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Heydrych - El verdugo de Hitler

Prefacio


¿CÓMO se escribe la biografía de Reinhard Heydrich, uno de los actores clave en el genocidio más criminal de la historia, una figura histórica a la que el Premio Nobel Thomas Mann bautizó como el «verdugo de Hitler»? Esta es la pregunta que me he hecho a mí mismo desde el primer momento en que decidí embarcarme en el proyecto de este libro. Siempre tuve claro que escribir la biografía de un nazi supondría una serie de retos específicos, que irían desde la necesidad de dominar la vasta y creciente bibliografía sobre la dictadura de Hitler hasta el peculiar problema de tener que penetrar en la mente de una persona cuya mentalidad y universo ideológico parecen repugnantes y extrañamente distantes, a pesar de que la dictadura nazi llegó a su fin hace menos de setenta años. Pero el mayor reto se encontraba en otro lugar: en el hecho de que cualquier tipo de obra biográfica requiere un cierto grado de empatía con el sujeto del libro, incluso cuando ese sujeto es Reinhard Heydrich.
A menudo, los biógrafos utilizan las imágenes opuestas de la autopsia y el retrato para describir su trabajo: mientras la autopsia ofrece un examen objetivo, forense, de una vida, el retrato depende de la empatía del biógrafo con su sujeto. He escogido combinar ambos enfoques en una tercera vía que se puede describir mejor como «empatía fría»: un intento de reconstruir la vida de Heydrich con una distancia crítica, pero sin la historia a posteriori ni sucumbir al peligro de confundir la función de los historiadores con la del fiscal del estado en un juicio contra un criminal de guerra. Puesto que los historiadores deben concentrase principalmente en la tarea de explicar y contextualizar, y no en condenar, he intentado evitar el tono sensacionalista y crítico que caracteriza a los relatos más antiguos sobre la vida de Heydrich. Las acciones, el lenguaje y el comportamiento de Heydrich hablan por sí mismos y, siempre que ha sido posible, he intentado reservar un espacio para su propia y característica voz, así como a las expresiones que él mismo escogió.
Sin embargo, en el caso de Heydrich son escasos los registros personales. He buscado en importantes archivos de Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos, Rusia, Israel y la República Checa y esta búsqueda ha revelado muchas más fuentes acerca de la vida de Heydrich de las que solían asumirse hasta ahora. No obstante, a diferencia de Joseph Goebbels o del joven Heinrich Himmler, Heydrich no guardó un diario personal, y solo algunos fragmentos de su correspondencia privada sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. Pese a todo, existe un notable corpus de documentos, discursos y cartas oficiales que nos permite reconstruir con gran detalle sus rutinas diarias y sus procesos de toma de decisiones.
Al identificar el material de las fuentes tan dispersas en las que está basado este libro, he tenido que depender con frecuencia del valioso consejo de archivistas y bibliotecarios. Me siento muy agradecido por la experta ayuda del personal de muchos archivos y bibliotecas de todo el mundo que me ha permitido acceder a sus amplias pertenencias y me ha proporcionado material inédito. Incluyo aquí al Institut für Zeitgeschichte de Múnich, los Archivos Federales Alemanes y sus diversas sucursales en Berlín, Coblenza, Friburgo y Ludwisburg; a los Archivos Nacionales británico y checo en Kew y Praga; los archivos del Yad Vashem en Jerusalén y del Holocaust Memorial Museum en Washington DC, así como el Instituto Histórico Alemán en Moscú, que me facilitó enormemente el acceso a los archivos de la Oficina Principal de la Seguridad del Reich que se encuentran en el Archivo Osoboyi.
Este libro tuvo su origen en Oxford, y he contraído una profunda deuda con muchos amigos y antiguos colegas de aquel lugar. Martin Conway y Nicholas Stargardt me aconsejaron en diferentes fases de este proyecto y me proporcionaron unas críticas siempre bien recibidas sobre los primeros borradores de este libro. Roy Foster me enseñó muchas cosas sobre cómo escribir una biografía, me ofreció brillantes comentarios sobre los manuscritos, y ha seguido siendo un amigo y una fuente de inspiración más allá de mi estancia en Oxford. Desde que abandoné Oxford en 2007, he sido miembro del University College de Dublín, que me ha concedido una enorme libertad para investigar y escribir. Entre mis colegas en el UCD, William Mulligan, Stephan Malinowski y Harry White han sido unos valiosos lectores críticos y fuente de ánimos. Aparte de mis colegas en el Centro para Estudios de la Guerra en el UCD, debo dar las gracias también a John Horne, del Trinity College de Dublín, por los tres años de feliz colaboración investigadora y por ser una inspiración constante en su dedicación a los estudios históricos.
Fuera de Oxford y Dublín, Nikolaus Wachsmann, Chad Bryant, Mark Cornwall y Jochen Boehler accedieron generosamente a leer borradores de mi obra, como también hicieron dos lectores anónimos que fueron más allá de la llamada del deber al hacer comentarios sobre mis ideas originales. Sus sugerencias han mejorado enormemente el manuscrito final, por lo que les estoy enormemente agradecido. En Praga, tuve la fortuna de trabajar con Miloš Hořejš, cuya capacidad para traducir secciones clave de importantes fuentes y obras checas me ha permitido incorporar los importantes trabajos sobre la ocupación nazi de Bohemia y Moravia que se han publicado en las últimas dos décadas. En Berlín, tuve el placer de trabajar con Jan Bockelmann, cuya diligencia para compilar enormes cantidades de fuentes y obras alemanas ha ayudado en gran medida a que este estudio estuviera terminado dentro del plazo fijado. Heather McCallum encargó este libro hace aproximadamente seis años, y tanto ella como sus colegas de la Yale University Press acompañaron el proceso de producción con gran entusiasmo, competencia y paciencia. Resulta difícil imaginar a un editor mejor.
Mi agradecimiento final, como siempre, va para mi familia. Durante mis habituales viajes archivísticos a Berlín, mis padres, Michael y Evelyn Gerwarth, me ofrecieron su constante apoyo, amor y ánimo, algo que no podré agradecer suficientemente. Por último, es enorme la deuda que he contraído con mi esposa, Porscha. Ha leído el manuscrito desde el principio hasta el final, y ha tenido que vivir los últimos cinco años con mis ausencias periódicas y distracciones constantes. Dedicarle este libro es un intento necesariamente inadecuado para reconocer la profundidad de mi amor y gratitud.