En este libro queremos volcar algo de todo eso que apren-dimos.
Muchas personas nos preguntan cómo lo hacemos para escribir juntos.
Y lo hacemos de todas las formas posibles, muchas veces vía mail, en nuestros encuentros en Buenos Aires y en los fugaces tiempos compartidos cuando nos cruzamos para trabajar juntos en España o en México.
Este prólogo lo estamos escribiendo en el aeropuerto Benito Juárez del DF, y lo terminaremos en el avión rumbo a Buenos Aires después de la cena.

Gran parte de lo que queremos transmitir en este libro es lo que nos enseñó el padre Enrique Ponce, un sacerdote jesuita del que los dos nos enamoramos cuando lo conocimos hace ya un par de años, en nuestra visita a La Casa Íñigo en Torreón, México. Se trata de descubrir que lo importante es saber amar, y desde allí convertirnos en personas con más y mejor capacidad de dar.
La mayoría de las personas sufren porque piden amor, buscan amor y no encuentran el amor.
Creemos que la única manera de evitar esa frustración es buscar ese sentimiento en nosotros mismos. Conectarnos con esa fuente de amor que somos y darlo. Cuando lo hacemos no nos desesperamos en la búsqueda de alguien que nos ame.
Sentir el amor nos llena, y darlo es una alegría, y sintiéndola es fácil encontrar a alguien que quiera recibir nuestro amor.
Lo que queremos transmitir es que tanto el amor de los otros como el que podemos dar es relativo. Que todos amamos como podemos, porque todos estamos heridos.
El trabajo es amarnos como somos y querer a los otros como son, aceptando el amor que pueden darnos porque ellos también han sido lastimados.
Hay una frase que siempre repetimos en las charlas que damos juntos sin poder saber nunca quién la dijo por primera vez, pero estamos absolutamente de acuerdo con su mensaje:
«Ámame cuando menos me lo merezco, porque es
cuando más lo necesito.»
En los últimos años, tanto Jorge como yo vivimos pérdidas muy grandes. Él despidió a su madre y yo a uno de mis mejores amigos, Fausto Maggi, que mucho colaboró para que este libro fuera una realidad.
Los dos coincidimos en que esas pérdidas nos generaron una inmensa tristeza, pero también fueron una apertura hacia el amor, porque acompañar a personas que amamos en el momento de su muerte nos abre el corazón. Ambos aprendimos por separado que cuando en ese momento no quedan deudas pendientes, somos sólo dos almas despidiéndonos, y tomamos conciencia de la finitud y del amor que existe. La muerte de un ser querido nos conecta con el agradecimiento por estar vivos y con la conciencia de la impermanencia que nos lleva a no perder tiempo en sufrimientos inútiles y disfrutar cada día.
Escuchamos del mismo padre Enrique este cuento que reproducimos aquí para señalar el lugar desde donde se puede comprender este viaje.

Un perrito es atropellado por un coche. Dos amigos pasan caminando y presencian el accidente. Uno de los dos se acerca a levantar al animal para llevarlo a un veterinario.
Cuando intenta sujetarlo, el perrito le muerde.
El hombre lo suelta y se queja a su amigo:
—Perro desagradecido, lo quiero ayudar y me muerde…
El amigo contesta:
—No te enojes. No te muerde por falta de gratitud, te muerde porque está herido.

Silvia Salinas y Jorge Bucay

Vuelo 1691 destino Buenos Aires

30 de junio de 2008