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El amante de las librerías. Claude Roy

El amante de las librerías.

 

Claude Roy. 
José J. de Olañeta, Editor. Barcelona, 2011. 
49 páginas – 6 €. 


Aunque marcado por la guerra y la política, Claude Roy (Francia, 1915 – 1997) fue un hombre tratable, alegre, ingenioso y, ante todo, codicioso de cosas hermosas. Por eso el arte, el amor y la amistad figuraban entre sus placeres favoritos. Y escribió de ello: de amigos y de amores, de viajes y de libertad.

Uno de los textos escritos en su vejez, El amante de las librerías, es una pequeña muestra de este poeta que canta a la vida, que novela con amigos o que esboza un ensayo imaginando nuevas ciudades.

Con el pretexto de hablar de libros, en lo que aparentemente es un libro fugaz, Claude Roy esconde un delicado sentimiento de melancolía. Observando detenidamente el paso del tiempo, como cualquier poeta oriental, descubre la belleza caduca de todos los seres de la Naturaleza: desde el perfume de las cosas buenas para comer –fruta, café molido, pan rústico o melón- hasta las librerías con sus libros, el acento cantonés de una fina señorita Chan o la propia ciudad:

Tengo muchas esperanzas. Un esfuerzo más y será delicioso tener un verdadero barrio chino a la puerta de casa.

Con una prosa directa y natural, fluida y de una franqueza intimista, Roy nos procura una breve pero placentera lectura y una extraña sensación de añoranza: la de la pérdida de una vejez que, pese a no haber alcanzado, ya no podemos recuperar.

Le bonheur, ce n'est pas de gagner du temps; c'est savoir le perdre.

Juana Casimiro

 


Back in America.


Barry Gifford. 
Renacimiento. Salamanca, 2011. 
200 páginas – 16 €. 

“El sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y como no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto”. Ésta es, más o menos, la parábola del sembrador que aparece en los evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas. Más o menos.

Barry Gifford es un escritor estadounidense nacido en el año mil novecientos cuarenta y seis. Muy influido por la Generación Beat de los Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs, es principalmente conocido como novelista y también como guionista cinematográfico siendo su guión de mayor renombre el de Carretera perdida o Lost highway de David Lynch. También se le puede acusar de haber participado en el guion de Perdita Durango de Álex de la Iglesia. Y también ha escrito libros de poesía, unos de los cuales, Back in America, queremos comentar.

Consideremos Back in America como una semilla. Si buscamos en el Google veremos que esa semilla ha germinado en terrenos especialmente abonados por la pedantería. Pero eso no ha de guiarnos ni de confundirnos. Balbino López Bouzas cogió el libro y lo leyó. Y lo releyó. La semilla Back in América tuvo dos oportunidades para germinar en la sensibilidad de Balbino. Y no germinó. Se secó. Seguramente fue porque la sensibilidad de Balbino, no exenta de pedantería aunque con otros componentes muy poco Beat generacionales, fue pedregal para la poesía de Barry Gifford. O tal vez fue porque Back in America, con sus aires de road movie de serie B, con su poética del desarraigo, con su respiración del aire más silenciado, es un ladrillo de tomo y lomo.

Balbino López Bouzas



Cuentos de amigasCuentos de los tres hemisferios.


Lord Dunsany
Espuela de Plata. Sevilla, 2011.
140 páginas – 14 €. 

La primera vez que vi su título me fascinó Cuentos de los tres hemisferios. ¿Dónde estará el tercero? – me pregunté. Creo haber descubierto que es una especie de anticipo del 3D que hoy puebla los cines. El tercer hemisferio debe estar en medio de los otros dos. En estos cuentos nunca llegas a saber dónde estás del todo... puedes estar huyendo de una aventura en la montaña y al instante estár en Londres, en plena urbe.

El libro está maravillosamente editado y tiene una ilustración como portada que sugiere todos sus meridianos: un ángel (o algo así, no distingo de alados) que vuela hacia el sol en una noche estrellada mira de reojo unos palacetes orientales como echándolos de menos. En estos cuentos se sacia todo ese tiempo que echábamos soñando con magias y países exóticos. Pero a diferencia de lo que sucede con los gurús coelhianos y rancios, aquí no hay moralina. De hecho, son muy breves y las leyendas se suceden. Hay ríos mágicos, canciones del nacimiento de China, estrellas y aventuras. Es una paradoja porque a pesar de todos estos elementos da la sensación de que nunca pase nada; y sobretodo son escuetos y ello –creo que por primera vez– dota al libro de entidad, cuando usualmente acostumbran a ser los cuentos los que se irguen orgullosos. La suma de todos ellos genera un tercer hemisferio donde invade el exotismo.

Los Cuentos de los tres hemisferios los firma Lord Dunsany, un heredero de una dinastía muy antigua al que me gustaría haberle preguntado porqué eligió el cuento, y no el verso, para poder explorar estos confines mágicos y, a veces, místicos. Seguramente la pregunta procede porque soy infiel lector de este género y más amigo de los poemas, pero creo que aquí hay más adjetivos e imágenes que acción y creo que encajaría mejor. Pero para ser honesto creo que la respuesta es que en estos cuentos también se destila sabiduría milenaria. Concluyamos con un ejemplo y opinen ustedes.

Luego los marineros se arrodillaron sobre la cubierta pero no todos juntos, sino en grupos de cinco o seis hombres cada vez. Uno junto a otro esos cinco o seis se arrodillaban, pues allí sólo rezan simultáneamente los hombres de credos distintos para que ningún dios tenga que atender al mismo tiempo dos oraciones. (p.79). 

Israel Pedrós

 

Correspondencia.


Carmen Martín Gaite. Juan Benet.
Galaxia Gutenberg, Barcelona 2011.
237 páginas – 20,00 €. 

Cuenta Claire Goll en sus memorias que Erik Satie, moribundo en la sala común del hospital Saint-Joseph, vociferaba obstinadamente «La carta, ¿pero dónde está la carta?… », y quitándose de encima mantas y lanzando frascos al suelo buscaba furioso el misterioso correo.

En estos días de WhatsApp, SMS y redes sociales, encontrar en el buzón una carta personal (no un extracto bancario, no una publicidad de clínica dental) tiene el encanto de ver pasar por tu calle un rally de coches de época. La carta y el sobre manuscrito son ya más infrecuentes que la tienda de un taxidermista. Y los buzones y cabinas telefónicas serán muy pronto incomprensibles cachivaches de museo etnológico.

Pero todavía hay raros ejemplares que se toman el tiempo de escribir unas líneas a mano. Pliegan después cuidadosamente la carta, cierran el sobre, pegan un sello y buscan un buzón callejero. Todo ello les lleva no menos de una hora. ¿Y quién dispone de una hora? Don Balbino, por ejemplo. Don Balbino, colaborador habitual de Cuaderno10, escribe todos los años una carta, una sola carta. Y lo hace, además, sin esperar respuesta pues el destinatario de esas cartas anuales es un ser desalmado, ágrafo e ingrato que, cada 15 de agosto, las ansía, recibe, clasifica y atesora en un archivador como su único vínculo real con otro tiempo y con su verdadero y olvidado yo.

Si el ejercicio de la escritura es una valiosa herramienta de conocimiento, la comunicación epistolar puede convertirse en la mejor gimnasia mental si encontramos el interlocutor ideal, un interlocutor que cuestione nuestros planteamientos y nos haga dudar de nuestras más firmes e íntimas convicciones. La búsqueda de ese interlocutor perfecto es lo que llevó a Martín Gaite a proponer a Juan Benet la intensa correspondencia que ahora edita Galaxia Gutenberg.

El intercambio postal entre los dos escritores se plantea como un juego con reglas que ambos van elaborando y se comprometen a cumplir. Un juego cuya finalidad es exponer y debatir sus ideas sobre la prosa literaria, ensayar un lenguaje intermedio entre la conversación y la narración escrita:

…he decidido acuñar una nueva regla que no es disciplinaria […]: cada corresponsal deberá recoger el hilo del discurso del otro y a ser posible le deberá dar la vuelta […] Al descartar la coincidencia plena se elude en cierto modo el manierismo y se conjura la sombra y la amenaza de un pasatiempo para dos, cosa que como bien decías podríamos hacer con menos esfuerzo haciendo uso de un dominó. Y sobre todo eludiremos el peligro de que degenere la correspondencia en la forma más ñoña de una comunicación: el elogio

Iniciado el juego ambos corresponsales defienden su terreno y proceden a despúar los erizos enviados por el contrario. Benet se sitúa al lado de los artistas que mantienen con pulso firme la regla que corrige la emoción. Martín Gaite al lado de los que aman la emoción que corrige la regla. Benet recela del argumento, de los héroes y de la acción, y afirma que tan válido es una conjunción como un amor contrariado. Para Martín Gaite, sin embargo, el estilo debe estar al servicio del argumento. Lo importante es querer decir algo y querer decirlo bien. No te goces en desconcertar -le escribe a Benet- que el desconcierto, cuando lo tenga que haber, esté en el tema.

Carta tras carta, Martín Gaite y Benet abordan el clásico tema del qué y el cómo literario. Y alrededor de esta cuestión central van surgiendo otros temas de su interés: el tedio, la enfermedad, el juego, la derrota y el permanecer dividido (como decía Wyndham Lewis) entre la ficción y el ensayo, entre el placer de la pura invención y la voluntad de escribir sin más sobre cualquier tema, sin éste o aquél personaje saliendo y entrando por allí sin venir a cuento.

Kafka, Proust y Faulkner son tres escritores que siempre me han obsesionado. […] Hay un rasgo común a los tres: los tres son capaces de abandonarlo todo –el héroe, la narración, la unidad dramática, las proporciones del todo- por indagar el sentido más cabal y último de una sola palabra.

Bajo la evidente pasión por el oficio de escribir que se manifiesta en estas 67 cartas, postales y telegramas, hay otro nivel de comunicación que se lee con cierta incomodidad por lo que tiene de asunto privado hecho público. Es en ese nivel donde aparecen los reproches, el cariño, la competitividad, el anhelo por recibir una llamada del otro o por un próximo encuentro. Dijo Sartre que si se había convertido en filósofo, y si con ello había buscado la fama, había sido, básicamente, para seducir a las mujeres. Semejante ardid parece reconocer, mediada la relación epistolar, el aparentemente frío y técnico Benet:

…porque, a mi parecer, el acto sexual más importante que puede ejecutar un hombre con una mujer (y el más difícil, el más atrevido, el más insólito y el único que es capaz de abrir el uno al otro) es hablar con franqueza con ella.

Leemos ahora como un todo continuo lo que en su día fue intermitente, con intervalos de espera de semanas, meses o años, entre carta y carta. Y leemos como un diálogo completo lo que es fragmentario, y cuyas ausencias -cartas extraviadas o destruidas, llamadas telefónicas, cenas con amigos, largas conversaciones de madrugada dentro de un automóvil y con los pies fríos- debemos intuir con ayuda de las notas del editor. Construimos un relato juntando unas cuantas cartas, pero esas cartas eran en su día puro acontecer, la imagen fugaz de dos escritores reflejada en un escaparate tras una noche de copas. Con total indiferencia abrimos el buzón a diario, guardamos en cajas viejos regalos, aquella porcelana con una japonesita, un bote con lápices usados, preparamos un café, vamos al cine o al hospital y nada de ello adquiere significación especial hasta que se convierte en memoria o en literatura.

Hace un par de meses Don Balbino recibió respuesta a sus cartas anuales y quedó cariacontecido, con aspecto de Erik Satie moribundo. Se trataba de apenas cuatro líneas torpemente manuscritas, quién sabe cómo, por un ofidio.

F. Sanfélix

 

 

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