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Viviendo - Adamari López

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Un antes y un después

La mañana del 7 de marzo de 2005 comenzó como cualquier otra. Me levanté, desayuné, terminé de hacer maletas y me preparé para ir a una entrevista y sesión de fotos para la revista Nueva. Mi hermana Adilsa y yo teníamos planeado partir directo de la entrevista al aeropuerto internacional de Miami en donde tomaríamos un avión para viajar a Argentina. Me habían invitado a participar en un programa llamado Fear Factor VIP, que se grababa en Argentina y consistía en reunir a un grupo de artistas o personas reconocidas para que enfrentaran una serie de retos físicos y psicológicos que normalmente producen mucho miedo; por ejemplo, saltar un aro de fuego o comer gusanos. Este proyecto me tenía muy ilusionada ya que no solo constituía un reto personal (por ser un programa diferente al que había hecho anteriormente) sino que también participarían en él algunos de mis queridos compañeros de trabajo —como Ludwika Paleta y Johnny Lozada— y me brindaría la oportunidad de conocer Argentina, lugar al que siempre había querido ir.

La vida me sonreía. Acababa de terminar de grabar mi última novela Mujer de madera; vivía con mi novio, Luis Fonsi, con quien recientemente me había comprometido; y estaba por embarcarme en esta nueva aventura con Fear Factor VIP. Pero una sentencia alojada en mi seno derecho estaba por cambiar mi destino para siempre.

Antes de partir a la entrevista, Fonsi y yo discutimos sobre alguna bobería y nos despedimos un poco enojados. Él iba rumbo al estudio. Era el primer día de grabación de su próximo disco y, para peor de colmos, en el camino se le pinchó una llanta del carro. Cuando me llamó para contarme, yo le respondí en broma que eso le pasaba por irse de la casa enojado. Como yo estaba yendo hacia mi entrevista, no había nada que pudiera hacer para ayudarlo. No le quedó más que llamar a una grúa y tomarse un taxi al estudio. Sí, fue una mañana algo agitada, tal vez por el estrés que puede causar el comienzo de proyectos nuevos, pero nada fuera de lo común para nosotros.

Llegué a la oficina de la revista Nueva, lista para trabajar y charlar y posar para las cámaras. Mi hermana estaba ilusionada con el día ya que le divertía verme en acción y encima esa noche partíamos a nuestra aventura en Argentina. Fuimos recibidas cálidamente, charlamos un poquito con el equipo de la revista y enseguida me sentaron en una silla para comenzar la entrevista. Las preguntas y respuestas fluyeron fácilmente, con risas y buena energía mientras iba revelando, hasta donde deseaba, detalles de mi vida. Entretanto me comenzaron a maquillar y la conversación dio un giro inesperado.

—¿Alguna vez te has preguntado cuál es tu misión en la vida? —me preguntó la periodista.

Ay, era como si hubiesen sabido lo que estaba viviendo. Me emocioné, se me quebró la voz y al comenzar a hablar no pude contener las lágrimas.

Hacía poco había descubierto una masita en mi seno que nunca antes había sentido. Por precaución me mandaron a hacer una biopsia y estaba esperando que me llegaran los resultados en esos días. Me abrí y les conté esta intimidad porque la experiencia me había hecho ver la vida desde otra perspectiva, pero en ningún momento me imaginé que esa biopsia sería positiva. Simplemente dieron en la tecla con la pregunta porque lo que yo creía que solo sería un susto me había hecho recapacitar y pensar en las demás mujeres que pasan por lo mismo o más. Fue un momento que me hizo reflexionar y agradecer todo lo bueno en mi vida. Mis pensamientos internos —al igual que los que expresé en esa entrevista— eran altamente positivos. Me sentía bien y simplemente me tomé todo ese proceso como un gran susto que me abrió los ojos a la fragilidad de la vida, notando que en un instante todo puede cambiar, pero pensé que mi susto ya había terminado.

Concluí la entrevista diciendo que quizá mi misión era ayudar a otras personas que tuvieran que pasar por lo mismo. Jamás pensé que primero me tocaría hundirme en la profundidad de esta enfermedad y descubrir la manera de navegar lo que vendría para lograr sobrevivir.

Al finalizar la entrevista me sequé las lágrimas, me reincorporé y, como bien dijeron en ese artículo, me puse mi traje de guerrera para dejar de lado mis problemas personales y darles lo mejor de mí en la sesión de fotos.

Luego nos tomamos un descanso para recargar energía y disfrutar de las delicias que nos habían traído para comer. Adilsa, mi hermana, se sirvió un panini de salmón y se sentó, lista para echarle el diente a ese sándwich al que tantas ganas le tenía, pero la interrumpió el sonido de mi celular. Mientras estoy en una entrevista o una sesión de fotos, suelo darle mi celular a mi mánager para que atienda mientras yo no esté disponible; me gusta dedicar atención exclusiva a mi trabajo en ese momento. En esta ocasión le di mi celular a Adilsa, no solo por ser mi hermana, sino porque estábamos esperando el resultado de mi biopsia.

Me serví un plato de comida y me senté justo en frente de ella, dándole la espalda. Al escucharla atender el teléfono le pregunté enseguida quién era y ella muy entusiasmada me contestó: "¡Ay, es Adaline!". Adaline es mi otra hermana y Adilsa asumió que estaba llamando para pedirnos que le trajéramos algún regalito de Argentina. Estaba distraída y no se le había cruzado por la mente que la llamada podría ser por otra razón.

Yo seguí comiendo, esperando escuchar más detalles de la conversación, pero de pronto noté un silencio sepulcral, nada característico de Adilsa. Cuando me di la vuelta, sobre su silla solo quedaba el panini de salmón intacto. Adilsa había desaparecido. Me entraron unos nervios que me nublaron la mente. No sabía si debía seguir comiendo o debía pararme y salir a buscarla. Era raro que mi hermana se hubiese ido sin avisarme. Algo me decía que la noticia no era buena pero, en el fondo, me daba aun más pánico enterarme que lidiar con los nervios de la incertidumbre.

Terminé de comer como pude, me cambié de ropa y me alisté para la sesión de fotos, siempre mirando de reojo a ver si aparecía mi hermana. Di lo mejor de mí, sonriendo y coqueteándole a la cámara, pero por dentro me carcomía la angustia. Algo no estaba bien, yo lo sabía. ¿Dónde se había metido mi hermana? Clic, pose, clic, mirada seductora, y así sucesivamente… Pero la ausencia de mi hermana, a quien seguía buscando con la mirada entre fotos, me tenía loca.

Al tercer cambio de ropa, ya no podía con los nervios. Necesitaba desahogarme, hablar con alguien, pero mi hermana se había llevado mi teléfono y yo no podía hablar de algo tan personal con el equipo de la revista; debía mantener el profesionalismo intacto. Finalmente me animé a pedirle prestado el celular a la muchacha que tan gentilmente me estaba ayudando con el vestuario. Buscaba hablar con alguien cercano, que me conociera, y sin embargo no me animé a llamar a mi hermana Adaline, quien probablemente me podría haber esclarecido el misterio. Adaline no solo había hecho desaparecer a Adilsa sino que era ella quien tenía permiso para recibir el resultado de mi biopsia. Sabía que la noticia muy posiblemente tenía que ver con ese resultado pero no, no estaba preparada para enfrentar la verdad, fuera cual fuese.

Me hice a un lado —como para hacer la llamada en privado— y marqué el teléfono de mi mejor amiga Elianne. Cuando me atendió le dije al instante: "Elianne, algo pasa y no sé lo que es. No debe ser bueno porque Adilsa no aparece". No recuerdo lo que me respondió porque los nervios me trastornaron los oídos. Tampoco sé bien cómo terminamos la conversación.

Le devolví el celular a la muchacha y me dirigí hacia el baño, en busca de un espacio a solas para reincorporarme y seguir adelante. En el camino vi a Adilsa finalmente, sentada en un escritorio al final del pasillo. Cruzamos miradas y ella me miró con una gran sonrisa, una sonrisa que escondía una noticia que cambiaría todo. Rápidamente le pregunté algo que para mí era clave:

—¿Y Fonsi no me ha llamado?

—Sí, que viene para acá —me respondió.

Ese "sí, que viene para acá" me confirmó que algo realmente andaba mal. Normalmente nosotros hacíamos lo posible para no mezclar nuestros trabajos. Ni él se metía en mis cosas laborales ni yo en las de él. Ese era el primer día de grabación de su disco nuevo, se le había pinchado una llanta, no tenía carro, todos factores que sumados hacían que una visita de él fuese realmente improbable, a menos de que se tratara de algo serio.

Me di cuenta de todo pero seguí adelante, quizá sintiendo que, si me mantenía activa, la pesadilla que temía sería simplemente eso: una pesadilla y no una realidad. No le contesté nada a mi hermana, simplemente me dirigí hacia el baño, mi destino inicial al salir al pasillo. Estaba temblando de los nervios pero respiré profundo, me repuse y salí a terminar la sesión de fotos.

Acabábamos de finalizar la última toma y yo estaba por acercarme a ver cómo había quedado todo cuando llegó Fonsi. Tenía una mano en el bolsillo y una expresión extraña. Algo no andaba bien. Le dije que se acercara para que viera cómo habían quedado las fotos pero de un tiro me dijo: "Vengo ahora", y salió disparado de la oficina. Hice lo posible para disimular la situación para que el equipo de la revista no se diera cuenta de la tensión sospechosa que llevábamos todos encima. Por si fuera poco, en el piso de abajo estaba la oficina de una importante revista de chismes, donde se alojaban los editores, periodistas, fotógrafos, todo. Lo último que necesitaba en ese instante era armar un escándalo público para que se enteraran todos de algo que ni yo sabía bien qué era.

Más tarde supe que Adilsa había llamado a Fonsi para contarle lo que estaba sucediendo y él sintió desesperación al no saber cómo hacer para darme la noticia. Ese día cuando llegó al estudio no pudo contener sus emociones y tuvo que salir al instante para no delatarse en frente de todos. Al ratito volvió y, con su mejor actitud, vio las fotos conmigo y me esperó mientras me cambiaba. Cuando salí del vestuario le pregunté qué era lo que estaba pasando pero no me quiso contestar ahí con tanta gente presente. Simplemente me dijo que era mejor si íbamos al carro y hablábamos más tranquilos ahí.

Me despedí de todos, recogí mis cosas y nos fuimos.

Al bajar al estacionamiento del estudio nos encontramos con mi sobrina Adilmarie y su esposo Luis, quienes llegaban recién de su luna de miel. También estaba Adilsa: su carita descompuesta reflejaba que lo que venía no era bueno. Nos montamos en mi carro y les dije:

—Bueno, díganme cuál es la noticia porque algo bueno no puede ser.

Hubo una breve pausa y respondió Fonsi. Habían llegado los resultados de la biopsia:

—Tienes un tumor cancerígeno.

Lo que siguió fue una avalancha de palabras, todos hablando y alentándome a la vez.

Yo sólo pensaba: "¿Cómo que tengo cáncer? ¿Cáncer? ¿En serio?".

Dentro de mi incredulidad ante la noticia sentí una punzada de angustia que por un breve instante paralizó mi vida. Rápidamente enterré ese miedo repentino que de golpe me invadió al ver cómo la preocupación se apoderaba de mis seres queridos. Comencé a bromear. Quizá fue una reacción defensiva, no sé, pero fue lo único que me nació. De alguna manera tenía que cortar con la nube gris que nos estaba envolviendo, buscaba una forma de no sentir que esta noticia lo cambiaría todo… No quería sentir.

De pronto me vino a la cabeza mi viaje a Argentina. Decidí concentrarme en eso. Vería a mis compañeros, a quienes quiero tanto; finalmente conocería el país que tanto quería visitar; y participaría en un programa diferente y divertido con retos nuevos. Yo no iba con el propósito de ganar; no me importaba perder, lo que me ilusionaba era la experiencia. No caía en cuenta de que estaba por enfrentar uno de los retos más grandes de mi vida, donde ganar era la única opción.

Seguimos hablando —o más bien, siguieron hablando— y me explicaron que el viaje ya no iba. Mientras yo terminaba la sesión de fotos con Nueva, Adilsa había llamado al programa y había cancelado todo. No iríamos a Argentina. Me entró una desesperación al ver cómo ese plan se hacía añicos. Sentía que era lo único que me mantenía atada a mi realidad de siempre.

—¿Por qué me lo cancelaron? —les pregunté molesta—. Déjenme ir al programa, conocer Argentina, pasarme una semanita allá y, al regresar, pues, bregamos con lo que haya que bregar.

Está claro que no terminaba de aceptar la gravedad de la noticia. Ni me lo podía imaginar porque en realidad no sabía demasiado sobre el cáncer de seno, ni me sentía lista para averiguarlo. Pero la vida te obliga a tomar caminos nuevos cuando menos te lo esperas.

Esa misma noche, cuando ya no estaba enfrente de mi hermana ni de mi sobrina y su esposo, cuando ya no estaba en un lugar público, cuando ya ni siquiera estaba despierta… me desplomé. Me desperté con lágrimas en los ojos. Estaba llorando. Fonsi se acercó y me abrazó. Las palabras sobraban en ese momento. No había nada que él me pudiera decir que me calmara. Él a su vez sabía que ya me había aguantado lo suficiente y necesitaba desahogarme. Ese abrazo me tranquilizó; sentí todo su apoyo a través de ese gesto. Supe que estaba conmigo, que de alguna manera comprendía lo que me estaba pasando, y eso era todo lo que me hacía falta en ese instante. Fue uno de los pocos momentos a lo largo del siguiente año en los que me permitiría sentir abiertamente lo que mortificaba mi corazón y alma.

¿Por qué no me permití llorar y desahogarme más? Porque veía a todo el mundo sufrir, porque no quería pensar que nada malo me fuera a pasar. Soy una persona positiva, siempre intento verle el lado bueno a todo, y este caso no fue diferente. Quizá hoy día me permito llorar mucho más de lo que lloré en aquel momento porque ahora he comprendido que, cuando ocurrió todo, no me permití reaccionar. Era mi herramienta para seguir adelante. Sentía que si me derrumbaba yo, se derrumbaba todo a mi alrededor; no podía dejar que eso pasara. No quería preocupar a mis papás, no quería preocupar a mis hermanos, no quería darle importancia a mi enfermedad. La meta era salir de eso lo más rápido posible y seguir adelante.

Durante esos primeros días, no lograba caer en cuenta de que esto era algo que me estaba pasando a mí, en carne propia. Acepté los siguientes pasos, las citas médicas, las operaciones, como si fueran algo de todos los días. Seguramente fue mi manera —la única que encontré— de no hundirme. Dentro de esa montaña rusa de emociones tenía una cosa clara: mi deber era seguir nadando sin importar cuán agitado estuviera el mar que me rodeaba.

Con la palabra "cáncer" sentía que la palabra "control" se tornaba invisible. Ver cómo un solo instante te puede quitar todo el control de tu vida se puede volver desesperante. En un momento tan frágil, lograr mantener algo de ese control en mis manos era esencial. No podía dejar que esta enfermedad me paralizara. Tenía que seguir adelante. Al día siguiente me tranquilicé y decidí que lo mejor que podía hacer era informarme. La información de alguna manera me devolvería algo del control que sentía estar perdiendo.

Hasta ese momento había oído hablar del cáncer de seno pero la realidad es que no sabía nada sobre esta enfermedad. Hasta ese momento no había un historial de ningún tipo de cáncer en mi familia, había oído de personas que pasaron por eso, pero nunca me tocó de cerca. Ahora me estaba tocando en carne propia. No sabía por dónde empezar. La falta de conocimiento sobre el tema me abrumaba. ¿Qué significaba tener cáncer de seno? ¿Perdería mi seno? ¿El otro también se vería afectado? ¿Tendría que hacerme quimioterapia y radiación? ¿Qué era eso? ¿Me iba a quedar calva? ¿Cómo hace uno para responder todas estas incógnitas? Lo único que sabía era que lo que me tocaba enfrentar iba a ser difícil, muy difícil. Nunca había sufrido un golpe tan duro hasta ese momento. Sin embargo, lo que menos imaginaba era que este solo sería el primero de una seguidilla de golpes inesperados.