El noruego Kjartan Flogstad, autor que ha publicado en castellano en Lengua de Trapo, estuvo presente en el FILBA hasta donde llevó lo que califica como “realismo ártico”. Silvina Friera entrevista al noruego en Página12.
–¿Por qué define esta novela como “realismo ártico”?
–Es un juego de palabras conectado con en el realismo mágico, es casi una rima. Quería decir que, aunque el realismo ártico pueda sonar frío, también debajo de la nieve, del hielo, hay algo que no está conforme con la superficie blanca.
–Cuando José llega a Noruega dice que “la palabra pobre está excluida del diccionario noruego”, pero que tienen el problema de que están “demasiado bien”. ¿Es un cuestionamiento a esa idea de bienestar que tienen como paradigma las sociedades nórdicas?
–Sí, uno puede llamarlo el “complejo del Mesías”. Las sociedades escandinavas, que pueden parecer perfectas, producen una idea de que vamos a otros lugares para mejorar al resto del mundo, para que Argentina o Chile puedan llegar a ser sociedades “ideales”, parecidas a las nuestras. Esa es una idea falsa para mí porque aunque en América latina hay problemas visibles, sin embargo tiene unas riquezas sociales que no existen en mi país, como la vida social de la calle y el trato entre las personas. Es difícil ser una especie de predicador de un tipo de sociedad que viene de ciertas precondiciones y que no existe en otras partes. Y en la novela quería criticar esta idea.
–¿Qué consecuencias tiene para la sociedad noruega ese funcionar “demasiado bien”?
–Esta cuestión explica el éxito que ha tenido la novela escandinava en el resto del mundo, porque la novela policíaca empieza en una superficie supuestamente perfecta, donde no hay problemas ni crímenes. Hasta que de repente aparece algo que no es perfecto, que no funciona. La novela policíaca tradicional viene de sitios parecidos en este sentido, de California del sur, en el caso de Chandler y Hammett; de las haciendas inglesas en las novelas de Agatha Christie. Aunque la superficie puede parecer perfecta, no es así. El año pasado –el 22 de julio– apareció en Noruega un “monstruo” que, de una manera brutal y definitiva, nos mostró que tenemos problemas. Me refiero a la masacre de Oslo, cuando un terrorista de la extrema derecha mató a 77 personas. El bienestar de una sociedad no excluye el mal.
–En un momento de la novela, José plantea que se siente una “cruza de escandinavo con indio andino”. ¿Tiene esa fantasía de ser un mestizo, como si buscara una especie de eslabón perdido?
–Eso nunca se sabe (risas). El mestizaje cultural siempre me ha atraído y se ve por todas partes en América latina. En el mundo actual hay que vivir como un mestizo cultural.
–¿En la literatura también cree que hay que ser un mestizo?
–Sí, por todo lo que he aprendido de los narradores latinoamericanos. Antes de llegar acá escribía poesía. O sea que llegué acá como poeta y volví a Noruega como narrador. Yo necesito viajar para escribir novelas; salir de lo normal y ponerme con mi historia al hombro en otra parte. Una situación desestabilizada como la del viajero es buena para escribir.



